sábado, junio 21, 2008

Presentación de "León, Historia y Herencia" (3ª entrega)

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE CARLOS SANTOS DE LA MOTA
Club de Prensa del Diario de León, 30 de marzo de 2008

Intervención del Autor

Bien, en primer lugar, lo que yo quiero decir es buenas tardes a todos y gracias por haber venido. En segundo lugar, abordaré el apartado de los agradecimientos, porque sin el concurso y la ayuda de algunos, ni hoy estaríamos aquí, ni el objeto de estar aquí, mi libro, se hubiese hecho realidad, estoy seguro. Empezaré por el presentador de mi trabajo, Hermenegildo López, para los amigos “Jimmy”, que cuando se lo propuse él me dijo que sería un honor. No, Jimmy, te rectifico, el honor me corresponde a mí por el hecho de que hayas accedido a pasar por este trance que no considero fácil. Gracias, “Jimmy”.

Cómo no dar las gracias también por su presencia aquí a Fernando Aller, director de Diario de León y a quien yo fui a ver hace cuatro años y él me abrió las puertas para que se publicara en su diario, durante 49 días, en agosto y septiembre de 2004, a página completa, la parte histórica de este libro, hoy algo retocada y ampliada. Fernando, sabes que te lo he agradecido mucho. Mi deuda no es material, es más sensible e íntima. Gracias, Fernando. Y a Emilio Gancedo, un afilado periodista que lo plasmó en la sección de Cultura en la que él se afanaba y se afana. Gracias también.

Gracias miles he de dar también a Melchor Moreno, consejero de Caja España, porque supo y quiso encauzar la administración que requería la financiación de este libro. Sin tu ayuda, Melchor, o sin la ayuda económica que proporcionaste, yo estaba resuelto a guardar en el silencio privado lo que hoy presentamos al público conocimiento, porque ni tenía dinero ni voluntad de financiar mi propio esfuerzo. Como bien sabes, y saben otros, todos los editores de mi región, que no es de nueve provincias, me cerraron las puertas, algunos de ellos incluso con financiación, o sea, pagando. Allá ellos, pero uno tiene la sensación de que se murieron antes de estar “moridos” de verdad. Lástima, tan grandes, tan adultos y tan miedosos. Esta es la fortaleza y la independencia empresarial que tenemos, y me temo que en el resto de facetas pasa lo mismo: hemos llegado a la sumisión de la obediencia y a la piltrafa de una dependencia inverosímil y cateta.

Claro que esto encumbra más si cabe a quienes todavía se mantienen en su digna verticalidad e independencia. Es el caso de Ángel Pajín Álvarez, mi editor, y de Europa Viva, su editorial radicada en Madrid, pero dirigida por mentes y manos leonesas como las de él. Cómo no le voy a dar las gracias a este hombre, por su apuesta valiente, por su aventura empresarial en el ejercicio de un derecho reivindicativo, o aunque sólo sea por querer dar libertad a los ecos reprimidos, primero en mi cabeza y luego en estas páginas. Ángel, después de muchas conversaciones por teléfono, déjame que te diga públicamente, también a ti, gracias.
Por supuesto, quiero también dar las gracias sinceras a todos aquellos que han contribuido a la difusión de este libro y que pueden o puedan tenerlo como alguna referencia. Pero hoy y ahora no hablaré de él, sino de otras cosas.

***

Yo soy una persona esencialmente libre, libre en un sentido modestamente amplio de la palabra. No soy funcionario del Estado ni del ente híbrido, no tengo brillos que sacarme ni por los que preocuparme, ni escaparate personal ni particular al que deba prestar una especial atención ni un esmerado cuidado. No me debo más que a mí mismo, a mi esfuerzo diario por ganarme el pan desde una muy humilde posición, y eso sí, también a mi convicción de honrada y coherente trayectoria en mis diversos pasos. Por lo tanto, no tengo ni quiero tener a nadie a quien agradar para defenderme a mí mismo en estos términos que aludimos y que luego alguna esquina del tiempo y de mi conciencia me lo recrimine. Soy, como decía antes, libre. Libre pobre, pero libre; es decir, bastante rico.

En esta situación de desahogo personal, no sólo puedo ver las cosas como creo que son, sino que puedo expresarlas como son y no como convendría expresarlas (ya saben, lo políticamente correcto) para que parecieran que son como no son. La situación de mi región, de nuestra región olvidada e insultada por el propio Estado y que no es de nueve provincias, reitero, es, como todos los indicadores solventes indican, caótica y depresiva. El adosamiento de la región de León a otra pobreza, entonces mayor como era una amputada Castilla, no sólo nos afirmó en el ninguneo propio, en nuestra propia desfiguración y muerte, sino que nos ha anclado más todavía en el retraso y en la nada. Nos hemos convertido a duras penas en unas tierras sucursales y ahora y más que nunca sometidas al olvido, a la tergiversación diversa e interesada y a un bamboleo que da vergüenza hecho contra un pueblo que jamás se hubiera imaginado semejante vapuleo en todos los órdenes. Yo suelo decir que el pueblo leonés en todo su ámbito regional, desde la cordillera Cantábrica hasta la sierra de la Peña de Francia no es verdaderamente consciente de todo lo que ha perdido en términos económicos, políticos, sentimentales, anímicos culturales, tradicionales, de particularidad, de independencia administrativa, identitarios, también sociales, de reconocimiento general, en fin, en muchos casos valores no cuantificables pero de una innegable riqueza empática como base sustantiva y vertebradora de lo que nos es común. Y me llamaría mucho la atención, si no viviéramos en un aburguesamiento que anula las reacciones primarias y de autodefensa propias del ser humano, que este pueblo, otrora inquieto hasta forzar durezas regias, no se hubiese levantado ya con la desobediencia civil ante la grave desafección que contra él se ha cometido.

