miércoles, abril 30, 2008

Actos del bicentenario. Paseo histórico-musical


En el marco de las escasas celebraciones que han podido tener lugar, con motivo del Bicentenario del 24 de abril de 1808, se llevó a cabo un Recorrido Histórico-musical, la pasada noche del 23. Acompañados por unas 300 personas, cuatro intervinientes glosaron hechos y lugares significativos de la Guerra de la Independencia. El paseo se vio acompañado por música de la época, interpretada por profesores y alumnos de la Escuela Municipal de Música y colaboraron también ocho figurantes de la Escuela de Teatro ataviados también con trajes de la época, de la colección de “El Trovador Leonés”.

La experiencia resultó muy agradable e instructiva, pero, dada la coincidencia del puente, y puesto que determinada prensa se enzarzó en una extraña e incomprensible labor de desprestigio, intentando, claramente, acabar con dichas actividades, traemos hoy a este "rincón de libertad", para los que estuvieron y para los que no pudieron estar, una de las intervenciones, la que tuvo lugar ante la Basílica de San Isidoro, esperamos ir colgando el resto de intervenciones en fechas sucesivas.

Que la disfrutéis...

LA REAL BASÍLICA Y LAS TROPAS NAPOLEÓNICAS

Afirmaciones, críticas y comentarios de toda índole se han vertido, a lo largo de estos 200 años que hoy recordamos, sobre las actuaciones, más o menos salvajes, de los ejércitos invasores franceses, en contra, precisamente, de cuanto representa, para los leoneses, esta Real Basílica que hoy nos contempla desde la trascendencia de los siglos y desde una siempre inquietante majestuosidad.

Vamos a tratar, en esta breve alocución, de encontrar alguna senda, que entre tan espesa arboleda, nos permita quizá vislumbrar algún atisbo de bosque de verdad. Intentaremos, entonces, exponer unos hechos y elaborar una mínima teoría o interpretación de los mismos; sin embargo no esperen de mí, en el breve espacio que se me asigna, una pormenorizada relación de hechos sino alguna pincelada que venga a resumir o a recordar los mismos.

Cabe, entonces, y para comenzar, una primera duda que convierto en constatación: a primera vista, los datos históricos, tal como nos son relatados por los diferentes estudiosos, no parecen encajar. ¿Por qué un asalto de las características que siempre se nos han descrito, si previamente se había establecido una especie de pacto entre la máxima autoridad religiosa, el Obispo Pedro Luís Blanco y el mariscal francés Bessières? ¿En qué momento se produce pues la mentada ocupación tanto de León como de la propia Basílica? ¿Cuáles fueron realmente las causas y las consecuencias? ¿Y por qué precisamente esta apropiación, por la fuerza, de la Basílica isidoriana?

La llegada del enemigo a León, desde su primera toma de contacto, el 26 de julio de 1808, supuso, sin duda, una conmoción para la ciudad; sin embargo los franceses se contentaron, al parecer, con exigir la entrega de alguno de los más notables rebeldes, la quema previa de los fusiles y pistolas que hubiera en la ciudad y el nombramiento, para los cargos públicos, de gente de su máxima confianza, esos que pasaron a denominarse despectivamente “afrancesados”.

En León permanecerán hasta el día 1 de agosto del mismo 1808 sin que anotemos ningún hecho de relevancia, al menos, en lo que se refiere a nuestro interrogante particular.

Fecha fatídica, por contra sí, es el 15 de noviembre; llegan noticias a la ciudad de la cercanía del Ejército francés, ya recuperado de la derrota de Bailén y comienza a cundir el pánico entre los leoneses. Los auxilios del Ejército español no llegan y la ciudad tiene, de nuevo, constancia de su imposible defensa. El Marques de la Romana se va con sus tropas y se produce también la huída de la Junta de Gobierno. Llegamos entonces, a lo que se conoce, tradicionalmente, como “la noche satánica”.

El día 30 de diciembre, de triste memoria, se produce la entrada en masa de los franceses que, como río desbordado inundan la ciudad, en número de “veintitantos mil”, según manifestaciones de la propia Junta Provincial. La mayor parte seguirá ruta hacia Astorga el primer día del año 1809. Sin embargo las consecuencias de su paso, convertidas en proverbiales, marcarán un hito en los corazones y en el recuerdo horrorizado de los leoneses. ¿Algunas secuelas? El convento de Santo Domingo se quemó, al parecer, “casualmente” el mismo día 31, el de San Marcos fue ocupado y el Beaterio de Santa Catalina y el monasterio de San Claudio saqueados, del Hospicio se requisaron géneros para la tropa y muebles para el hospital creado en la ciudad el día 4 de enero...

