PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE CARLOS SANTOS DE LA MOTA
Club de Prensa del Diario de León, 30 de marzo de 2008
Intervención del Autor
Bien, en primer lugar, lo que yo quiero decir es buenas tardes a todos y gracias por haber venido. En segundo lugar, abordaré el apartado de los agradecimientos, porque sin el concurso y la ayuda de algunos, ni hoy estaríamos aquí, ni el objeto de estar aquí, mi libro, se hubiese hecho realidad, estoy seguro. Empezaré por el presentador de mi trabajo, Hermenegildo López, para los amigos “Jimmy”, que cuando se lo propuse él me dijo que sería un honor. No, Jimmy, te rectifico, el honor me corresponde a mí por el hecho de que hayas accedido a pasar por este trance que no considero fácil. Gracias, “Jimmy”.
Cómo no dar las gracias también por su presencia aquí a Fernando Aller, director de Diario de León y a quien yo fui a ver hace cuatro años y él me abrió las puertas para que se publicara en su diario, durante 49 días, en agosto y septiembre de 2004, a página completa, la parte histórica de este libro, hoy algo retocada y ampliada. Fernando, sabes que te lo he agradecido mucho. Mi deuda no es material, es más sensible e íntima. Gracias, Fernando. Y a Emilio Gancedo, un afilado periodista que lo plasmó en la sección de Cultura en la que él se afanaba y se afana. Gracias también.
Gracias miles he de dar también a Melchor Moreno, consejero de Caja España, porque supo y quiso encauzar la administración que requería la financiación de este libro. Sin tu ayuda, Melchor, o sin la ayuda económica que proporcionaste, yo estaba resuelto a guardar en el silencio privado lo que hoy presentamos al público conocimiento, porque ni tenía dinero ni voluntad de financiar mi propio esfuerzo. Como bien sabes, y saben otros, todos los editores de mi región, que no es de nueve provincias, me cerraron las puertas, algunos de ellos incluso con financiación, o sea, pagando. Allá ellos, pero uno tiene la sensación de que se murieron antes de estar “moridos” de verdad. Lástima, tan grandes, tan adultos y tan miedosos. Esta es la fortaleza y la independencia empresarial que tenemos, y me temo que en el resto de facetas pasa lo mismo: hemos llegado a la sumisión de la obediencia y a la piltrafa de una dependencia inverosímil y cateta.
Claro que esto encumbra más si cabe a quienes todavía se mantienen en su digna verticalidad e independencia. Es el caso de Ángel Pajín Álvarez, mi editor, y de Europa Viva, su editorial radicada en Madrid, pero dirigida por mentes y manos leonesas como las de él. Cómo no le voy a dar las gracias a este hombre, por su apuesta valiente, por su aventura empresarial en el ejercicio de un derecho reivindicativo, o aunque sólo sea por querer dar libertad a los ecos reprimidos, primero en mi cabeza y luego en estas páginas. Ángel, después de muchas conversaciones por teléfono, déjame que te diga públicamente, también a ti, gracias.
Por supuesto, quiero también dar las gracias sinceras a todos aquellos que han contribuido a la difusión de este libro y que pueden o puedan tenerlo como alguna referencia. Pero hoy y ahora no hablaré de él, sino de otras cosas.
Club de Prensa del Diario de León, 30 de marzo de 2008
Intervención del Autor
Bien, en primer lugar, lo que yo quiero decir es buenas tardes a todos y gracias por haber venido. En segundo lugar, abordaré el apartado de los agradecimientos, porque sin el concurso y la ayuda de algunos, ni hoy estaríamos aquí, ni el objeto de estar aquí, mi libro, se hubiese hecho realidad, estoy seguro. Empezaré por el presentador de mi trabajo, Hermenegildo López, para los amigos “Jimmy”, que cuando se lo propuse él me dijo que sería un honor. No, Jimmy, te rectifico, el honor me corresponde a mí por el hecho de que hayas accedido a pasar por este trance que no considero fácil. Gracias, “Jimmy”.
