No podemos estar de acuerdo con todo lo que dice Anselmo Carretero, (principalmente con el regalo envenenado de Pucela), pero nos parece importante que tanto leoneses, como castellanos, como el resto de los españoles, "desmemoriados" desde hace 30 años, recuerden lo que un segoviano de pro, como Anselmo Carretero escribió en 1994. Nadie es más que nadie, pero tampoco menos y la ocultación y menosprecio del Reino de León/País Leonés solo puede conducir al aumento de las tensiones políticas en todo el país porque "algunos" seguimos teniendo memoria, vamos a continuar divulgando nuestros conocimientos y, mal que les pese a muchos "estómagos agradecidos" cada día hay más jóvenes en las provincias leonesas que conocen su verdadera historia y su verdadera identidad:
Podría parecer poco serio que en pleno siglo XXI, cuando España se encuentra participando activamente en un proceso de integración europea, se pretenda llamar la atención sobre la Historia del Reino de León y de la identidad leonesa, pero citando a Carmen Parga, es necesario hacerlo “antes de que sea tarde”.
Si un pueblo sin historia es un pueblo sin identidad, el pueblo leonés –y no precisamente porque carezca de historia- lleva camino den enterrar su identidad en el olvido. No deja de ser una triste paradoja que, después de haber sido –la leonesa- la nacionalidad histórica que mas contribuyó (en lo bueno y en lo malo) a la vertebración del Estado español actual, sea precisamente esta la que vaya a tener su fin en el arcón de los recuerdos. Pero, mas triste aún, es que todo ello se produzca, en gran medida, gracias a la ignorancia en la que, permanentemente, ha estado sumido el pueblo leonés.
¿Cómo ha sido esto posible? ¿A que se debe esta amnesia histórica del pueblo leonés? La respuesta tiene un aparente carácter contradictorio: nuestra propia historia. Analizándola podremos descubrir cómo, especialmente desde mediados del siglo XIX, somos nosotros mismos –los leoneses- quienes propiciamos la ocultación de nuestro pasado histórico. Mas concretamente, fueron las oligarquías cerealistas de la planicie del Duero, con foco principal en Valladolid, quienes, en su enfrentamiento con todo lo que representaba la industria textil catalana, no dudaron en recurrir a medios espurios para defender sus intereses. Así, de una pura invención torticera, emerge una imagen de Castilla que viene a apropiarse del corazón mismo de León, la Tierra de Campos, una tierra permanentemente defendida por los reyes leoneses de las ambiciones de navarros y castellanos. Y al propio tiempo y sin ningún rubor, quisieron hacernos creer –y desgraciadamente son muchos los que así lo vienen creyendo desde entonces- que una ciudad leonesa por excelencia, Valladolid, era y había sido siempre la capital de Castilla. ¿Qué tiene que ver en su origen con Castilla una ciudad que fue fundada por el mas fiel de los vasallos del rey leonés Alfonso VI y el mas acérrimo enemigo de los castellanos: Pedro Ansúrez, Conde de Carrión?
Sobran testimonios escritos que, sin ninguna duda, dejan sentado que Valladolid surge en la historia como un baluarte para la defensa de los intereses de León frente a Castilla. Pero fueron los propios leoneses, que no los castellanos, los que originaron el confusionismo histórico actual.
Así lo cuenta Luis Carretero y Nieva, quien ofrece una visión de León desde Segovia, desde la auténtica Castilla.
“A pesar de que León es un Estado de muy vieja tradición y de personalidad histórica no solo defendida sino sobresaliente entre todos los de España, de actuación guerrera intensa y triunfante, que ha contribuido más que ninguna otra de las nacionalidades peninsulares a la formación de la monarquía española y por tanto del Estado Español moderno; y aún cuando Castilla era un grupo agregado y discordante, tan en desacuerdo con el núcleo original de la monarquía en sus esencias políticas y sociales que se aparta de ella por un movimiento separatista de carácter nacional; se toma el nombre de Castilla como expresión de un conjunto de pueblos y estados en la que ella es precisamente la parte extraña”.
(L. Carretero y Nieva, Las Nacionalidades Españolas, México 1952, págs. 156-157)
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