¿Y San Isidoro? Naturalmente no se salvaría de esta moderna, destructiva e imparable razzia. Recogemos, como evidencias, las palabras de alguno de los testigos directos, según consta en documento elaborado por el provisor del Obispado, con intervención de fiscal, procurador, síndico y notario:

“El primer testigo fue el canónigo Errazti quien declaró “que en la noche del 30 de diciembre de 1808 se alojaron en San Isidoro dos mil o más franceses del Mariscal Soult, que saquearon cuanto quisieron… que a la mañana siguiente, habiendo visto violentadas las puertas de la iglesia y que en ella había muchos franceses, se acercó al altar mayor, donde siempre estaba expuesto el Señor Sacramentado y vio con dolor que no estaba allí el viril, y que reparando halló la Sagrada Forma del viril y las del sagrario arrojadas entre el retablo y las urnas de San Isidoro, San Vicente, y otros santos, y sacadas de su lugar, destrozadas y arrojadas por el suelo las reliquias sagradas; que recogió y sumió las formas sagradas, y que recogiendo las Reliquias, juntamente con el cantor de San Isidoro, Carlos Aguado, y otras personas, las colocó en las urnas como mejor pudo, y estas en el sitio en que antes estaban, y que siguieron dándolas culto hasta junio de 1810, en que se vieron obligados a llevarlas a la iglesia de las Agustinas Recoletas.”

En un inventario hecho el 29 de diciembre de 1809, consta que, además de lo señalado, los franceses se llevaron, en aquellos días: “muchas joyas, la urna del monumento, dos cálices, cinco cornucopias, y las tres rejas del altar mayor, todo de plata sobredorada, además de otras cosas de valor, 25 termos completos, de los más significados y la mayor parte de los libros corales. El propio Carlos Aguado, a quien nos hemos referido más arriba, llegará a testificar que “el vio que habían robado cuanto hallaron de “portable”, inutilizando todo lo demás”.

¿A qué se debe ahora este extraño ensañamiento con los objetos sagrados? Es evidente que nos encontramos en una situación de guerra y que los invasores pertenecen a un estado laico, mas hemos de recordar que procedían de un país en el que no se perseguía la religión cristiana, aunque se trataba, como luego sucedería en España, de limitar el número de parroquias y conventos, con el objetivo de mermar los poderes de la Iglesia.

Algunos apuntan que esta actuación descrita de forma tan descarnada se debió, pura y simplemente, no tanto a una acción incontrolada de barbarie o de rapiña, y que no habría existido, al parecer, una política de destrucción de iglesias, sino la necesidad de hacerse con plata en abundancia, en concreto de la denominada “plata de amonedar” y que vendría, simplemente, a compensar las enormes contribuciones exigidas. Y como en esos años imperaba la moda de vestir las arcas de reliquias con frontales de plata dorada, estos fueron arrancados, sin ninguna consideración, destrozando con ello las propias reliquias. Al parecer, muchos de los destrozos ocurridos en esa infausta noche y posteriores (destrucción de los altares, profanación de las tumbas regias, etc.) fueron así motivados por el irrefrenable deseo de encontrar un metal con el que se podrían acuñar las necesarias monedas para pagar una tan costosa aventura bélica. No tratamos de justificar, naturalmente (lejos de nuestra pretensión), mas tampoco cometeremos el error de narrar ahora, ante ustedes, cuantas atrocidades se vienen atribuyendo a unos, necesariamente, odiosos enemigos, especialmente cuando, una vez vencidos y expulsados para siempre del suelo patrio, se acumulan las causas y se agigantan los horrores, abonados en comprensible espíritu nacional, muy en consonancia con los tiempos.

No podemos dejar de constatar, sin embargo, que algunos de los tesoros robados en San Isidoro se encuentran hoy exhibidos en museos o son patrimonio de coleccionistas particulares; como dato, apunten simplemente, que visitaban las ciudades ocupadas unos, a manera de inspectores, que se encargaban de requisar cuantos objetos de valor encontraban, sin tener en cuenta en este caso, si se trataba de objetos de metal. Es más, esta selección se embalaba cuidadosamente y se trasladaba en carros a Francia. Así podemos seguir el rastro de piezas de San Isidoro en Burdeos y varios museos del sur de Francia, pero también, posteriormente revendidas, otras en Madrid, en el Museo Británico o en Turín donde se conserva un trozo del arca de esmaltes de Limoges.

