viernes, junio 20, 2008

Presentación de "León, Historia y Herencia" (2ª entrega)

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE CARLOS SANTOS DE LA MOTA
Club de Prensa del Diario de León, 30 de marzo de 2008

Intervención de Hermenegildo López González

Les confieso que, en un principio, había previsto comenzar de un modo diferente al que voy a emplear en la presentación de esta obra; entre otras razones porque los que estamos hoy aquí tenemos un componente grande de heterodoxia y porque lo que estamos haciendo hoy aquí tiene un mucho de acto de rebeldía, contra la situación que nos ahoga, contra los tiempos, contra las circunstancias e incluso contra un supuesto destino malvado que nos ha elegido, al parecer, para cebarse, inmisericorde contra nosotros y contra lo que significamos y significó en la historia el Reino de León.

Sin embargo, por respeto al acto, a ustedes, al autor y, en último caso, a la obra que me corresponde presentar en sociedad, creo que, al menos en apariencia, debo mantener una cierta formalidad puesto que todo acto ritual tiene, necesariamente, una determinada liturgia y por ello no pretenderíamos, en modo alguno, tampoco saltarnos estas reglas ya consagradas.

A pesar de todo, y ya que hablamos de liturgia, no esperen de mí que adopte la figura de un oficiante al uso, de un chamán de un lama o de un rabino; si acaso la de un humilde monaguillo, que agradece sinceramente haber sido elegido para este cometido, en una ceremonia que debería ser, según yo entiendo, absolutamente catártica. En efecto, una catarsis es lo que este amodorrado y amordazado pueblo leonés necesita y, en este sentido, estoy seguro de que esta obra vendrá a marcar un antes y un después en el devenir de la reivindicación leonesa de León, en su conocimiento, su aprecio, su valoración y en el respeto que le es debido.

Gracias, entonces, a todos ustedes, por el primer paso que supone el hecho de estar aquí, a los unos por haber dejado aparcados los múltiples quehaceres a los que nos obliga lo que hemos dado en llamar pomposa y huecamente la vida moderna, a los otros por haber sabido prescindir de un siempre necesario rato de descanso, quizás al calor de ese pueblín que todos llevamos agarrado a la piel, que nos ha conformado como somos y que representa el marco de una gran parte de nuestros recuerdos.

Pero tal vez me esté desviando de lo que debería constituir mi obligación primera y que no es otra que la de hablaros del libro de Carlos Santos de la Mota aquí a mi lado. ¿Qué es, entonces, “León, Historia y Herencia”? El propio título, en si mismo y a pesar de su descarnada cortedad es bastante indicativo de lo que el autor pretende. Mas, si esto no fuera suficiente y echan, aunque sólo sea, un rápido vistazo a la portada, encontrarán claves suficientes no sólo para una necesaria comprensión sino para despedazar alguno de los equívocos con los que el enemigo suele intentar zaherirnos: el eterno dilema del provincianismo leonés. Necesaria importancia acordaremos también (y esto sería más bien asunto del editor) el hecho de haber elegido una foto del Panteón Real, corazón del viejo reino y resumen perfecto de lo que supuso, en la Edad Media, la conjunción del Trono y el Altar, lugar siempre sagrado para los leoneses y en el que no sólo se palpa la historia sino que se nos hace presente esa herencia de nuestros antepasados, bienes tangibles pero también intangibles, signos que nos aproximan los unos a los otros, que nos reconfortan; eso que, una y otra vez, machacona e incansablemente, nos refresca el escritor: “esa forma de sensibilidad maravillosa, genial, mágica que debería estar más presente en el alma y en el espíritu de las gentes”; la identidad, en suma. Y, cuando algunos parecen burlarse de los sentimientos, de la identidad, Carlos, sin embargo, la invoca una y otra vez, como la idea motriz de toda su reflexión; así, de entrada, la define, como “un motor vigoroso e imprescindible para la vitalidad y el entramado de una comunidad sintónica que ramificará todo su potencial en sus múltiples formas” o, según insiste más adelante y de manera harto concreta: “esto es la identidad, un sentimiento noble y maravilloso, y una necesidad si se lleva bien entendida, vital y básica que ordena, reagrupa, vertebra, vivifica, desde la afinidad, la fuerza de un motor social que se propulsa a sí mismo y que robustece con generosidad su área de influencia e incluso llega más allá”.