El Estado está constituido por sus diferentes pueblos. El Estado no es madre ni padre de nadie. Los verdaderos padres y dueños del Estado son sus pueblos, y él en todo caso no es más que un resultado, una consecuencia, un depositario, y en puridad un organismo dependiente de todos ellos, de quien se nutre. El Estado no es más que el resultado de la unión de los distintos pueblos peninsulares que voluntariamente quisieron así constituirse. Pero el Estado ni es dueño, ni se debe sentir absoluto porque en razón no es más que una figura delegada. Es o tiene que ser un ente dependiente de sus pueblos, porque éstos son su verdadero sostenimiento. Y un coordinador leal de todos ellos, en todo caso, pero nunca dejar asomar ni entrever en él la desafección y la discriminación a cualquiera ni con cualquiera de aquellos que le vivifican. Sin embargo, el Estado y sus brazos ejecutores que son las distintas administraciones del mismo, se han portado con este pueblo, el leonés, como un prepotente dictador y un arrogante desalmado provocando la injusticia y perseverando en la herida. Dicho con franqueza, se ha portado asquerosamente. Un Estado que trata así a cualquiera de los pilares sobre los que se sostiene, ni merece ser querido, ni merece ser respetado. Ya lo decía el sacerdote y filósofo catalán Jaume Balmes: “Cuando las leyes son injustas, no obligan en el fuero de la conciencia.” El respeto es un camino de doble dirección.

Los grandes partidos políticos han abusado de su situación privilegiada, han engañado al pueblo con astucias mezquinas e irresponsables, se han comportado desvergonzadamente sordos y ciegos, y han empleado los resortes del poder, es decir, de un poder que es delegado por los pueblos, no suyo, para hacer con él diseños de capricho nada histórico, ambiciones megalómanas y otras veleidades que nunca les han correspondido, porque ellos, al igual que el Estado, mientras estén ahí no se pertenecen a sí mismos, ni al Estado, sino que son delegados y pertenecientes al pueblo, representantes de él y sometidos a él. Pero hete aquí que el trampolín honesta y honradamente otorgado por su pueblo, lo han empleado ellos para negar contumazmente la particularidad de este pueblo y la legítima aspiración a sentirse y ser política y administrativamente una región, o país, o comunidad, o como quiera que se llamase, en igualdad con el resto de pueblos españoles. A la región leonesa aún le falta por ascender el peldaño que ya han subido el resto de pueblos. Padecemos un claro déficit, todavía, y estamos en una democracia incompleta, también todavía. Al hilo de esto, por lo tanto, el pueblo leonés vive bajo una (otra más) subsiguiente dictadura. Dicho de otra manera, en las tierras leonesas al Partido Socialista y al Partido Popular, como cómplices de este engaño y zancadilla al pueblo que los acoge, habría que crucificarlos. ¿Cómo?, no dándoles un aliento, no regalándoles un voto.

El problema no es nimio, ni baladí. El problema afecta no a unos pocos, ni a un sector, ni a una sola de nuestras provincias. El problema afecta a la totalidad de la sociedad, al entronque de la regionalidad propia, a nuestra íntima y vieja particularidad, a nuestro inalienable derecho, orgullo e, incluso si me lo permiten, a la misma médula espiritual de nuestro ser. Las tierras de nuestro pueblo han sido secuestradas, arrestadas y llevadas hacia puertos de confusión, de olvido y, con el tiempo, de inexistencia, porque todo llegará a negarse. En nuestras manos, no obstante, siempre estará la solución porque no hay nada que un pueblo entero quiera y no se le dé. Pero entiendo que hay que cambiar algunas actitudes y comportamientos en nuestros propios adentros. En primer lugar es exigible hacer trascender este problema nuestro más allá de nuestras calles, más allá de nuestros límites provinciales, también regionales leoneses, y más allá de esta malhadada comunidad, porque más allá de esta comunidad sosa, desgarbada y malquerida con razón, nuestro problema ni se sabe ni se escucha. También debería recurrirse a instancias nacionales e internacionales con el objeto de provocar al menos el interés informativo de los medios, tan callados a veces, tan perspicaces y agudos otras. Y hasta habría que recurrir al jefe del Estado. ¿Para qué está entonces? No se iría con mentiras, sino con verdades; no se iría avalados con atropellos históricos ni jurídicos, sino con la simple y llana justicia; no se iría hueco de razones, sino dolidos por el injusto y perverso empleo de ellas. También los que son verdaderamente cómplices de esta causa justa y necesaria y que tengan micrófonos a pocos centímetros de la boca, no deberían emplearlos para sacarse brillo personal, utilizando la excusa leonesa en su particular lustre, pero sin comprometerse ni determinarse. Tampoco los que escriban deberían ser ininteligibles, ni sus textos hábilmente difuminados ante la idea capital. Los políticos tendrían que demostrar más vergüenza, más claridad, más contundencia, más trabajo y más verdad. Así como todos aquellos que desde su lugar de trabajo, si la decencia, el orgullo y la dignidad no les inclinan a la duda, o peor, a la traición o a la inconsecuencia, deberían también manifestarse abierta y crudamente contra este atropello a un pueblo que ha padecido un innecesario e injusto desprecio. O se actúa de esta manera, o sólo estaremos siguiendo la postura de la oficialidad, es decir, dejar que pase el tiempo. Y cuando el tiempo pasa sólo se establece lo que ya está establecido. Se sedimenta el error, el horror y la más impiadosa desvergüenza.

