Discurso del Abad de la Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro con motivo de la entrega de la Medalla de Oro de la Ciudad de León.
León, 14 de diciembre de 2013
Excelentísimas autoridades, Señores Alcaldes de la Imperial ciudad de León, cuna del
Parlamentarismo, y de la Muy Noble y Leal Ciudad de Baeza, a quien agradecemos especialmente su presencia, como importante testigo de este reconocimiento; Ilustrísimo
Sr. Abad de la Real Colegiata de San Isidoro, señores concejales del Excelentísimo Ayuntamiento, Ilustres Caballeros y Damas de nuestra querida Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, señoras y señores.
La palabra puede incluso resultar reiterativa, en actos como el que aquí nos congrega. El problema es que no encontramos otra más atinada; y, necesariamente, este abad, que recoge, en nombre de los miembros de nuestra imperial institución, la alta distinción que hoy se nos otorga, no puede sino repetirla; les aseguro que brota desde lo más profundo de los sentimientos: gracias. Sinceras y sentidas gracias por el gran honor de poder lucir, en lo alto de nuestro Milagroso Pendón, y acompañando a la de Baeza, que le fue impuesta en junio del pasado año, la medalla de oro de la urbe regia, de nuestro León querido y por el que alguno, o incluso muchos de nuestros predecesores, sin duda, llegaron a jugarse honor, hacienda y hasta su propia vida.
Desde aquel 17 de febrero de 1148, día en el que nuestro glorioso emperador Alfonso
entrara en la capital imperial y reuniera en San Isidoro a los primeros caballeros, lo que nos convierte en la institución más antigua de la ciudad, han pasado muchos años, han cambiado muchas cosas y el tiempo se ha llevado muchos de nuestros viejos laureles y hasta quizá muchas de nuestras fundadas esperanzas. La propia fisonomía de la ciudad ha cambiado, pero de aquel periodo no tan lejano, especialmente en el recuerdo y en los afectos, aún nos quedan vestigios, y no de escaso valor: entre otros, el recuerdo hecho piedra de la Real Basílica del Santo Isidoro, el aula regia; y, acogida a su amparo, la Imperial Cofradía del Pendón de Baeza, la primera de las órdenes de caballeros nacidas en España y la única fundada por un emperador. Un florón más en la corona que ciñe, con
merecido orgullo, esta urbe regia, y una institución que nos reconcilia a todos con el pasado y nos vincula con el presente.
Celebramos con júbilo los 950 años de la Traslación del Santo Isidoro, desde su Híspalis natal hasta León, y la Real Cofradía no ha querido ahorrar esfuerzos para difundir su legado, incluso en la propia Sevilla, dando a conocer lo que aquí se quiere y se respeta al santo Doctor de las Españas, hasta qué punto reconocemos sus favores y cuán grande ha sido su influencia, como protector del Reino, incluso para la propia configuración de la Península Ibérica. Eso que, con verdad, cantamos orgullosos en nuestro himno; pues bien sabido es que “sin León no hubiera España”, mas, ¿sería León lo que fue, lo que es, sin el Santo Isidoro?
Nos congratulamos, claro está, del reconocimiento de esta ciudad como Cuna del Parlamentarismo, algo que la Imperial Cofradía no ha cesado nunca de pregonar ya hasta apoyar, alto y claro, puesto que lo entendía como un deber de justicia; no solo para el Reino que vio nacer las primeras libertades de los ciudadanos, sino porque, en pura lógica, los caballeros que nos precedieron, en la custodia del Milagroso Pendón, debieron ser testigos de aquellos hechos y, sin duda, actores principales de los mismos en la Real Basílica. En aquella primavera del glorioso año de 1188, la Imperial Cofradía contaba ya 41 años y había sido testigo de acontecimientos tan relevantes como el milagro de la lluvia que recordamos cada año, el último domingo del mes de abril, en la fiesta de las Cabezadas. Celebración que, así hay que decirlo, nuestros antecesores rescataron, en los años de la II República, cuando este Excelentísimo Ayuntamiento había hecho dejación de sus supuestas o reales obligaciones. A aquellos caballeros se
debe incluso la renovación del protocolo del acto que ahora, con tanta solemnidad y acierto, celebramos y que merece ser elevado a la categoría de fiesta de interés internacional, como la fiesta de la palabra, de la discrepancia en el respeto y de la complicidad en la interpretación de la historia.