Pero volvamos al hilo de los acontecimientos; lo cierto es que el 4 de enero de 1809, el Gobernador francés ordena a los canónigos, sin más dilación, desalojar la casa del Santo Isidoro, en un plazo improrrogable de 24 horas. Al parecer, la premura de tiempo y el miedo a los franceses condicionó la ayuda de los vecinos y así, al no encontrar personas que pudieran colaborar en el traslado de los enseres, consta en el relato de los hechos, “se perdieron muchos efectos, y quedó el Convento convertido en un cuartel de franceses”. Cabe, de nuevo, interrogarnos en esta cómplice noche de recuerdos, añoranzas y pesadumbres. ¿Y por qué, precisamente, San Isidoro? ¿Podemos calificar de caprichosa esta singular elección?

Nada casual, hemos de concluir, pues a su situación privilegiada se añadían toda una serie de circunstancias que hacían del recinto conventual un lugar idóneo para este más que bastardo y novedoso cometido: ¡la casa de Dios transmutada en acantonamiento de tropas…! ¡La antaño cabeza del reino convertida en cuartel militar de unos invasores! Sin embargo, justo es confesarlo, su emplazamiento permitía dominar, desde las murallas circundantes, y con el simple desplazamiento de unos pocos cañones sobre las mismas, todo el territorio que se extiende desde Puerta Castillo, al Norte, hasta la torre del gallo, al Oeste; hay que recordar, asimismo que el territorio de San Isidoro se encontraba amurallado y que por la puerta principal, existía una alta valla, típica de los conventos. Tampoco las condiciones interiores eran, en absoluto, desdeñables pues, amén de la disposición de los dos claustros (ideal para albergar tropas a caballo), poseía fuente propia, un alfolí para la venta de salitre y la fabricación de pólvora y una botica lo que facilitaría la atención de los enfermos de un hospital que, de inmediato, los franceses instalaron en el recinto. Hasta con una cárcel contaba el señorío de San Isidoro.

Podríamos afirmar, entonces, que se trataba de una pequeña ciudad, incluso amurallada, dentro de la propia ciudad y, como hemos visto con salida directa de la misma y acceso a la muralla. Aquí permanecerán los franceses, con esas sucesivas entradas y salidas de la ciudad que conocemos, hasta su precipitada huída en 1813; pero el uso seguirá siendo el mismo, incluso tras la entrada definitiva de los patriotas y aún por varios años. Esta función, con un breve periodo de recuperación para el culto, volverá a producirse más adelante, y poco falto para que la misma se perpetuara…

Esta ocupación militar, es cosa sabida (puesto que cualquier tipo de dominación parece dar a los vencedores patente de corso para obrar a capricho), además de acarrear toda una serie de desastres en los bienes muebles, con robos, destrozos, incautaciones y pillerías varias supondrá grandes quebrantos incluso para el propio edificio y sus anexos. Recordemos, a este respecto, que parte de San Isidoro voló, con motivo de una enorme explosión, seguramente debida a la pólvora almacenada en su interior; las actas de la propia Colegiata recogen los estragos producto de otro enorme incendio causado, al parecer, por un rayo que habría prendido en los montones de paja hacinados para uso de los caballos. Y, si hemos mencionado estos últimos es también, para recordar, lamentando una vez más, lo que todos los leoneses conocemos desde niños; quizás una de las pocas anécdotas históricas que se transmiten a nuestros pequeños: que del propio Panteón Real, que aún alberga un mayor número de cabezas coronadas que el Real Sitio del Escorial, una vez profanado, fueron utilizados los sarcófagos como pesebres para alimentar a los caballos. Triste destino el de unos restos que los leoneses, venían custodiando y venerando como así habían dispuesto los grandes monarcas de aquel poderoso Reino de León que fue, en el máximo esplendor, cabeza de cinco reinos y que había sabido coronar hasta un emperador.

Permitidme ahora una breve consideración para terminar este paseo por el tiempo. Estamos conmemorando el bicentenario de unos hechos de los que nuestros antepasados fueron actores y testigos directos; ¿Y qué son doscientos años en la historia de un pueblo que presume de canas ya milenarias? Dicen que la historia es maestra de la vida y no faltan algunos que opinan aquello de que la historia se repite; por suerte no tanto en los hechos, pero seguramente sí en las actitudes. ¿Nos encontraremos, en los momentos actuales, ante una situación semejante? Sobran los indicios. ¿Estaremos asistiendo a conductas de nueva invasión o de neocolonialismo por quienes detentan y hacen ostentación del poder político? Es más que evidente. Esperemos que los leoneses, ante la disyuntiva que se presenta en análogas circunstancias, sepan optar por el sendero del patriotismo y la defensa de lo que les es propio (como, por cierto, vienen haciendo los demás pueblos de España) y no abracen posturas conformistas de claudicación o esa otra, siempre despreciable, de colaboracionismo. El pasado nos lo enseña y el futuro nos lo demanda.

Hermenegildo López González
23 de abril de 2008 / Paseo histórico musical

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