La solución es el rompimiento nítido, taxativo, incluso brusco en el sentido de cuanto antes mejor. Nos pondrán zancadillas, porque la injusticia se ha establecido sobre la justicia, pero ese será un aliciente más para resarcirse del agravio y del oprobio. Lo que nos hace falta, señoras y señores, a todos los que somos paisanos en esta necesidad de regionalismo y leonesidad, no es más que compromiso, coraje y determinación. Sin contemplaciones, sin concesiones, sin tibiezas ni titubeos, sin consideraciones de ningún tipo, porque nadie en su momento vino a considerarnos lo que somos, y por lo tanto no estamos obligados a pagar con otra moneda distinta. La región leonesa no es un invento de cuatro nostálgicos, ni de cuatro descerebrados, ni de cuatro inconsecuentes. Por supuesto, los que defendemos esta legitimidad no nos consideramos ni trogloditas, ni cavernícolas, ni antediluvianos, ni peor aún, torcidamente sociales ni insolidarios, como algunos mezquinamente tratan de insultarnos, tratan, nada más. Allá ellos. La región leonesa, uno diría más, el País Leonés es un hecho tangible en la palpación histórica de un pueblo viejo, grande, pionero en organización, en administración y en legislación, por supuesto antes que otros pueblos de los que no necesito acordarme. Que a este pueblo le hayan dado semejante trato de nulidad y desconsideración, nos obliga a nosotros, sus hijos, a no estar quietos ni mucho menos a permanecer mansos.

Muchas gracias a todos.

Carlos Santos de la Mota

viernes, junio 20, 2008

Presentación de "León, Historia y Herencia" (2ª entrega)

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE CARLOS SANTOS DE LA MOTA
Club de Prensa del Diario de León, 30 de marzo de 2008

Intervención de Hermenegildo López González

Les confieso que, en un principio, había previsto comenzar de un modo diferente al que voy a emplear en la presentación de esta obra; entre otras razones porque los que estamos hoy aquí tenemos un componente grande de heterodoxia y porque lo que estamos haciendo hoy aquí tiene un mucho de acto de rebeldía, contra la situación que nos ahoga, contra los tiempos, contra las circunstancias e incluso contra un supuesto destino malvado que nos ha elegido, al parecer, para cebarse, inmisericorde contra nosotros y contra lo que significamos y significó en la historia el Reino de León.

Sin embargo, por respeto al acto, a ustedes, al autor y, en último caso, a la obra que me corresponde presentar en sociedad, creo que, al menos en apariencia, debo mantener una cierta formalidad puesto que todo acto ritual tiene, necesariamente, una determinada liturgia y por ello no pretenderíamos, en modo alguno, tampoco saltarnos estas reglas ya consagradas.

A pesar de todo, y ya que hablamos de liturgia, no esperen de mí que adopte la figura de un oficiante al uso, de un chamán de un lama o de un rabino; si acaso la de un humilde monaguillo, que agradece sinceramente haber sido elegido para este cometido, en una ceremonia que debería ser, según yo entiendo, absolutamente catártica. En efecto, una catarsis es lo que este amodorrado y amordazado pueblo leonés necesita y, en este sentido, estoy seguro de que esta obra vendrá a marcar un antes y un después en el devenir de la reivindicación leonesa de León, en su conocimiento, su aprecio, su valoración y en el respeto que le es debido.

Gracias, entonces, a todos ustedes, por el primer paso que supone el hecho de estar aquí, a los unos por haber dejado aparcados los múltiples quehaceres a los que nos obliga lo que hemos dado en llamar pomposa y huecamente la vida moderna, a los otros por haber sabido prescindir de un siempre necesario rato de descanso, quizás al calor de ese pueblín que todos llevamos agarrado a la piel, que nos ha conformado como somos y que representa el marco de una gran parte de nuestros recuerdos.