Mas no es esta la única relación histórica que con la gran casa de los leoneses mantiene la Real Cofradía; en varias actas de los capítulos del siglo XVIII, consta que los mismos se celebraban en el propio edificio de este Ayuntamiento.
No cumpliría tampoco con mi obligación, si olvidara recordar a todos ustedes que, a la Imperial Cofradía pertenecieron muchas personalidades del pasado de esta ciudad, entre las que figuran incluso varios alcaldes. Así citando únicamente las actas de los siglos XVIII y XIX, cabe señalar, por ejemplo, a D. Diego de Villafañe y Tapia, D. Manuel Flórez Osorio, D. Juan de Valbuena, D. José Francisco de Rivadeneira, D. José Quiñones, el Coronel D. Luis de Sosa, D. José de Villafañe, D. Tomás de Lorenzana, D. Jerónimo Fernández Cabeza de Vaca, Marqués de Fonteoyuelo, el Marqués de Villasinda, el Marqués de San Isidro, el Marqués de Campo Fértil, el Marqués de Inicio, el Marqués de Montevirgen, el Conde de Rebolledo, el Vizconde de Quintanilla, D. Tomás José de Medina, Tesorero de la Real Hacienda, D. Gregorio León Santos Bernaldo de Quirós, D.
Ignacio García-Lorenzana y Cienfuegos, etc., etc., etc.
Esta larga relación de hechos y de personas podría sonar a inmodestia, mas no debería interpretarse de ese modo. Se trata, únicamente, de recordar ante todos ustedes que entre los pliegues del Milagroso Pendón de Baeza, Capitán General de los ejércitos de España, en los legajos de esta casi nueve veces centenaria institución y en el corazón de sus miembros, pasados, actuales y, con toda seguridad, futuros se arrebujan, guardados con verdadero mimo, trozos de nuestra historia, muchos de nuestros afanes y, sin duda, gran parte de nuestro ser colectivo como leoneses.
Por eso, en un gesto de agradecimiento infinito y en humilde compensación, hoy queremos poner, de manera solemne, todo este legado, único en España, al servicio de León y de los leoneses. Bueno es contar con un referente seguro, con alguien que custodie el viejo libro de nuestro devenir como pueblo que, en algún momento, nos permitirá incluso resurgir y florecer de nuevo. Por eso, aunque la cita sea un poco larga, permítanme recordarles el conocido consejo de Ambrosino a Rómulo en la novela de Massimo Manfredi, La Última Legión, cuando el joven emperador quiere deshacerse del libro de historia que guarda celosamente su mentor. Aquí, en el solar de la Legio VII, adquiere, sin duda, una sonoridad especial: "Cuando se huye y uno deja todo a sus espaldas, el único tesoro que podemos llevarnos con nosotros es la memoria. Memoria de nuestros orígenes, de nuestras raíces, de nuestra historia ancestral. Solo la memoria puede permitirnos renacer de la nada. No importa dónde, no importa cuándo, pero si conservamos el recuerdo de nuestra pasada grandeza y de los motivos por los que la hemos perdido, resurgiremos”.
A ello se obliga pues, desde hoy, la Imperial Cofradía, como testimonio sincero de gratitud por el alto honor que le es concedido en este acto, y que viene a refrendar un acuerdo tomado por unanimidad de todos los grupos municipales, lo que quiere decir por todo el pueblo de León, algo que también debe ser significado y que en su justa medida valoramos.
De nuevo nuestro sincero reconocimiento y, con todo lo que implica este deseo final teñido de esperanza, en la defensa de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestra identidad, de nuestros valores, de nuestras realizaciones como pueblo, en suma, de lo que nos es propio, solo les pido que, convencidamente, digan conmigo ¡Viva León!
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