¡Hasta los gatos quieren zapatos!
Este es el refrán que nos ha venido, de inmediato, a la memoria, leyendo El Mundo (12/06/2008; p. 18, de ese lamentable añadido que se dice “de León”), puesto que, según la explicación más plausible, describe la situación de aquellos que se atribuyen méritos que no merecen o pretenden algo que está muy por encima de sus posibilidades o condición.
Exactamente lo mismo que le ocurre al zamorano Demetrio, y conste que no nos referimos, para nada, a aquel burro zamorano-leonés que alguien paseara en ya lejano carnaval preautonómico por las calles de esta corte de reyes… Pero, como a día de hoy, cualquiera parece sentirse inspirado por alguna, sin duda, más que ociosa e indolente musa, ese mismo se cree en el derecho o la obligación de obsequiarnos con sus elucubraciones (veremos a quienes pueden éstas interesar…), en forma de libro; pero ¿qué culpa tienen los pobres árboles de la megalomanía de nuestros distantes (de la realidad) y ya más que repelentes próceres autonómicos?
Claro que, como bien adivinarán nuestros sufridos lectores, todos estos, sin duda, denodados esfuerzos intelectuales, incluso de algunos que pueden no saber “hacer la o con un canuto”, este exagerado y enfermizo cultivo del ego y este desmedido afán de no abandonar las fotos de una prensa servil, pacata, manipulada y manipuladora van a ser pagados con dinero del pobre contribuyente, al cual, si se le pidiera opinión, seguro que se acordaría de los antepasados de más de uno… El problema se agrava, además, cuando nos informan de que esto no va a parar aquí, puesto que “la publicación (es) la primera de una serie que está por venir…” ¡Dios, qué cruz…!
Y puesto que, en el encabezado de nuestra reflexión de hoy, hacemos referencia a este bravo felino, vamos a permitirnos la licencia poética de engarzar algún que otro refrán cuyo protagonista es el mismo animal; que conste que tampoco apuntamos hacia nadie en concreto, aunque quizá lo parezca, pero ¿a que serviría también, para la ocasión, aquel otro que nos previene: “ni gato ni perro de color bermejo”? Claro que ya era este un color de mal fario hasta para los egipcios…¡y mira tú que eran listos los tíos!
No me negarán tampoco que nos viene como anillo al dedo aquel otro que parece incidir en nuestra apreciación primera; confiesen con nosotros que la cosa tiene su miga y que escribir un libro no deja de ser “mucha carne para tan poco gato”. Aunque, quizás, alguno deba también preocuparse de que, en más de una ocasión, “la curiosidad mató al gato”.
No obstante hay algo que no deja de sorprendernos y no es otra cosa que los arrumacos y el compadreo que se traen, en estos últimos tiempos, el Juanvi y el Demetrio, con tanto jiji y tanto jaja; ¿no será que, en todo esto “hay gato encerrado” y que, a fin de cuentas, “yo mando a mi gato y mi gato manda a su rabo”, que no es otra cosa que la explicación de un deseo común a casi todo el mundo: el de tener a alguien por debajo a quien mandar o de quien servirse, incluyendo el hecho de utilizarlo como bufón? ¡Los hay tarugos…!
Bien sabemos todos que, a pesar de sus esfuerzos traducidos en inversiones millonarias, “para crear conciencia regional”, incluso ellos siguen convencidos de que leoneses y castellanos nos llevamos “como el perro y el gato” y que “jamás en el mismo plato comen el ratón y el gato”; mas, persuadidos como están de su superioridad, ese mismo convencimiento les da derechos que de ningún modo deben compartir con los demás. ¡Ellos nunca se equivocan!
Nos tememos, sin embargo, que, de nuevo “¡qué más quisiera el gato, que lamer el plato!”; y, habiendo escarmentado en cabeza propia, no ignoramos que “sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato”, y ¿acaso cabe alguna duda ya de que eso es lo que vienen persiguiendo y logrando para nuestra desgracia…?
¿No es para pensar mal, incluso, el hecho de que el ínclito ese que otea distraído y despreocupado desde su particular Otero haya llegado a votar una ley de “ordenación del territorio” con los mismos que nos roban, nos vejan, nos insultan, nos niegan y cercenan, sistemáticamente, cualesquiera de nuestras posibilidad de futuro? Naturalmente que no solo “los gatos quieren zapatos (pues también) [y] los ratones calzones”. ¡Al tiempo…!; mas, en esta tesitura y habiendo metido la patita hasta el corvejón (ya lo habíamos advertido), “¿quién le pone el cascabel al gato?”
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