En este mundo nuestro de la “comunicación”, hay que estar muy atento a los mensajes que, como claves de otros tantos enigmas, nos llegan a través de los medios. Contadas ocasiones tenemos para recibir una tan clara, tan diáfana y tan expresiva, dado que dichos medios se encuentran más que mediatizados; domesticados, diría alguien, manipulados y con síndrome de Estocolmo, pero mirando al tamaño de la apertura de la bolsa, limosnera o maletín que, en este caso, sí que importa, opinarían otros.
Cuando la conciencia se hace laxa al ritmo de la necesidad imperante, cuando el valor de referencia ya olvidó las convicciones o la palabra dada, el agradable tintineo de las monedas pesa en los ánimos mucho más que el oro, único patrón y hasta refugio de estos terribles años de vacas flacas, en los que muchas familias se comen la pensión, los ahorros, las joyas y hasta la hijuela de los abuelos, algo que incluso los bancos de la “Champions league” no tienen empacho en llevar a cabo. ¡Pobrecitos; con el dinero que se repartían los anteriores ejecutivos... o mejor ejecutores!
La revelación de hoy nos ha venido, seguro que de forma nada premeditada, pero de lo más ilustrativa, en forma de titular: “La Junta paraliza la actividad de Antibióticos por el grave riesgo de sus instalaciones para los leoneses”. Algo nos maliciábamos ya, y en este rincón de libertad ha quedado escrito, en prosa y hasta en verso.
La Junta, que tanto “nos quiere”, hace todo lo que puede para impedir los vuelos en el Aeropuerto de León, entre otras razones, para evitarnos la contaminación que producen (¡ingratos que somos y que no sabemos valorar sus esfuerzos!); cerró el valle de Riaño con un muro, en modo alguno para robarnos el agua que allí se embalsa, sino para anegar unas tierras poco menos que improductivas y construirnos otro mar interior que, en nuestra estupidez, ni sabemos agradecer ni aprovechar, ni explotar (¡oro sacarían otros de esta oportunidad, palurdos leoneses!); lo que entendemos por obligada emigración de nuestros jóvenes y la incapacidad de sustituir ya una generación que se nos va, debe ser interpretado en clave de búsqueda de mejores oportunidades para los que se marchan y mayor calidad de vida para los que se quedan (siendo pocos tocaremos a más...), etc. etc. ¿Para qué alargar la lista? Intenten su particular exégesis y, detrás de la apariencia, siempre encontrarán, como acabamos de hacer nosotros, una causa que, faltos de visión universalista, siempre se nos ocultaba... o simplemente se nos escapaba.
Y no me sean Uds. malpensados, díscolos o recalcitrantes, los proyectos que tienen para quemar neumáticos y toda suerte de desechos en El Bierzo y La Robla, no son para contaminarnos el medio ambiente, sino que también son una muestra de su preocupación por nuestra salud. Si debido a dichas quemas se estropean los barcillares... así evitaremos producir vino y... no nos emborracharemos, al tiempo que evitaremos ser multados porque nuestros hijos puedan padecer comas etílicos. ¡Señor, Señor, con lo que se preocupan por nuestra salud y nosotros tan desagradecidos...!
De modo semejante entonces podríamos analizar la mayor parte de lo que los leoneses calificamos de infortunios, desgracias, adversidades y reveses que, más o menos provocados, han venido sacudiendo la sociedad cazurra y sus circunstancias; fundamentalmente desde que alguien, un iluminado de los dioses, sin duda, se dio cuenta de que no sabíamos caminar solos por la vida y necesitábamos de un buen tutor que, látigo en mano, si falta hiciera, nos pusiera en la vía del trabajo (casi esclavo), de la productividad (en beneficio de otros) y del olvido de unas raíces que (¡ya me dirán ustedes para lo que sirven!) nos serían sustituidas por otras con universal pedigrí.
¿Entienden ustedes ahora por qué la Junta juntera y comunera nos “hace llorar”? Sencillamente porque nos quiere; es más, realmente nos adora y, por ese medio que viene utilizando nos lo hace saber todos los días, sin descanso y sin medida.
No importa si, en este caso o en otros, no se ponen de acuerdo ni en el argumentario ni en las consecuencias, ni en los tiempos; vamos, como el señor de mi pueblo que seguía debatiéndose en la duda metódica de la burra o los cuarenta reales. Aquí se trata solo “de una medida cautelar a través de la que se paraliza temporalmente la actividad...” (otros hablan, sin ambages, de “la crónica de una muerte anunciada”); pero no se me vayan a poner trágicos, el señor portavoz que porta-vocea (y por aquí bien sabemos lo que es vocear y, si así no fuera, búsquese en el diccionario que es un buen ejercicio) nos calma con su acostumbrado discurso de “esto no es ni carne ni pescado, más bien carne de membrillo”: “no se trata de una situación alarmante, porque no supone riesgo alguno ambiental” (¡Ahhh!) ¿Y humano?
Y, después de todo, queremos advertirles, a la luz de otro sabio refrán ya que estamos en ello; como no parecemos aprender la lección, ellos siguen dispuestos a que la asimilemos. Es lógico, se trata de las Obras de Misericordia que citaba el viejo catecismo del Padre Astete: “enseñar al que no sabe”; mas, conociendo sus métodos, nos tememos que el que nos apliquen será el antiguo, “la letra con sangre entra”. ¡Ale, a comprar tiritas, paisanos!
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