Pero tal vez me esté desviando de lo que debería constituir mi obligación primera y que no es otra que la de hablaros del libro de Carlos Santos de la Mota aquí a mi lado. ¿Qué es, entonces, “León, Historia y Herencia”? El propio título, en si mismo y a pesar de su descarnada cortedad es bastante indicativo de lo que el autor pretende. Mas, si esto no fuera suficiente y echan, aunque sólo sea, un rápido vistazo a la portada, encontrarán claves suficientes no sólo para una necesaria comprensión sino para despedazar alguno de los equívocos con los que el enemigo suele intentar zaherirnos: el eterno dilema del provincianismo leonés. Necesaria importancia acordaremos también (y esto sería más bien asunto del editor) el hecho de haber elegido una foto del Panteón Real, corazón del viejo reino y resumen perfecto de lo que supuso, en la Edad Media, la conjunción del Trono y el Altar, lugar siempre sagrado para los leoneses y en el que no sólo se palpa la historia sino que se nos hace presente esa herencia de nuestros antepasados, bienes tangibles pero también intangibles, signos que nos aproximan los unos a los otros, que nos reconfortan; eso que, una y otra vez, machacona e incansablemente, nos refresca el escritor: “esa forma de sensibilidad maravillosa, genial, mágica que debería estar más presente en el alma y en el espíritu de las gentes”; la identidad, en suma. Y, cuando algunos parecen burlarse de los sentimientos, de la identidad, Carlos, sin embargo, la invoca una y otra vez, como la idea motriz de toda su reflexión; así, de entrada, la define, como “un motor vigoroso e imprescindible para la vitalidad y el entramado de una comunidad sintónica que ramificará todo su potencial en sus múltiples formas” o, según insiste más adelante y de manera harto concreta: “esto es la identidad, un sentimiento noble y maravilloso, y una necesidad si se lleva bien entendida, vital y básica que ordena, reagrupa, vertebra, vivifica, desde la afinidad, la fuerza de un motor social que se propulsa a sí mismo y que robustece con generosidad su área de influencia e incluso llega más allá”.

Así pareció entenderlo, por muchos de nosotros, en su día, Jordi Pujol, durante una visita institucional a nuestra ciudad, pues, después de haber admirado esto que se ha dado en calificar como la Capilla Sixtina del arte románico, exclamó, “ahora comprendo la reivindicación leonesa”. Más cerca, por desgracia, tenemos a muchos otros que, a pesar de las evidencias, siguen con sus entendimientos embotados, con sus neuronas oxidadas y su capacidad de raciocinio completamente extraviada. Bien lo saben también nuestros enemigos puesto que su objetivo más evidente es, en palabras de Carlos, el de “cortar el conducto que nos mantiene ligados a nuestra propia vida y a nuestra propia esencia”.

Pero sigo quizá sin responder del todo a la pregunta que yo mismo me formulaba más arriba. ¿Qué es en realidad “León, Historia y Herencia”? No se equivoquen, no es un libro de historia al uso, aunque nos hable ineludiblemente de nuestra historia, es un aldabonazo en el portón atorado de nuestro subconsciente colectivo, es un toque a rebato desde el más alto de los campanarios de nuestra conciencia adormilada, quizás uno de esos toques que hacían levantarse al unísono a nuestros pueblos para acudir en auxilio de uno de los vecinos ante un grave y urgente problema. Esperemos, después de todo, que estas campanas, que aquí evocamos, no doblen lastimeras a muerto, pues, si se suele decir que cuando un solo hombre muere se empobrece la humanidad, ¿qué podríamos decir al respecto de la muerte de un pueblo, de su cultura, de su historia, de su legado y de su forma de relacionarse?

Por todo ello, este libro es también, un puñetazo sobre una mesa en la que algunos están, desde hace ya demasiado tiempo, jugando una macabra partida, incluso con las cartas marcadas, para nuestra absoluta y constatable desgracia.

Os lo aseguro, con la seguridad de quien ha devorado literalmente estas más de quinientas páginas, de apretada letra, cumplida y veraz información, inequívocos mensajes y convicciones profundas.

Nunca, podréis comprobarlo, se había escrito nada igual en León, al menos, probablemente, desde aquel clásico “Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del viejo reino en el se apunta la Reivindicación Leonesa de León”, de Juan Pedro Aparicio y publicado por Celarayn en 1981. ¡Qué lejos parecen ya aquellos días de sarpullidos reivindicativos, de intelectuales comprometidos, de recogida de firmas, de engañifas, de amenazas y de promesas preñadas de veneno! Me atreveré, entonces, a calificar a este infante, al que hoy empujamos, confiados, hacia el mundo real, no solo como un libro necesario, sino imprescindible; un referente en el pensamiento, en la reflexión y la defensa de lo leonés. Diría aun más ¿por qué ha tardado tanto en aparecer entre nosotros?

Es una obra escrita en libertad; con la libertad que da el hecho de no depender de financiaciones bastardas ni tener que pagar favores pasados y aun futuros. Carlos ha desplegado confiada y orgullosamente las alas de su libertad y surca los aires de la historia, del presente y del futuro de esta vieja tierra empujado por el viento favorable que siempre nos concede la independencia de criterio y la necesaria insumisión ante un hecho injusto. Por eso puedo también hablar aquí de valentía, incluso, a veces, de verdadera temeridad en los calificativos y apreciaciones, absolutamente suscribibles, por otra parte.

No creo deber recordar a ustedes “el mito de la caverna” de Platón, pero sí afirmar solemnemente que esta obra representa el mensaje claro de quien ha podido romper las cadenas y ha conseguido ver, de forma meridiana, la verdadera realidad. Claro que no es fácil, ¿y quién dice que lo sea? Mas, ¿cómo ha llegado Carlos Santos a esta luz, a esta verdad que ahora trata de comunicarnos? Como otros tantos leoneses, ¿acaso más de 250.000? ¿100.000 ya, sólo en los últimos años?, Carlos es hijo de la diáspora, y los que tenemos alguna experiencia en esto de la expatriación sabemos cuánto se echa en falta “la tierrina”, cuando nos encontramos lejos. El extrañamiento conduce, sin embargo, a la reflexión, a la interpretación del mundo del otro y ¡cómo tiran, entonces, las raíces! Algunos lo han definido hasta como una necesidad física y Carlos ha vivido en un ambiente en el que el hecho de defender lo propio, de reclamar lo propio, de querer lo propio, de luchar por lo propio, no solo no está mal visto sino que es algo innato con la persona, es algo que se valora, se premia, da lustre y hasta prestigio social.