Así pareció entenderlo, por muchos de nosotros, en su día, Jordi Pujol, durante una visita institucional a nuestra ciudad, pues, después de haber admirado esto que se ha dado en calificar como la Capilla Sixtina del arte románico, exclamó, “ahora comprendo la reivindicación leonesa”. Más cerca, por desgracia, tenemos a muchos otros que, a pesar de las evidencias, siguen con sus entendimientos embotados, con sus neuronas oxidadas y su capacidad de raciocinio completamente extraviada. Bien lo saben también nuestros enemigos puesto que su objetivo más evidente es, en palabras de Carlos, el de “cortar el conducto que nos mantiene ligados a nuestra propia vida y a nuestra propia esencia”.

Pero sigo quizá sin responder del todo a la pregunta que yo mismo me formulaba más arriba. ¿Qué es en realidad “León, Historia y Herencia”? No se equivoquen, no es un libro de historia al uso, aunque nos hable ineludiblemente de nuestra historia, es un aldabonazo en el portón atorado de nuestro subconsciente colectivo, es un toque a rebato desde el más alto de los campanarios de nuestra conciencia adormilada, quizás uno de esos toques que hacían levantarse al unísono a nuestros pueblos para acudir en auxilio de uno de los vecinos ante un grave y urgente problema. Esperemos, después de todo, que estas campanas, que aquí evocamos, no doblen lastimeras a muerto, pues, si se suele decir que cuando un solo hombre muere se empobrece la humanidad, ¿qué podríamos decir al respecto de la muerte de un pueblo, de su cultura, de su historia, de su legado y de su forma de relacionarse?

Por todo ello, este libro es también, un puñetazo sobre una mesa en la que algunos están, desde hace ya demasiado tiempo, jugando una macabra partida, incluso con las cartas marcadas, para nuestra absoluta y constatable desgracia.

Os lo aseguro, con la seguridad de quien ha devorado literalmente estas más de quinientas páginas, de apretada letra, cumplida y veraz información, inequívocos mensajes y convicciones profundas.

Nunca, podréis comprobarlo, se había escrito nada igual en León, al menos, probablemente, desde aquel clásico “Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del viejo reino en el se apunta la Reivindicación Leonesa de León”, de Juan Pedro Aparicio y publicado por Celarayn en 1981. ¡Qué lejos parecen ya aquellos días de sarpullidos reivindicativos, de intelectuales comprometidos, de recogida de firmas, de engañifas, de amenazas y de promesas preñadas de veneno! Me atreveré, entonces, a calificar a este infante, al que hoy empujamos, confiados, hacia el mundo real, no solo como un libro necesario, sino imprescindible; un referente en el pensamiento, en la reflexión y la defensa de lo leonés. Diría aun más ¿por qué ha tardado tanto en aparecer entre nosotros?

Es una obra escrita en libertad; con la libertad que da el hecho de no depender de financiaciones bastardas ni tener que pagar favores pasados y aun futuros. Carlos ha desplegado confiada y orgullosamente las alas de su libertad y surca los aires de la historia, del presente y del futuro de esta vieja tierra empujado por el viento favorable que siempre nos concede la independencia de criterio y la necesaria insumisión ante un hecho injusto. Por eso puedo también hablar aquí de valentía, incluso, a veces, de verdadera temeridad en los calificativos y apreciaciones, absolutamente suscribibles, por otra parte.

No creo deber recordar a ustedes “el mito de la caverna” de Platón, pero sí afirmar solemnemente que esta obra representa el mensaje claro de quien ha podido romper las cadenas y ha conseguido ver, de forma meridiana, la verdadera realidad. Claro que no es fácil, ¿y quién dice que lo sea? Mas, ¿cómo ha llegado Carlos Santos a esta luz, a esta verdad que ahora trata de comunicarnos? Como otros tantos leoneses, ¿acaso más de 250.000? ¿100.000 ya, sólo en los últimos años?, Carlos es hijo de la diáspora, y los que tenemos alguna experiencia en esto de la expatriación sabemos cuánto se echa en falta “la tierrina”, cuando nos encontramos lejos. El extrañamiento conduce, sin embargo, a la reflexión, a la interpretación del mundo del otro y ¡cómo tiran, entonces, las raíces! Algunos lo han definido hasta como una necesidad física y Carlos ha vivido en un ambiente en el que el hecho de defender lo propio, de reclamar lo propio, de querer lo propio, de luchar por lo propio, no solo no está mal visto sino que es algo innato con la persona, es algo que se valora, se premia, da lustre y hasta prestigio social.

Aquí, por el contrario, a algunos ya no parece quedarnos más que, con el poeta, elevar al rango de queja institucional el grito desgarrado de una más que triste constatación

“Que dicen que ya no soy
ciudadano de mi tierra,
y la luna, que aún es blanca,
se me está yendo en la niebla”.