Cómo no dar las gracias también por su presencia aquí a Fernando Aller, director de Diario de León y a quien yo fui a ver hace cuatro años y él me abrió las puertas para que se publicara en su diario, durante 49 días, en agosto y septiembre de 2004, a página completa, la parte histórica de este libro, hoy algo retocada y ampliada. Fernando, sabes que te lo he agradecido mucho. Mi deuda no es material, es más sensible e íntima. Gracias, Fernando. Y a Emilio Gancedo, un afilado periodista que lo plasmó en la sección de Cultura en la que él se afanaba y se afana. Gracias también.
Gracias miles he de dar también a Melchor Moreno, consejero de Caja España, porque supo y quiso encauzar la administración que requería la financiación de este libro. Sin tu ayuda, Melchor, o sin la ayuda económica que proporcionaste, yo estaba resuelto a guardar en el silencio privado lo que hoy presentamos al público conocimiento, porque ni tenía dinero ni voluntad de financiar mi propio esfuerzo. Como bien sabes, y saben otros, todos los editores de mi región, que no es de nueve provincias, me cerraron las puertas, algunos de ellos incluso con financiación, o sea, pagando. Allá ellos, pero uno tiene la sensación de que se murieron antes de estar “moridos” de verdad. Lástima, tan grandes, tan adultos y tan miedosos. Esta es la fortaleza y la independencia empresarial que tenemos, y me temo que en el resto de facetas pasa lo mismo: hemos llegado a la sumisión de la obediencia y a la piltrafa de una dependencia inverosímil y cateta.
Claro que esto encumbra más si cabe a quienes todavía se mantienen en su digna verticalidad e independencia. Es el caso de Ángel Pajín Álvarez, mi editor, y de Europa Viva, su editorial radicada en Madrid, pero dirigida por mentes y manos leonesas como las de él. Cómo no le voy a dar las gracias a este hombre, por su apuesta valiente, por su aventura empresarial en el ejercicio de un derecho reivindicativo, o aunque sólo sea por querer dar libertad a los ecos reprimidos, primero en mi cabeza y luego en estas páginas. Ángel, después de muchas conversaciones por teléfono, déjame que te diga públicamente, también a ti, gracias.
Por supuesto, quiero también dar las gracias sinceras a todos aquellos que han contribuido a la difusión de este libro y que pueden o puedan tenerlo como alguna referencia. Pero hoy y ahora no hablaré de él, sino de otras cosas.
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Yo soy una persona esencialmente libre, libre en un sentido modestamente amplio de la palabra. No soy funcionario del Estado ni del ente híbrido, no tengo brillos que sacarme ni por los que preocuparme, ni escaparate personal ni particular al que deba prestar una especial atención ni un esmerado cuidado. No me debo más que a mí mismo, a mi esfuerzo diario por ganarme el pan desde una muy humilde posición, y eso sí, también a mi convicción de honrada y coherente trayectoria en mis diversos pasos. Por lo tanto, no tengo ni quiero tener a nadie a quien agradar para defenderme a mí mismo en estos términos que aludimos y que luego alguna esquina del tiempo y de mi conciencia me lo recrimine. Soy, como decía antes, libre. Libre pobre, pero libre; es decir, bastante rico.
