Este tipo de posturas no debería ser, en este siglo XXI, pero ¿qué quieren ustedes? Los que viven de la mentira y de la manipulación, los caciques nada o muy poco evolucionados y descendientes de aquellos del siglo XIX se aferran a un estatus que les favorece grandemente; “hagamos todo lo posible para que nada cambie”. Instalados en el poder por generaciones, no se resignan a las evidencias que les explotan ante los ojos, no aceptarán nunca los cambios que pueden apearlos de su pedestal y seguirán pagando a los que se dejen comprar… que siempre encontrarán algunos, a pesar de que estas mentes preclaras sepan, perfectamente, que lo que escriben no es más que una sarta de bobadas que alguien, en interés de otro, manipuló y que al amo de turno todavía le vienen bien.
Otros, simple y llanamente, no se atreven a saber; la información, es cierto, a veces causa desasosiego porque rompe con verdades establecidas. Es mucho más fácil dejarse llevar por la corriente que nadar en su contra... también en cuestiones científicas, históricas o culturales.
Como ejemplo: apasionado que es uno de los viejos libros, nos hemos hecho con una pequeña joya titulada “Manual de Historia de España” y publicado en 1939. ¡Se imaginan! Con el famoso y conocido VICTOR y publicado por el Instituto de España para ser utilizado como texto escolar. ¡Toma ya historia al servicio del Régimen!
Así comienza, y saquen sus propias conclusiones, aunque no les excusaremos de las nuestras: “La Historia es como un cuento maravilloso; pero un cuento en que todo es verdad, en que son ciertos los hechos grandiosos, heroicos y emocionantes que refiere. (…) Por la Historia se sabe lo que ha ocurrido en cada país y cómo fueron sus Reyes, sus gobernantes y sus personajes más ilustres. (...) La Historia hace relación de las guerras, de las hazañas extraordinarias, de las aventuras fantásticas, (...) y de todo cuanto han realizado los hombres desde los tiempos más antiguos. En la Historia se guarda el recuerdo de la vida del mundo”.
Pues bien, a pesar de estas altisonantes palabras, en el apartado de la Historia Antigua, no se cita nada en absoluto sobre las guerras contra cántabros y astures, no existen ni las Médulas ni los canales que hasta allí transportaban el agua (la mayor de las obras de ingeniería romana, en apreciación de muchos arqueólogos), a la Legio VI e incluso a la VII debió tragárselas algún agujero negro... Dicho de otro modo, no nos sorprenda que de León y sus hechos de esa época nadie sepa nada, nadie lo valore e incluso nadie nos crea cuando argumentamos algo en contrario. Pura consecuencia de generaciones manipuladas... que no se han atrevido a saber, a buscar más lejos en el tiempo, en la historia y en las causas que les expliquen lo que son.
Si esto es lamentable, podríamos calificar hasta de deprimente la explicación que este librito hace de la Edad Media; nada se dice del gran Ramiro II y su victoria de Simancas que hizo arrodillarse ante él a Hasday, emisario del Califa Abderramán III. Se señala (¡dónde irían a buscar las fuentes!) que Sancho el Mayor de Navarra conquistó parte de León reinando aquí Alfonso el Noble (no se cita nada de lo que hizo, a pesar de ser el autor del Fuero de León, en 1017). Para refrendar su insensatez asegura que “esto ocurría en los comienzos del siglo XI” y que, “al morir repartió sus estados entre sus hijos (…) y convirtió en reino el condado de Castilla, que dio a Don Fernando”. Más tarde viene el conocido estrambote: “Fernando I de Castilla se casó con una hija de Alfonso el Noble de León, la que heredó la Corona leonesa, de modo que Fernando I gobernó en León y en Castilla”. ¡Toma explicación convincente y olvida ya lo que sabes de Vermudo III y la batalla de Tamarón!
