EL CORRAL DE SAN GUISÁN, TUMBA DE LOS SOLDADOS LEONESES DESCONOCIDOS
Ciudadanos de León y amigos presentes
Henos aquí reunidos para corregir la "damnatio memoriae" a la que estuvieron sometidos durante demasiado tiempo nuestros compatriotas, que entregaron su vida luchando heroicamente contra el invasor francés en la luctuosa jornada del 7 de junio de 1810, en el emplazamiento de este pequeño Corral que hoy nos alberga y a los que como único homenaje, se les ofreció una humilde lápida conmemorativa en el muro de la antigua casona de los Ruy Gómez, hoy ya derribada. Sirvan estas breves palabras para enaltecer su acción y para demandar de las autoridades competentes un monumento de más relieve y más acorde con la gesta que realizaron.
En el año 1810 la ciudad de León contaba aproximadamente con unos 8.000 habitantes y se encontraba sujeta al dominio del ejército francés de ocupación, del que había de soportar, además de sus desmanes, unos exhaustivos impuestos. El 6 de abril del año en curso, el general Andoquée Junot, Duque de Abrantes, que comandaba el octavo cuerpo del ejército francés, con sede en Valladolid, impuso a la provincia de León la contribución de dos millones y medio de reales y el día 10 del mismo mes ordenó variar la disposición administrativa de la provincia: Astorga se convertía en capital al encontrarse allí la Capitanía General y la Prefectura, pasando la ciudad de León a simple Subprefectura.
Con el fin de instalar a las tropas imperiales se había procedido a la confiscación de diversos edificios para su utilización como cuarteles. Los ejemplos más sangrantes de esta ocupación por parte de la soldadesca fueron el Hospital de San Antonio Abad, el Convento de los Descalzos y, sobre todo, la Colegiata de San Isidoro.
Según nos indica Honorato García Luengo, Cronista Oficial de la ciudad, en su monografía histórica sobre "León y su provincia en la Guerra de la Independencia Española", en el Libro de Actas del Ayuntamiento de León, del mes de mayo del fatídico año, se exponen las quejas de los leoneses por la situación de miseria en que se debatía la población, por tanta exacción fiscal, máxime si consideramos que muchos habitantes habían huido de la ciudad y que los que habían permanecido en ella además de los impuestos tenían que contribuir al mantenimiento de las tropas napoleónicas alojando hasta diez soldados por familia.
Es otro Cronista Oficial de la ciudad, Máximo Cayón Waldaliso, quien en su obra "Tradiciones Leonesas", nos describe pormenorizadamente la composición de la guarnición francesa: "estaba formada por un millar de hombres del batallón 24 del Regimiento del Imperio y del Regimiento de Infantería número 76, con el refuerzo de un escuadrón de Caballería del 8º de Dragones, tropas veteranas bajo el mando del Comandante General Bonnet, del General Gobernador Militar del Provincia, Labordière, del jefe de tropas General Vinín, del General Clausel y de otros mandos de inferior jerarquía."
La situación de opresión y abusos en que se debatía la ciudad propició que un grupo de patriotas intentara liberarla con un audaz golpe de mano. Para alcanzar tal empeño contaban con tropas procedentes de los desperdigados Regimientos de Castilla, de Monterrey y de los Voluntarios de León, en total, poco más de 200 hombres.
El 7 de junio de 1810, en torno a las cuatro de la madrugada, una compañía de las partidas de guerilleros de Juan Díaz Porlier, mandada por un tal Fuentes, trató de penetrar en la ciudad sigilosamente, para una vez en su interior, permitir el acceso al grueso del destacamento, a través de la llamada Puerta del Malvar (Arco de Ánimas).
Mariano Domínguez Berrueta, Cronista Oficial de la Provincia de Leòn, en su "Guía del Caminante", nos describe la situación : "Entraron en la ciudad, se reunieron a ellos los paisanos más animosos y un aire patriótico oreó las oscuras calles despertando la ciudad a la aurora de una esperanza. Pero, les engañaba el corazón."