Aquí, por el contrario, a algunos ya no parece quedarnos más que, con el poeta, elevar al rango de queja institucional el grito desgarrado de una más que triste constatación

“Que dicen que ya no soy
ciudadano de mi tierra,
y la luna, que aún es blanca,
se me está yendo en la niebla”.

Y todo ello, puesto que, como es fácil deducir, no hay peor extrañamiento que el de sentirse extranjero entre los más allegados; nublado el recuerdo, malbaratada la herencia, dilapidado el caudal de los sentimientos, estamos ya maduros para la manipulación y el entreguismo. ¡Qué fácil es ejercer así de “intelectual comprometido”… ¿comprometido? ¿con qué o con quién? ¿comprometido con el poder y escribiendo, en la mayor parte de los casos, al dictado del mismo? ¿Pero cómo se puede retorcer hasta ese punto el significado de las palabras?

¡Comprometido! Si podemos calificar a alguien de comprometido ese sería, sin ningún género de duda, el autor de este libro aquí a mi lado.

Un compromiso asumido en plena reflexión, con pleno conocimiento y sabedor de las inquietudes, sufrimientos y pesadumbres que todo ello le supondría; de las horas de trabajo intelectual robadas al sueño, al ocio y a la familia. Precisamente también hacia su familia va hoy este pequeño homenaje mío y este recuerdo.

El propio autor me confesó, no hace mucho, que, si había asumido el reto de echarse a las espaldas el proyecto, sin cuantificar esfuerzos ni computar avaramente el tiempo, fue precisamente por su hija y, probablemente, con ella y por extensión toda una nueva generación de leoneses, víctimas inocentes de esta situación que nos vendieron un día una tropa de chamarileros y mercachifles, en feria de rebajas de todo a cien, como una descentralización administrativa y que ha venido en derivar hacia un estrangulamiento de las oportunidades del presente, una onerosa hipoteca sobre el futuro y una bochornosa manipulación del pasado. En el libro no se escatiman las referencias ni a al uno ni a las otras. ¿Quieren algún ejemplo? Vean entonces la larga reflexión sobre el personaje de Vellido Dolfos o la explicación que aparece ante el paisaje que se contempla en Toro; claro que, como se nos recuerda una vez más “los que escribieron la historia coinciden, curiosamente, con los mismos que ganaron”.

Precisamente por eso, Carlos ha querido comenzar por la explicación pormenorizada de los hecho más significativos, siguiendo cronológicamente las figuras de nuestros reyes, la historia de lo que fuera un reino, y no precisamente de importancia menor, para que quedara, meridianamente claro, de dónde venimos; y así, fijado el punto de partida, con los pies asentados convencidamente sobre la tierra de nuestros mayores, poder encarar, con confianza, el camino hacia un deseable punto de llegada. O, dicho de otro modo, y utilizando ahora las palabras del propio autor: “apostando con firmeza sobre su conciencia libre, convencido de su dignidad, seguro de sus creencias y recto en su proceder supo plantar cara a la invasión y a la aniquilación de León como país”.

Pero no sólo de historias vive el hombre ni se nutre esta obra que hoy les presentamos; en ella encontrarán, entre otros muchos temas, aspectos tales como: un cumplido argumentario para contrarrestar los insulsos razonamientos del enemigo o una disección pormenorizada del malhadado proceso autonómico que nos atribuyó, sin merecerlo, el papel de comparsa que ahora ocupamos; hay, al propio tiempo, una verdadera colección de documentos impagables, entre los cuales los decretos del Fuero de León, de Alfonso V, una moción de la Diputación desdiciéndose de su adscripción primera al ente preautonómico, cartas del mayor interés o manifiestos regionalistas perdidos en el recuerdo de los mayores y totalmente desconocidos para los jóvenes; no falta tampoco un examen lúcido de las causas y las consecuencias de la situación de abatimiento de la Región Leonesa o una línea argumental impecable que viene a demostrar la gradación perfecta que lleva desde la identidad a la riqueza económica, incluso al enriquecimiento global del país, ya que, como atinadamente se observa “si el resultado final es que no somos nada, tampoco podremos aportar nada”.

Mas no vayan a pensar, siquiera por un momento que nos encontramos ante puras elucubraciones, producto de un enamorado de León, que también. No faltan, es más, yo les diría que abundan, los argumentos de autoridad y así vemos desfilar a lo largo de las páginas, además de atinadas citas de múltiples e importantes personajes, opiniones bien fundadas de Menéndez Pidal, Unamuno, Caro Baroja, Ramón Carnicer, Anselmo Carretero o el geógrafo francés Paul Vidal de la Blache, autor de la teoría sobre el binomio geografía-historia en la conformación de los diferentes pueblos.

No puedo dejar de señalarles que, incluso el propio lenguaje ha sido para mí todo un descubrimiento: cuidado, elegante, sincero, ágil y lleno de imágenes y metáforas bellas y atrevidas.

