sábado, marzo 18, 2017

MAS PEPISTAS QUE EL PEPE

Sí, ni se han equivocado ustedes ni el propio Húsar se ha confundido de tecla; todo el mundo, sin embargo, conoce la expresión, casi homónima, "ser más papista que el Papa". Sin embargo, dada la falta de referentes, en este sentido, no estorbará que recordemos brevemente que la frasecita en cuestión se utiliza para referirse a determinadas personas que ponen, en un asunto, creencia, doctrina, etc., más empuje o preocupación que quien estaría más directamente afectado por ello. Este tipo de individuos (o grupos) se suele caracterizar por mostrarse incluso mucho más dogmáticos, intransigentes y hasta sectarios a la hora de interpretar dicha doctrina. En resumen, pretenden ser mejores que el propio original y, en la mayor parte de las ocasiones, ocultan un evidente complejo de inferioridad puesto que no se consideran a sí mismos como alguien que forma parte de la más pura ortodoxia, de ser digno de figurar entre los verdaderamente elegidos, por lo que tienen que hacer más méritos a cada momento; especialmente a costa de aquellos, de su mismo colectivo, en el caso muy especial de los colaboracionistas, a los que incluso imitan acaso sin saberlo. No vamos a ser tan retorcidos...

A la luz de estas reflexiones, los leoneses tenemos un nuevo (¿nuevo?) y grave problema. En este engendro autonómico del agrado de tan pocos, que podríamos afirmar que solo lo defienden quienes se aprovechan directamente de él, ha llegado el momento del relevo del Señor de las Provincias. Y, en esta pelea de gallos que se anuncia desde la “meseta castellana”, han aparecido dos personajes que, aunque nacidos en “el oeste de la comunidad” y, por lo tanto, en los límites del Reino de León, Región Leonesa o País Leonés, no tienen conciencia de ser LEONESES, ignoran lo que significa la identidad e incluso reniegan y abominan de sus raíces. Mira que, según avanzan los tiempos, es realmente una postura bien triste. Pero, los demás debemos ponernos en lo peor.

Ambos leoneses, aunque no se sepan ni se reconozcan como tales, en sus convicciones más íntimas, seguramente se consideran castellanos de segunda fila, por lo mismo, intentarán, con sus discursos y futuras actuaciones, hacerse perdonar su falta de pedigrí.

Lo que hemos visto y padecido hasta hoy en los ataques a nuestra identidad, a nuestra cultura, costumbres, economía, supervivencia, en suma, no será nada comparable con lo que nos espera cuando ambos a dos comiencen a exponer su particular visión sobre la Comunidad que nos subyuga, nos acogota, nos asfixia, nos oprime y nos esclaviza. Como pequeña muestra, esta es la opinión de un periodista del régimen castellano referida a uno de ellos: “Antonio Silván es un leonés que lleva a Castilla y León en el corazón”. ¡Mal compañero, diría un cardiólogo...!

Es algo tan repetido, a lo largo de la historia, que, salvo rareza que no prevemos en esta ocasión, solo nos quedará esperar y constatar, más pronto que tarde, que León y lo leonés serán los grandes perdedores, una vez más, en esta fiesta macabra, en esta cámara de los horrores. A alguien, con mala conciencia, se le ocurrirán nuevas ideas para revitalizar la fundación Villalar, lo de la Tierra de Pavor, lo de los productos castellanos, lo de la comunidad viva (en tierra muerta) y toda esa serie de majaderías sin sentido que padecemos, desde hace más de treinta años. Con estas campañas bobas, caras y sin sentido no pretenden ni siquiera vender más; sólo una cosa: terminar con todo lo que no sea la doctrina oficial castiespañola representada por una serie de iluminados cerealistas que acometieron, en su complejo de inferioridad frente a las autonomías periféricas y separatistas, la tarea de crear una enorme extensión de terreno (“sumando nada a la nada”, que diría Carlos Santos de la Mota), que consiguiera hacerles frente. Aquello de “los intereses de Estado” del muy democrático Martín Villa. De ese modo habrían conseguido ser el centro para presumir de ser el centro y justificarse como el centro más centrado de la centralidad. Pura tautología estúpida pero interesada...

Mas, como la cosa iba, incluso, contra la propia Constitución que acababan de aprobar (aquello de las “regiones históricas”), a continuación, había que hacer callar algunas bocas discordantes (a algunos les metieron literalmente las lentejas como al pato francés), propagar doctrinas ridículas, cambiar la historia a capricho y arruinar a las zonas disidentes. ¿En qué difiere esto de lo que nos enseña la historia?

Las mismas causas siempre han producido idénticos resultados… salvo que, en algún momento, la masa social se canse y mande al paro (no vamos a decir a la guillotina, que ya estamos en otro momento de la historia, aunque no lo parezca) a quienes, amparándose en aquello de son o se ven como los elegidos, empobrecen a sus representados y envilecen cuanto tocan. Y mira que la cosa tarda...

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