Dicen algunos (¡malas lenguas, quizá!) que los leoneses tenemos mucho que ver con los aragoneses; cazurros y baturros parecen hechos
por el mismo molde, al menos en lo que se refiere a la perseverancia, a la tenacidad y a la constancia. Poco que ver, sin embargo (siempre es posible cualquier tipo de caricatura, sobre todo cuando en la parte contraria anida una gran dosis de envidia y hasta de mala uva), con la terquedad o la cabezonería del sí porque sí; alguno habrá, naturalmente, aunque no es exclusivo patrimonio de nuestra gente. Esta obstinación es más bien patrimonio de algunos otros que hablan por boca de ganso y repiten alguna de esas frasecillas cocinadas directamente por las agudas mentes de los “bancos de pensadores” de los partidos, que es lo mismo que decir muletilla sin sustancia y sin sentido vehiculada desde la secta y repetida con el mismo convencimiento que un lorito bobo.
En esas estamos por esta Tierrina nuestra, embarrancados en varios frentes que no conseguimos quebrar y que están minando la moral de la escasa tropa que nos queda, fiel aún a las ideas de una defensa cerrada de lo nuestro, de nuestra especificidad, de nuestra economía, de nuestro patrimonio, de nuestra identidad.
Lo que se lleva últimamente (demasiado tiempo ya para tan probada paciencia que debería ser hasta santificada) es repetirnos aquello de que en el arca ya no quedan ni las telarañas, "No hay dinero para la estación ni el soterramiento y no vamos a engañar" (según el Alcalde, en recientes declaraciones). Pero tampoco hay dinero para poner en valor el Vicus Ad Legionem, ni para desenterrar y musealizar los Principia, ni para acabar con el suplicio de Lancia, ni para adecentar la herida causada por “la integración de FEVE”, ni para terminar el Palacio de Congresos, ni para reflotar el
aeropuerto, ni para agilizar la línea del AVE, ni, ni, ni… Y esto solo pensando
en lo más inmediato; lo demás parece ya haberlo llevado el viento del olvido,
de la desidia, de la apatía o de la resignación.
La segunda frase que llena la boca e hincha los pulmones de nuestros engolados políticos es aquello de que “esto es irrenunciable”; para lo bueno y para lo malo. Para lo bueno en la situación bastante corriente de su bajada de pantalones, en su descrédito y falta de compromiso, creen curarse y justificarse con la susodicha muletilla de la que, se malicia uno, no alcanzan a entender ni el sentido. ¡Son tan limitaditos los pobres! En el segundo caso, y aquí se encuentra la coartada de esta reflexión de hoy, da cobertura a la actitud del politicucho obtuso y cerril (le han elegido en una lista cerrada, pero se cree investido poco menos que de infalibilidad papal) que como el baturro, un poco bruto él, claro está, que, caminando por la vía con su borrico (se trata de una historia bien conocida), se dirigía así al tren que le venía de frente.
Esa es la actitud de una concejala de este Ayuntamiento que nos ha salido respondona y hasta engreída; es muy probable, por sus hechos y actitudes, que no haya pasado de la primera lección de la asignatura de Democracia ¡Ah, claro, que no la hay…! Ya le parecía al Húsar...). Ni consiente que se la contradiga ni siquiera que se opine en contrario de lo que hace, dice o deja de hacer… que es más que lo primero. Claro que, “si tuviera dinero (otra vez la misma cantinela), pondría la ciudad que no la conocería nadie”; ¿para bien o para mal, oiga? Se pregunta el pobre paletín leonés, mientras reflexiona que a la única que "no quisiera conocer" es a la mentada edil... No hay más que ver lo que se está haciendo en la mentada “integración de FEVE” (obra en la que no se ha querido apear del borrico del baturro a pesar de la presentación de más de
3.000 firmas en contrario) o en la, para ella, “irrenunciable” carretera que sepultará, con losa de negro asfalto, unos restos únicos en España: el Vicus ad Legionem... ¡Incalificable!
Puede que este pueblo, adormilado y ya casi domesticado, en un arranque de orgullo y amor propio ponga a cada uno de estos "ilustrados a la violeta" en el lugar que les corresponde: por lo menos en su casita, donde ya no podrán (con su actitud mediocre de obediencia servil al amo a quien tanto deben pues les ha encumbrado por encima del populacho), seguir haciendo daño al común y destrozando las esperanzas, el patrimonio y el futuro de todos.
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