Disfrutarán, seguramente, conmigo de algunas de sus frases que me atrevería a calificar de lapidarias; sirvan, como ejemplo, tan solo alguna de ellas: “No hay peor miedo que el miedo al propio miedo” o “el pánico del más les ata firmes al menos” o aún “añadiendo tierra y tierra, vacía y vacía, como si el desierto fuese más llamativo que el oasis” o esta otra, para terminar un más que exiguo muestrario “Y queriendo ser más grandes, a la fuerza, nos hicimos más pequeños por necesidad”. Mas, no se pierdan, por favor, (pp. 481 y siguientes) el repertorio de sus peticiones al pueblo de la Región Leonesa; todo un rosario de intenciones y deseos al que cualquier buen leonés se sumaría y que nosotros entendemos, al propio tiempo como un magnífico resumen de la mayor parte de las ideas expuestas a lo largo del libro; o aun el ramillete de quejas que comienzan con un sentido “¡Ay León…!” y que encontrarán en la página 499.

¿Debería, después de lo dicho, animarles a que adquieran el libro? Creo que ya no es necesario, pero permítanme que les diga sin rodeos: cómprenlo, léanlo y regálenlo a sus amigos e incluso a sus enemigos, “políticos”, naturalmente; ya hemos afirmado más arriba que es un perfecto argumentario ante tanto razonamiento palurdo, bobo y lelo. Y háganlo pronto, no sólo antes de que se agote, sino antes incluso de que intervenga alguna mano negra, como en el caso del libro de Carlos Cabañas (otro Carlos) “Esto es el País Leonés” que fue retirado de muchas librerías con veladas amenazas y chantajes apenas disimulados. Así, algún día podrán presumir de tener entre sus libros de cabecera este “León Historia y Herencia”, un hito, sin duda, en nuestra legítima y más que justificada reivindicación.

Llegados a este momento, he de confesarles también (juego con ventaja, naturalmente), he de confesarles digo que, según manifestaciones del autor, y en lo que se refiere a la propia gestación de la obra, estaríamos ante una especie de proceso similar al que se cuenta de Cervantes, en el nacimiento del Quijote; el personaje le pudo. Así también, al menos para quien les habla, es el caso de Carlos pues, al parecer, lo que el intentó, en un principio, era solamente escribir uno o dos artículos, mas ¿sabéis lo que esto me sugiere personalmente? Que el libro era tan necesario, tan imprescindible que si Carlos no se hubiera decidido, probablemente se hubiera escrito solo, puesto que lo que en él nos encontramos es, ni más ni menos, que el subconsciente colectivo de un pueblo que se resiste a morir, al menos sin dar la última batalla, pues, en efecto, según hemos oído tantas veces “la única batalla que se pierde es la que se abandona” y, aunque también se dice que “la manera más rápida de terminar una guerra es perderla”, ¿no consiste la cobardía en rehuir, precisamente, la lucha; es decir, en darse de antemano por vencido? Cierto es también que en esta incruenta guerra se pueden perder vida y haciendas, dejarse en el camino distinciones y amigos, ganar únicamente en desazón intelectual y pesadumbres varias, a la par que opositar, con plenas garantías, a sujeto paciente de alguna que otra úlcera de estómago; pero acaso ¿vivir sin honor no es morir un poco cada día?

Si hemos de juzgar por los resultados, León, como mastín somnoliento, en tarde de verano, no ha comenzado siquiera a esbozar el gesto de levantarse. “Levántate y anda” se oyó una vez ante una tumba de Betania; “levántate y lucha”, nos gritan ahora, desde las páginas de este libro, el recuerdo de nuestro pasado y el legado de nuestros mayores; unas páginas escritas desde la rabia que provoca la injusticia y con la sangre de un corazón que chorrea, morido por su tierra; unas páginas redactadas con la cabeza y tras una necesaria lenta y meditada reflexión, pero en las que hay aun un mayor componente visceral, empleando en ello tripas y corazón; unas páginas en las que no ha lugar para resignación alguna; puesto que, como tantas veces hemos ya señalado: “conformarse es aceptar y aceptar es claudicar”.

De todas formas, y, como afirma, atinadamente, Carlos, “a ninguna semilla se le puede obligar a que no germine”, y desde la confianza en el futuro, más que con la mirada fija en un pasado reciente lleno de oprobio y negrura, quisiera terminar estas breves palabras con un mensaje de ánimo; unos versos de Pedro Bonifacio Palacios, poeta argentino, conocido bajo el seudónimo de Almafuerte y que escribiera allá por los primeros años del pasado siglo XX. Lo tituló

PIU AVANTI !

No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Gracias a todos, de nuevo, y que tengan una buena, saludable y provechosa lectura.

Hermenegildo López González

jueves, junio 19, 2008

Nosotros sí estuvimos allí: Presentación de "León, Historia y Herencia" (1ª entrega)


Presentación del libro “León, Historia y Herencia

Está visto que no podemos llegar a todo… Que nos perdonen, entonces, nuestros amables lectores si hemos tardado tanto tiempo en darles cuenta de lo que ocurrió, con más silencios de los debidos (ya nos lo temíamos, a pesar de todo, e incluso lo habíamos vaticinado…), el pasado día 30 de mayo, a las 20 horas y en el Club de Prensa del Diario de León.

En efecto, ese día se presentaba el libro del leonés Carlos Santos de la Mota, “LEÓN, HISTORIA Y HERENCIA”, publicado por la Editorial Europa Viva que dirige, en Madrid, el también leonés Ángel Pajín Álvarez.