Y todo ello, puesto que, como es fácil deducir, no hay peor extrañamiento que el de sentirse extranjero entre los más allegados; nublado el recuerdo, malbaratada la herencia, dilapidado el caudal de los sentimientos, estamos ya maduros para la manipulación y el entreguismo. ¡Qué fácil es ejercer así de “intelectual comprometido”… ¿comprometido? ¿con qué o con quién? ¿comprometido con el poder y escribiendo, en la mayor parte de los casos, al dictado del mismo? ¿Pero cómo se puede retorcer hasta ese punto el significado de las palabras?

¡Comprometido! Si podemos calificar a alguien de comprometido ese sería, sin ningún género de duda, el autor de este libro aquí a mi lado.

Un compromiso asumido en plena reflexión, con pleno conocimiento y sabedor de las inquietudes, sufrimientos y pesadumbres que todo ello le supondría; de las horas de trabajo intelectual robadas al sueño, al ocio y a la familia. Precisamente también hacia su familia va hoy este pequeño homenaje mío y este recuerdo.

El propio autor me confesó, no hace mucho, que, si había asumido el reto de echarse a las espaldas el proyecto, sin cuantificar esfuerzos ni computar avaramente el tiempo, fue precisamente por su hija y, probablemente, con ella y por extensión toda una nueva generación de leoneses, víctimas inocentes de esta situación que nos vendieron un día una tropa de chamarileros y mercachifles, en feria de rebajas de todo a cien, como una descentralización administrativa y que ha venido en derivar hacia un estrangulamiento de las oportunidades del presente, una onerosa hipoteca sobre el futuro y una bochornosa manipulación del pasado. En el libro no se escatiman las referencias ni a al uno ni a las otras. ¿Quieren algún ejemplo? Vean entonces la larga reflexión sobre el personaje de Vellido Dolfos o la explicación que aparece ante el paisaje que se contempla en Toro; claro que, como se nos recuerda una vez más “los que escribieron la historia coinciden, curiosamente, con los mismos que ganaron”.

Precisamente por eso, Carlos ha querido comenzar por la explicación pormenorizada de los hecho más significativos, siguiendo cronológicamente las figuras de nuestros reyes, la historia de lo que fuera un reino, y no precisamente de importancia menor, para que quedara, meridianamente claro, de dónde venimos; y así, fijado el punto de partida, con los pies asentados convencidamente sobre la tierra de nuestros mayores, poder encarar, con confianza, el camino hacia un deseable punto de llegada. O, dicho de otro modo, y utilizando ahora las palabras del propio autor: “apostando con firmeza sobre su conciencia libre, convencido de su dignidad, seguro de sus creencias y recto en su proceder supo plantar cara a la invasión y a la aniquilación de León como país”.

Pero no sólo de historias vive el hombre ni se nutre esta obra que hoy les presentamos; en ella encontrarán, entre otros muchos temas, aspectos tales como: un cumplido argumentario para contrarrestar los insulsos razonamientos del enemigo o una disección pormenorizada del malhadado proceso autonómico que nos atribuyó, sin merecerlo, el papel de comparsa que ahora ocupamos; hay, al propio tiempo, una verdadera colección de documentos impagables, entre los cuales los decretos del Fuero de León, de Alfonso V, una moción de la Diputación desdiciéndose de su adscripción primera al ente preautonómico, cartas del mayor interés o manifiestos regionalistas perdidos en el recuerdo de los mayores y totalmente desconocidos para los jóvenes; no falta tampoco un examen lúcido de las causas y las consecuencias de la situación de abatimiento de la Región Leonesa o una línea argumental impecable que viene a demostrar la gradación perfecta que lleva desde la identidad a la riqueza económica, incluso al enriquecimiento global del país, ya que, como atinadamente se observa “si el resultado final es que no somos nada, tampoco podremos aportar nada”.

Mas no vayan a pensar, siquiera por un momento que nos encontramos ante puras elucubraciones, producto de un enamorado de León, que también. No faltan, es más, yo les diría que abundan, los argumentos de autoridad y así vemos desfilar a lo largo de las páginas, además de atinadas citas de múltiples e importantes personajes, opiniones bien fundadas de Menéndez Pidal, Unamuno, Caro Baroja, Ramón Carnicer, Anselmo Carretero o el geógrafo francés Paul Vidal de la Blache, autor de la teoría sobre el binomio geografía-historia en la conformación de los diferentes pueblos.

No puedo dejar de señalarles que, incluso el propio lenguaje ha sido para mí todo un descubrimiento: cuidado, elegante, sincero, ágil y lleno de imágenes y metáforas bellas y atrevidas.