Aquí, ya se lo imaginaban, aparece también la guinda de la Edad Media española; tras contar a medias la herencia de Fernando, relata: “Luego Sancho el Fuerte puso sitio a la ciudad de Zamora, donde el traidor Bellido Dolfos lo mató por la espalda”. ¡Menos mal que, ya hace algún tiempo hemos conseguido hasta cambiar el nombre del infame “Portillo de la Traición” y Bellido comienza a ser rehabilitado... pero aquí, entre los amigos, sin publicidad, en silencio para que nadie se ofenda; especialmente los de siempre.
No podía faltar ¡claro está!, la famosa “Jura de Santa Gadea” que, como todo el mundo sabe ya, no pasa de ser una leyenda castellana urdida en desprestigio del rey de León. ¡Bueno era Alfonso VI; como para aguantar semejantes tonterías!
La herencia del gran Alfonso es también sorprendente; cuenta este anónimo libro que “Alfonso VI dejó el reino de Castilla a Doña Urraca y formó el condado de Portugal que dio a Doña Teresa”. Absurdo reduccionismo y mentira que hace desaparecer, como si de magia se tratara, el Reino de León bien a pesar de que la citada doña Urraca pidiera ser enterrada con sus antepasados en el Panteón de los Reyes de San Isidoro, al que, ¿para qué?, tampoco se hace la menor mención. Algo semejante ocurre con la torpe e insulsa explicación sobre Alfonso VII: “Unos diez años antes de morir el Batallador, había muerto su mujer, la Reina Doña Urraca de Castilla, donde quedaba por Rey Don Alfonso VII de este nombre en Castilla, hijo de Doña Urraca y del príncipe borgoñón”. Pedante, repetitivo, manipulador y mentiroso.
Ofensiva también, en grado superlativo, es la apreciación sobre nuestro Alfonso IX: “Así como Sancho de Castilla había dejado un hijo que se llamaba Alfonso VIII, su hermano Fernando, Rey de León, dejaba otro hijo también llamado Alfonso, y este era Alfonso IX de León. (...) De los dos primos, el que más valía era el de Castilla, como Rey y como guerrero, deseoso siempre de pelear con los musulmanes. En cambio, Alfonso IX de León tuvo mezquinas ambiciones políticas y guerreó con su primo Alfonso VIII”. Naturalmente; hasta tuvo que interrumpir las Primeras Cortes con representación popular para hacer frente a su fantástico primo, tan pacífico él, que le invadía por el Sur y por el Oeste y que llegó a destruir la Judería que se encontraba en Puente Castro...
Quizá lo mejor, para pasar a la gran historia castellana, hubiera sido que nuestro Alfonso rindiera la urbe regia; el castellano la habría destruido y “muerto el perro se acabó la rabia”. ¡Pero cuánta guerra dan estos leoneses que, una y otra vez, no se dejan conquistar por los castellanos...! ¡Ni el héroe de las Navas, tan majo él, pudo con ellos!
Y llegamos al “fin del Reino” que nos es contado de este modo: Doña Berenguela, mujer de gran talento y discreción, renunció a la Corona de Castilla en favor de Don Fernando, hijo suyo y de Alfonso IX. Luego murió Alfonso IX, y Don Fernando, Príncipe devoto y santo, heredaba de su padre el trono leonés. De este modo volvían a unirse León y Castilla, y esta vez, ya para no separarse más. En realidad, León se fundió con Castilla y al Estado formado con los dos reinos juntos se le siguió llamando Castilla”. Así, con todas las letras, sin mover una ceja e ignorando o despreciando la realidad histórica más elemental...
Pero esto es lo que tenemos, esto es lo que muchos han aprendido y, como loritos bobos, siguen repitiendo. A esto debemos atenernos también y contra estas “verdades” establecidas tenemos la obligación de luchar. De ahí que, como se suele repetir, “la verdad os hará libres”; pero ¿quién se atreve a buscarla, a riesgo de encontrarse con algo que no esperaba? Facilitémosles esa verdad y ahondemos en nuestra historia, con rigor, para combatir sus tristes, ridículos y pobres argumentos.
¡Atrevámonos a saber!
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