Oficiaba de introductor de los diferentes intervinientes el Director del Diario, Fernando Aller González, presentaba al autor el Editor y hacía los oficios de primer comentarista de la obra Hermenegildo López González, catedrático de Filología Moderna.

En una sala completamente abarrotada, y tras las intervenciones de los arriba nombrados y de la del propio autor, surgió de nuevo ese entusiasmo que, en situaciones similares hemos respirado: ese fervor por la tierra, esa catarsis en el deseo arrebatado de la defensa de la misma, tan alevosamente maltratada, tan indignamente defendida por aquellos para los que esto debería constituir su obligación primera, tan rastreramente despreciada y tan sistemáticamente vilipendiada. ¡Qué poco dura la alegría en casa de los pobres…!

Las reseñas de los periódicos fueron escasas o, incluso, nulas, y desconocemos, a día de hoy, si muchos leoneses se habrán enterado siquiera de la publicación de un libro que, en el decir de quien oficiara como presentador del mismo “no solo es un libro necesario, sino imprescindible; un referente en el pensamiento, en la reflexión y la defensa de lo leonés”. ¿Qué esperábamos? ¿Acaso no conocemos ya las mañas de algunos y que “quien hace un cesto hace ciento…”?

Desde estas breves líneas, a las que añadiremos, en breve, las intervenciones del autor y del presentador de la obra (con los respectivos permisos y nuestro sincero agradecimiento por ello), les invitamos, sinceramente, a comprar el libro, a divulgar su existencia y a tomar conciencia de lo que en él se afirma. Es, realmente, una reflexión valiente, necesaria y “un aldabonazo en el portón atorado de nuestro subconsciente colectivo, (es) un toque a rebato desde el más alto de los campanarios de nuestra conciencia adormilada”.

viernes, junio 13, 2008

Proverbios, refranes, adagios y aforismos (10ª entrega)

¡Hasta los gatos quieren zapatos!

Este es el refrán que nos ha venido, de inmediato, a la memoria, leyendo El Mundo (12/06/2008; p. 18, de ese lamentable añadido que se dice “de León”), puesto que, según la explicación más plausible, describe la situación de aquellos que se atribuyen méritos que no merecen o pretenden algo que está muy por encima de sus posibilidades o condición.

Exactamente lo mismo que le ocurre al zamorano Demetrio, y conste que no nos referimos, para nada, a aquel burro zamorano-leonés que alguien paseara en ya lejano carnaval preautonómico por las calles de esta corte de reyes… Pero, como a día de hoy, cualquiera parece sentirse inspirado por alguna, sin duda, más que ociosa e indolente musa, ese mismo se cree en el derecho o la obligación de obsequiarnos con sus elucubraciones (veremos a quienes pueden éstas interesar…), en forma de libro; pero ¿qué culpa tienen los pobres árboles de la megalomanía de nuestros distantes (de la realidad) y ya más que repelentes próceres autonómicos?

Claro que, como bien adivinarán nuestros sufridos lectores, todos estos, sin duda, denodados esfuerzos intelectuales, incluso de algunos que pueden no saber “hacer la o con un canuto”, este exagerado y enfermizo cultivo del ego y este desmedido afán de no abandonar las fotos de una prensa servil, pacata, manipulada y manipuladora van a ser pagados con dinero del pobre contribuyente, al cual, si se le pidiera opinión, seguro que se acordaría de los antepasados de más de uno… El problema se agrava, además, cuando nos informan de que esto no va a parar aquí, puesto que “la publicación (es) la primera de una serie que está por venir…” ¡Dios, qué cruz…!

Y puesto que, en el encabezado de nuestra reflexión de hoy, hacemos referencia a este bravo felino, vamos a permitirnos la licencia poética de engarzar algún que otro refrán cuyo protagonista es el mismo animal; que conste que tampoco apuntamos hacia nadie en concreto, aunque quizá lo parezca, pero ¿a que serviría también, para la ocasión, aquel otro que nos previene: “ni gato ni perro de color bermejo”? Claro que ya era este un color de mal fario hasta para los egipcios…¡y mira tú que eran listos los tíos!

No me negarán tampoco que nos viene como anillo al dedo aquel otro que parece incidir en nuestra apreciación primera; confiesen con nosotros que la cosa tiene su miga y que escribir un libro no deja de ser “mucha carne para tan poco gato”. Aunque, quizás, alguno deba también preocuparse de que, en más de una ocasión, “la curiosidad mató al gato”.

No obstante hay algo que no deja de sorprendernos y no es otra cosa que los arrumacos y el compadreo que se traen, en estos últimos tiempos, el Juanvi y el Demetrio, con tanto jiji y tanto jaja; ¿no será que, en todo esto “hay gato encerrado” y que, a fin de cuentas, “yo mando a mi gato y mi gato manda a su rabo”, que no es otra cosa que la explicación de un deseo común a casi todo el mundo: el de tener a alguien por debajo a quien mandar o de quien servirse, incluyendo el hecho de utilizarlo como bufón? ¡Los hay tarugos…!

Bien sabemos todos que, a pesar de sus esfuerzos traducidos en inversiones millonarias, “para crear conciencia regional”, incluso ellos siguen convencidos de que leoneses y castellanos nos llevamos “como el perro y el gato” y que “jamás en el mismo plato comen el ratón y el gato”; mas, persuadidos como están de su superioridad, ese mismo convencimiento les da derechos que de ningún modo deben compartir con los demás. ¡Ellos nunca se equivocan!