Disfrutarán, seguramente, conmigo de algunas de sus frases que me atrevería a calificar de lapidarias; sirvan, como ejemplo, tan solo alguna de ellas: “No hay peor miedo que el miedo al propio miedo” o “el pánico del más les ata firmes al menos” o aún “añadiendo tierra y tierra, vacía y vacía, como si el desierto fuese más llamativo que el oasis” o esta otra, para terminar un más que exiguo muestrario “Y queriendo ser más grandes, a la fuerza, nos hicimos más pequeños por necesidad”. Mas, no se pierdan, por favor, (pp. 481 y siguientes) el repertorio de sus peticiones al pueblo de la Región Leonesa; todo un rosario de intenciones y deseos al que cualquier buen leonés se sumaría y que nosotros entendemos, al propio tiempo como un magnífico resumen de la mayor parte de las ideas expuestas a lo largo del libro; o aun el ramillete de quejas que comienzan con un sentido “¡Ay León…!” y que encontrarán en la página 499.

¿Debería, después de lo dicho, animarles a que adquieran el libro? Creo que ya no es necesario, pero permítanme que les diga sin rodeos: cómprenlo, léanlo y regálenlo a sus amigos e incluso a sus enemigos, “políticos”, naturalmente; ya hemos afirmado más arriba que es un perfecto argumentario ante tanto razonamiento palurdo, bobo y lelo. Y háganlo pronto, no sólo antes de que se agote, sino antes incluso de que intervenga alguna mano negra, como en el caso del libro de Carlos Cabañas (otro Carlos) “Esto es el País Leonés” que fue retirado de muchas librerías con veladas amenazas y chantajes apenas disimulados. Así, algún día podrán presumir de tener entre sus libros de cabecera este “León Historia y Herencia”, un hito, sin duda, en nuestra legítima y más que justificada reivindicación.

Llegados a este momento, he de confesarles también (juego con ventaja, naturalmente), he de confesarles digo que, según manifestaciones del autor, y en lo que se refiere a la propia gestación de la obra, estaríamos ante una especie de proceso similar al que se cuenta de Cervantes, en el nacimiento del Quijote; el personaje le pudo. Así también, al menos para quien les habla, es el caso de Carlos pues, al parecer, lo que el intentó, en un principio, era solamente escribir uno o dos artículos, mas ¿sabéis lo que esto me sugiere personalmente? Que el libro era tan necesario, tan imprescindible que si Carlos no se hubiera decidido, probablemente se hubiera escrito solo, puesto que lo que en él nos encontramos es, ni más ni menos, que el subconsciente colectivo de un pueblo que se resiste a morir, al menos sin dar la última batalla, pues, en efecto, según hemos oído tantas veces “la única batalla que se pierde es la que se abandona” y, aunque también se dice que “la manera más rápida de terminar una guerra es perderla”, ¿no consiste la cobardía en rehuir, precisamente, la lucha; es decir, en darse de antemano por vencido? Cierto es también que en esta incruenta guerra se pueden perder vida y haciendas, dejarse en el camino distinciones y amigos, ganar únicamente en desazón intelectual y pesadumbres varias, a la par que opositar, con plenas garantías, a sujeto paciente de alguna que otra úlcera de estómago; pero acaso ¿vivir sin honor no es morir un poco cada día?

Si hemos de juzgar por los resultados, León, como mastín somnoliento, en tarde de verano, no ha comenzado siquiera a esbozar el gesto de levantarse. “Levántate y anda” se oyó una vez ante una tumba de Betania; “levántate y lucha”, nos gritan ahora, desde las páginas de este libro, el recuerdo de nuestro pasado y el legado de nuestros mayores; unas páginas escritas desde la rabia que provoca la injusticia y con la sangre de un corazón que chorrea, morido por su tierra; unas páginas redactadas con la cabeza y tras una necesaria lenta y meditada reflexión, pero en las que hay aun un mayor componente visceral, empleando en ello tripas y corazón; unas páginas en las que no ha lugar para resignación alguna; puesto que, como tantas veces hemos ya señalado: “conformarse es aceptar y aceptar es claudicar”.

De todas formas, y, como afirma, atinadamente, Carlos, “a ninguna semilla se le puede obligar a que no germine”, y desde la confianza en el futuro, más que con la mirada fija en un pasado reciente lleno de oprobio y negrura, quisiera terminar estas breves palabras con un mensaje de ánimo; unos versos de Pedro Bonifacio Palacios, poeta argentino, conocido bajo el seudónimo de Almafuerte y que escribiera allá por los primeros años del pasado siglo XX. Lo tituló

PIU AVANTI !

No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Gracias a todos, de nuevo, y que tengan una buena, saludable y provechosa lectura.

Hermenegildo López González

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena