Los ánimos, últimamente, están para poco, agotado casi el crédito de la esperanza...; el tiempo, para menos aún. El uno y los otros nos
llevan, de manera reiterada y cada vez con mayor reincidencia, a estos largos periodos de silencio en los que, bien lo intuimos, nuestros lectores irán abandonando este, no hace tanto, rincón de libertad donde varios colaboradores vertían sus reflexiones, sus denuncias, incluso sus deseos o compartían, sin más, una necesaria cura sicológica ante este estado de cosas que ni hemos merecido ni parece tener cercano un fin. ¡Qué negro y largo se nos hace el túnel!
No cabe sino solicitar sinceras disculpas y seguir implorando una necesaria unión de todos los que escribimos, con mejor o peor fortuna o acierto, sobre nuestra Tierra, sus problemas, sus necesidades, las injusticias que contra la misma se cometen, el expolio casi obsceno y la manipulación que no acaba.
Hoy, el inefable señor Madrid, sí, el mismo, el D. Demetrio ese, con nombre de borrico carnavalero que hasta arrancó un bien merecido tercer premio, nos ha dado pie para esta nueva reflexión. Este “buen hombre” que parece aburrirse, sentir el síndrome del
poder perdido (“llora como mujerzuela...”) o simplemente no tener el menor reparo para seguir ofreciéndose como el tonto útil, una figura que, por lo que vemos, le viene al
dedo, ha vuelto a rebuznar... digo a las andadas.
Según los medios, acaba de afirmar que “creará una sociedad de amigos de Villalar”. La obsesión de ser algo o de creerse alguien parece ser uno de los síndromes más acusados de aquellos a los que ha dejado, quizá tirados, la política y no saben vivir de otra cosa. No se resignan y serían capaces de hacer el número de la cabra hasta, si necesario fuera, haciendo el honroso papel de este noble caprino. ¡Pero qué poco tienen que hacer algunos o cuán poco se consideran para bordar el ridículo de este modo!
¡Mira que tiene bemoles la cosa... y hasta sostenidos y becuadros! Claro que este “pobrecito hablador” no parece tener muy claro lo que significó el movimiento comunero (¡qué cantidad de interpretaciones tan poco acertadas o, como mucho, traídas por los pelos!); pero ¿qué importa, cuando de lo que se trata es de seguir alimentando al monstruo, adulando al poder y ensalzando al “engendro”; incluso a riesgo de que se rían de uno. Sr. Madrid, ¿pero aún no se ha dado cuenta de que ustedes caminan por un lado y los leoneses van por otro muy diferente? ¿O es que, a pesar de lo que babean, les importa menos que una higa?
Alguna razón tiene, sin embargo, este “ilustrado personajillo” cuando afirma, por ejemplo, que los políticos “deben ser parte de la solución y no del problema”. ¡Cuánta sabiduría, señor mío! Si el día en el que Martín Villa tuvo la infeliz idea de crear “la Comunidad más grande de Europa”, hubiera tenido un torzón o cualquier otra dolencia que le hubiera obligado a permanecer amarrado al duro banco del Sr. Roca, ¡qué felices
seríamos ahora y de qué cambios tan notables estaríamos disfrutando! Sumemos a este, la retahíla de los Morano, Carrasco, Silván, etc., y toda la patulea de un lado y de otro, que tanto me da, y llegaremos a la conclusión de que los leonesines de a pié debemos estar sumergidos en un innegable castigo bíblico. ¿Llegará algún día un Moisés que
nos redima? Visto lo visto, ya comienzo a temerme lo peor...
Pero sigamos sumando afirmaciones que suscribimos; hay sobre todo una que martillea en el cerebro de los leoneses, incapaces de encontrar respuesta coherente y a la que añaden otras preguntas como ¿pero qué hemos hecho (o no) los habitantes de esta histórica tierra, para merecer este trato?, ¿por qué este desprecio, esta burla, esta
manipulación sobre los hechos, las personas o las realizaciones de nuestros antepasados? D. Deme aseguró que “en cuanto al proceso de conformación de Castilla y León, (este) fue una cuestión de Estado”. ¡Pues qué bien, qué consuelo y qué honor ser sacrificados en esta pira funeraria, en este aquelarre político-brujeril, en esta hoguera de las vanidades castellufas, todo en mayor gloria y honor del centro más centrado del mundo mundial!
Así, a la luz de estas reflexiones surgidas a vuelapluma, ya no nos sorprende que, en la Plaza de España de Sevilla, por ejemplo, exista un cuadro representando a la provincia de León y que dice: “Alfonso VII de Castilla coronado emperador”, que se siga con la monserga de la Tierra de sabor que oculta y anula los productos leoneses o que hasta el Abad de la Colegiata de San Isidoro, el alma del Reino, repita una y otra vez lo de “castillaleón, en actitud servil ante la junta juntera de la junterìa... que Dios confunda y que, San Isidoro, patrono del Reino, castigue como se merecen, los unos y los otros... Amén.
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