Nos tememos, sin embargo, que, de nuevo “¡qué más quisiera el gato, que lamer el plato!”; y, habiendo escarmentado en cabeza propia, no ignoramos que “sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato”, y ¿acaso cabe alguna duda ya de que eso es lo que vienen persiguiendo y logrando para nuestra desgracia…?

¿No es para pensar mal, incluso, el hecho de que el ínclito ese que otea distraído y despreocupado desde su particular Otero haya llegado a votar una ley de “ordenación del territorio” con los mismos que nos roban, nos vejan, nos insultan, nos niegan y cercenan, sistemáticamente, cualesquiera de nuestras posibilidad de futuro? Naturalmente que no solo “los gatos quieren zapatos (pues también) [y] los ratones calzones”. ¡Al tiempo…!; mas, en esta tesitura y habiendo metido la patita hasta el corvejón (ya lo habíamos advertido), “¿quién le pone el cascabel al gato?”

martes, junio 03, 2008

Las declaraciones de Fernández Santiago o la Ley del Embudo

Como suponemos que todos sabéis, la Ley del Embudo dice que "lo ancho para mí y lo estrecho para el resto" y siguiendo esta máxima, Fernández-Santiago, hace unas declaraciones de "juzgado de guardia" que podéis leer en el siguiente enlace:

http://actualidad.terra.es/provincias/soria/articulo/fernandez-santiago-uso-principio-solidaridad-2520263.htm

Sí queridos lectores, estais leyendo bien, Fernández Santiago habla de "solidaridad" como "complemento a la autonomía" y lo hace desde su posición de presidente de las Cortes de Castilla y León, la comunidad autónoma más insolidaria y centralista y, por lo tanto, menos autonomista.

La anti-comunidad que padecemos en la que desde hace 25 años, la Junta que nos (mal)gobierna potencia lo "castellano" y silencia lo "leonés", explota los recursos leoneses para beneficio de los castellanos (agua de Riaño, recursos paisajísticos, líneas de alta tensión, nieve, acontecimientos históricos, etc.) habiendo utilizado, para mayor vejación, los menores niveles de renta de las provincias leonesas como coartada para conseguir fondos europeos que invertía casi exclusivamente en las provincias castellanas.

El último episodio de "justicia y equidad" ha sido declarar a Valladolid "zona Miner" para que pueda beneficiarse de fondos que debieran destinarse a las zonas mineras que mayoritariamente se encuentran en la provincia de León. ¿Pero dónde han visto ellos minas en esos páramos del sur? ¿Será que las tienen alojadas en sus huecas cabezas?

Se atreve a decir este señor, hablando de este engendro, que "se ha pasado de una sociedad localista a estar integrada en el euro, y, de tener rentas en un 76% del Producto Interior Bruto europeo a casi alcanzar el 100% de convergencia"; por supuesto sin mover una pestaña (ya se sabe que algunos hablan sin mover el bigote..., todo se hereda) y sin explicar que las diferencias de renta entre Burgos y Valladolid, por un lado, con niveles de renta iguales a la provincia de Barcelona y superiores a las otras tres provincias catalanas, y Zamora por el otro, son del 36%. ¿Es esto lo que el buen señor denomina "solidaridad", "convergencia" e "igualdad de oportunidades"? ¡Ah!, ya comprendo; debe tener una nueva edición de diccionario, no apta para ciudadanos normales; quizás haya que denominar santiagués esta curiosa variante lingüística.

Insistió también en que la nueva financiación debe abordar la mejora en la prestación de servicios a los ciudadanos, afirmando que «hay que tener en cuenta que tenemos una población envejecida, y que es necesario ponderar los costes», añadiendo que se debe respetar que «todos tengamos las mismas oportunidades».

¡Cómo se puede ser tan cínico, cuando la provincia de León, la más extensa de la Comunidad y montañosa en un 75% de su territorio, con una población de 497.000 habitantes de los que 141.000 son pensionistas tiene 800 médicos menos que la provincia de Valladolid, llana y mucho menor en extensión y que cuenta con 521.000 habitantes! ¿En nombre de qué solidaridad y servicio al ciudadano se mantienen estos agravios comparativos? ¡Como el cemento, oiga...!

Y para rematar la jugada, "esta mente preclara" nos deja su opinión sobre "la existencia de una conciencia regional entre los castellanos y leoneses" diciendo que, según las encuestas, «hemos crecido en este sentimiento pero todavía no iguala al que tenemos por nuestras provincias» .

El Húsar está interesadísimo en conocer las encuestas que maneja este sujeto porque según las repetidas oleadas llevadas a cabo por el BAROCYL (¡anda que el nombrecito también se las trae...!), poco sospechoso de "cocinar" en contra de los deseos de la Junta, el "sentimiento regional castellano y leonés" es prácticamente inexistente en toda la comunidad. Pero ¿qué más les da? Ellos siguen "a su bola" y "el que venga detrás que arree".

¿Cuando aprenderán todos estos politiquillos de medio pelo (Herreras, Villalbas, Santiagos, Lópeces, etc.) que una cosa son sus deseos, convenientemente avivados por sus sustanciosos sueldos y otra muy distinta los sentimientos de los pueblos que, mal que les pese, no pueden cambiarse por decreto-ley?