El pueblo de León se sobresaltó al oir las descargas de fusilería, porque los franceses, que estaban sobre aviso, se aprestaron a repeler la agresión. Las tropas que guarnecían la ciudad, pertenecientes a la división del General Clausel, ascendían a más de mil soldados, frente a los citados doscientos a los que se sumaron ciudadanos de toda clase y condición, que provistos de las más variadas armas y utensilios intentaron expulsar primero y detener después a los Dragones franceses. Hubo combates en el Hospital de San Antonio y en San Martín, cruentos enfrentamientos en la Plaza Mayor, escaramuzas en Palat del Rey, calles de Platerías y Serranos, hasta llegar por distintos caminos al Corral de San Guisán, a fin de hacer de su recinto el último baluarte de su numantina resistencia, como postrer sacrificio de su aventura patriótica, en la que no se mencionó, en ningún momento, la palabra rendición.
Este Corral de San Guisán tiene en la historia de León una venerable antigüedad. En diversos documentos de los siglos XI y XII se menciona la Capilla de San Crisanto, nombre que evolucionó a San Guisán, y el corral homónimo. Los canónigos de San Isidoro ejercían propiedad y mando en el viejo Corral de San Guisán, en la citada capilla y en gran parte del barrio de Santa Marina. De hecho hay que señalar que al ocupar los franceses la Colegiata y la Basílica, la exposición permanente del Santísimo Sacramento fue trasladada a la Iglesia de Santa Marina, como más próxima y afín a San Isidoro.
Retornemos al 7 de junio. Cercados ya los insurgentes en el Corral por las tropas francesas, la Infantería recibió orden de acordonar todo el barrio de Santa Marina, para que nadie pudiera escapar. Una vez finalizada la maniobra, la Caballería se lanzó al asalto para pasar a cuchillo a los defensores del Corral. Combate terrible el que se libró con sables, con navajas, con fusiles disparados a quemarropa, en encarnizada lucha cuerpo a cuerpo. Las sucesivas cargas de los dragones, vencedores en los campos de batalla de toda Europa, fueron debilitando la resistencia de los sublevados. Dos horas de agonía duró el cruento sacrificio de los patriotas. La escena que se ofreció a los ojos de los invasores, con los cadáveres de los contendientes y los caballos agonizantes, sumergidos en un mar de sangre, parecía extraída de un infierno dantesco.
Relata Cayón Waldaliso que "los vecinos de Santa Marina, aterrorizados, no se atrevieron a enterrar a los muertos españoles, horriblemente destrozados a sablazos o pisoteados por los caballos. Fueron setenta valientes los que sucumbieron en aquella brava pelea sin escapatoria posible. Setenta contra setecientos
Acabada tamaña carnicería, las tropas napoleónicas llenaron un pozo del lugar con los cadáveres de uno y otro bando. Y como todavía era poco, tuvieron que abrir una zanja, a todo lo largo de la plazoleta, convirtiendo así el típico rincón en un gran cementerio. Allí quedaron todos hundidos entre el barro y la sangre. Y cuando llegó la noche de aquel día, 7 de junio de 1810, solamente una paz: la paz de los muertos. Porque la guerra entre los vivos seguía.
Desde entonces el Corral de San Guisán es un cementerio de patriotas; la verdadera tumba de los soldados leoneses desconocidos."
A mediados del pasado siglo, por causa de diversas obras de alcantarillado, se procedió a la remoción del subsuelo del Corral y los operarios se encontraron con un macabro hallazgo: todo el terreno era un gran osario en donde aparecerían sin orden ni concierto numerosas osamentas humanas. El párroco de Santa Marina, D. Pedro Ordás, rezó un responso y se cubrieron respetuosamente los restos, del ya convertido en camposanto por toda la eternidad.
Aquí y ahora, emplazamos a los presentes para efectuar una invocación a los ausentes, a aquellos cuyos cuerpos estamos hollando con nuestros pies. Sus espíritus nos acompañan. ¿No oís el fragor de la batalla?, ¿no escuchais los gritos de los heridos?, ¿el entrechocar de los sables y las navajas?, ¿las detonaciones de las armas de fuego?...y después...el silencio... la oscuridad... la muerte...ninguno sobrevivió...
Como homenaje a ellos que dieron su vida por la independencia y por la libertad, voy a concluir declamando unas décimas del poeta decimonónico, Bernardo Luengo García, claro exponente del patriotismo romántico.
María Jesús G. Armesto
León, 23 de abril de 2008
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