En esta situación de desahogo personal, no sólo puedo ver las cosas como creo que son, sino que puedo expresarlas como son y no como convendría expresarlas (ya saben, lo políticamente correcto) para que parecieran que son como no son. La situación de mi región, de nuestra región olvidada e insultada por el propio Estado y que no es de nueve provincias, reitero, es, como todos los indicadores solventes indican, caótica y depresiva. El adosamiento de la región de León a otra pobreza, entonces mayor como era una amputada Castilla, no sólo nos afirmó en el ninguneo propio, en nuestra propia desfiguración y muerte, sino que nos ha anclado más todavía en el retraso y en la nada. Nos hemos convertido a duras penas en unas tierras sucursales y ahora y más que nunca sometidas al olvido, a la tergiversación diversa e interesada y a un bamboleo que da vergüenza hecho contra un pueblo que jamás se hubiera imaginado semejante vapuleo en todos los órdenes. Yo suelo decir que el pueblo leonés en todo su ámbito regional, desde la cordillera Cantábrica hasta la sierra de la Peña de Francia no es verdaderamente consciente de todo lo que ha perdido en términos económicos, políticos, sentimentales, anímicos culturales, tradicionales, de particularidad, de independencia administrativa, identitarios, también sociales, de reconocimiento general, en fin, en muchos casos valores no cuantificables pero de una innegable riqueza empática como base sustantiva y vertebradora de lo que nos es común. Y me llamaría mucho la atención, si no viviéramos en un aburguesamiento que anula las reacciones primarias y de autodefensa propias del ser humano, que este pueblo, otrora inquieto hasta forzar durezas regias, no se hubiese levantado ya con la desobediencia civil ante la grave desafección que contra él se ha cometido.
El Estado está constituido por sus diferentes pueblos. El Estado no es madre ni padre de nadie. Los verdaderos padres y dueños del Estado son sus pueblos, y él en todo caso no es más que un resultado, una consecuencia, un depositario, y en puridad un organismo dependiente de todos ellos, de quien se nutre. El Estado no es más que el resultado de la unión de los distintos pueblos peninsulares que voluntariamente quisieron así constituirse. Pero el Estado ni es dueño, ni se debe sentir absoluto porque en razón no es más que una figura delegada. Es o tiene que ser un ente dependiente de sus pueblos, porque éstos son su verdadero sostenimiento. Y un coordinador leal de todos ellos, en todo caso, pero nunca dejar asomar ni entrever en él la desafección y la discriminación a cualquiera ni con cualquiera de aquellos que le vivifican. Sin embargo, el Estado y sus brazos ejecutores que son las distintas administraciones del mismo, se han portado con este pueblo, el leonés, como un prepotente dictador y un arrogante desalmado provocando la injusticia y perseverando en la herida. Dicho con franqueza, se ha portado asquerosamente. Un Estado que trata así a cualquiera de los pilares sobre los que se sostiene, ni merece ser querido, ni merece ser respetado. Ya lo decía el sacerdote y filósofo catalán Jaume Balmes: “Cuando las leyes son injustas, no obligan en el fuero de la conciencia.” El respeto es un camino de doble dirección.
Los grandes partidos políticos han abusado de su situación privilegiada, han engañado al pueblo con astucias mezquinas e irresponsables, se han comportado desvergonzadamente sordos y ciegos, y han empleado los resortes del poder, es decir, de un poder que es delegado por los pueblos, no suyo, para hacer con él diseños de capricho nada histórico, ambiciones megalómanas y otras veleidades que nunca les han correspondido, porque ellos, al igual que el Estado, mientras estén ahí no se pertenecen a sí mismos, ni al Estado, sino que son delegados y pertenecientes al pueblo, representantes de él y sometidos a él. Pero hete aquí que el trampolín honesta y honradamente otorgado por su pueblo, lo han empleado ellos para negar contumazmente la particularidad de este pueblo y la legítima aspiración a sentirse y ser política y administrativamente una región, o país, o comunidad, o como quiera que se llamase, en igualdad con el resto de pueblos españoles. A la región leonesa aún le falta por ascender el peldaño que ya han subido el resto de pueblos. Padecemos un claro déficit, todavía, y estamos en una democracia incompleta, también todavía. Al hilo de esto, por lo tanto, el pueblo leonés vive bajo una (otra más) subsiguiente dictadura. Dicho de otra manera, en las tierras leonesas al Partido Socialista y al Partido Popular, como cómplices de este engaño y zancadilla al pueblo que los acoge, habría que crucificarlos. ¿Cómo?, no dándoles un aliento, no regalándoles un voto.
El problema no es nimio, ni baladí. El problema afecta no a unos pocos, ni a un sector, ni a una sola de nuestras provincias. El problema afecta a la totalidad de la sociedad, al entronque de la regionalidad propia, a nuestra íntima y vieja particularidad, a nuestro inalienable derecho, orgullo e, incluso si me lo permiten, a la misma médula espiritual de nuestro ser. Las tierras de nuestro pueblo han sido secuestradas, arrestadas y llevadas hacia puertos de confusión, de olvido y, con el tiempo, de inexistencia, porque todo llegará a negarse. En nuestras manos, no obstante, siempre estará la solución porque no hay nada que un pueblo entero quiera y no se le dé. Pero entiendo que hay que cambiar algunas actitudes y comportamientos en nuestros propios adentros. En primer lugar es exigible hacer trascender este problema nuestro más allá de nuestras calles, más allá de nuestros límites provinciales, también regionales leoneses, y más allá de esta malhadada comunidad, porque más allá de esta comunidad sosa, desgarbada y malquerida con razón, nuestro problema ni se sabe ni se escucha. También debería recurrirse a instancias nacionales e internacionales con el objeto de provocar al menos el interés informativo de los medios, tan callados a veces, tan perspicaces y agudos otras. Y hasta habría que recurrir al jefe del Estado. ¿Para qué está entonces? No se iría con mentiras, sino con verdades; no se iría avalados con atropellos históricos ni jurídicos, sino con la simple y llana justicia; no se iría hueco de razones, sino dolidos por el injusto y perverso empleo de ellas. También los que son verdaderamente cómplices de esta causa justa y necesaria y que tengan micrófonos a pocos centímetros de la boca, no deberían emplearlos para sacarse brillo personal, utilizando la excusa leonesa en su particular lustre, pero sin comprometerse ni determinarse. Tampoco los que escriban deberían ser ininteligibles, ni sus textos hábilmente difuminados ante la idea capital. Los políticos tendrían que demostrar más vergüenza, más claridad, más contundencia, más trabajo y más verdad. Así como todos aquellos que desde su lugar de trabajo, si la decencia, el orgullo y la dignidad no les inclinan a la duda, o peor, a la traición o a la inconsecuencia, deberían también manifestarse abierta y crudamente contra este atropello a un pueblo que ha padecido un innecesario e injusto desprecio. O se actúa de esta manera, o sólo estaremos siguiendo la postura de la oficialidad, es decir, dejar que pase el tiempo. Y cuando el tiempo pasa sólo se establece lo que ya está establecido. Se sedimenta el error, el horror y la más impiadosa desvergüenza.
La solución es el rompimiento nítido, taxativo, incluso brusco en el sentido de cuanto antes mejor. Nos pondrán zancadillas, porque la injusticia se ha establecido sobre la justicia, pero ese será un aliciente más para resarcirse del agravio y del oprobio. Lo que nos hace falta, señoras y señores, a todos los que somos paisanos en esta necesidad de regionalismo y leonesidad, no es más que compromiso, coraje y determinación. Sin contemplaciones, sin concesiones, sin tibiezas ni titubeos, sin consideraciones de ningún tipo, porque nadie en su momento vino a considerarnos lo que somos, y por lo tanto no estamos obligados a pagar con otra moneda distinta. La región leonesa no es un invento de cuatro nostálgicos, ni de cuatro descerebrados, ni de cuatro inconsecuentes. Por supuesto, los que defendemos esta legitimidad no nos consideramos ni trogloditas, ni cavernícolas, ni antediluvianos, ni peor aún, torcidamente sociales ni insolidarios, como algunos mezquinamente tratan de insultarnos, tratan, nada más. Allá ellos. La región leonesa, uno diría más, el País Leonés es un hecho tangible en la palpación histórica de un pueblo viejo, grande, pionero en organización, en administración y en legislación, por supuesto antes que otros pueblos de los que no necesito acordarme. Que a este pueblo le hayan dado semejante trato de nulidad y desconsideración, nos obliga a nosotros, sus hijos, a no estar quietos ni mucho menos a permanecer mansos.
Muchas gracias a todos.
Carlos Santos de la Mota
1 comentario:
Se podrá decir mas alto pero dificilmente más claro.
Enhorabuena.
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