¡DEMOLICIÓN! Este era el grito que, desde el muro de una vergüenza fascistoide, inundó con sus ecos el valle de Riaño antes de que lo hicieran las aguas domesticadas del Astura. Otra batalla perdida tras unos 25 años de lucha, protestas, manifestaciones y llamadas a la cordura, en nuevos tiempos de libertad recortada.
¡Autonomía para León! ¿Una nueva batalla, un episodio más de esta guerra recurrente o simplemente el eco de un ya viejo lamento? Políticos, periodistas y forjadores de opinión del más variado pelaje comentan, revuelven o se hacen eco del nuevo rebrote de la fiebre leonesista. ¿Acaso una nueva primavera de esperanza levanta sarpullidos en la conciencia de muchos leoneses, hartos de resignaciones y desprecios nunca merecidos? ¿Quizá la cordura le va ganando terreno al empecinamiento de los unos y a la cobardía de los más?
Apena, sin embargo, constatar la falta de información, la herrumbre que corroe la memoria de apenas 25 años de la más reciente historia o, lo que es más detestable aun, la mala voluntad y los planteamientos cainitas de ciertos papanatas que se dicen leoneses. Entristece comprobar, en este sentido, algo que no debe tener cabida en ningún otro rincón del globo.
Baste como muestra un botón que debería ser investigado por los sicólogos más eminentes; si alguien osa defender León o lo leonés, no importa la forma ni el lugar, encontrará, adjunto al lote, una legión de "ilustrados", ciudadanos del mundo, o, sencillamente, panolis que se verán en la obligación de contradecir sus manifestaciones, a ser posible, con insultos descalificadores, sin aportar argumento de valor alguno, llevando sus conclusiones a la categoría del absurdo. León y lo leonés, seamos serios, se merecen otro trato.
Los medios de comunicación, en estos últimos días, son una buena prueba de cuanto afirmamos; la ignorancia (culpable, cuando se pretende informar y opinar desde "la verdad") de algunos políticos, y, sobre todo, de algunos columnistas, sería causa suficiente para resucitar la cárcel de papel de la Codorniz, si el debate fuera sobre asuntos de menor calado. El problema es que, en este caso, dicho debate se establece sobre la pervivencia de una identidad, de un pueblo, de una cultura, de una tesela, en suma, del mosaico de la humanidad, ahora que la multiculturalidad, por estas tierras, parece debe publicitarse más que practicarse.
Se ignora, por ejemplo, el nacimiento de los grupos leonesistas; se silencian o, peor aún, se tergiversan o se toman a chanza sus objetivos programáticos; se miminiza su trayectoria y se intentan, en arriesgado funambulismo, silogimos dignos de mejores causas en manos de los sofistas (leonesismo=Morano...) ¿Como sorprenderse, a la vista de lo que se nos brinda, que se ignore nuestra historia pasada, se silencien nuestras realizaciones como pueblo, se minimicen nuestros logros o se hagan chistes ofensivos de nuestras justas reivindicaciones?
Todo parece estar ya dicho, para lo bueno o para lo malo, y los argumentos de unos y otros, suficientemente manoseados; algunos, por cierto, bastante peregrinos, como la postura de determinados "oficialistas" del ente o conservadores de lo adquirido que practican la política del "se siente, haber protestado antes, ahora ya no es tiempo..." Es como si se pretendiera justificar un robo con el pretexto de que lo sustraído ya está en poder del ladrón y, a pesar de las reclamaciones interpuestas, la justicia no hubiera decidido o no hubiera querido pronunciarse. ¿O ya nadie recuerda la sentencia del Tribunal Supremo, respecto a la posibilidad de una desvinculación de León de esta Comunidad Autónoma?
Si los leoneses reclaman, se les critica; si no lo hacen, esos mismos interpretan que están satisfechos, les achacan su falta de combatividad y se concluye que no desean cambio alguno (palos si bogas y palos si no bogas). Pero, en las condiciones actuales ¿puede hacerse algo o esperar el más mínimo cambio? Déjennos, al menos, seguir persiguiendo la utopía, aunque ¿hay algo más mutable, efímero e inconsistente que las leyes? Siempre hemos defendido que las misma deben reflejar el sentir de los ciudadanos; "fuerza y honor", pues, como dice nuestro presidente.
Hay verdades que, aunque mil veces repetidas, algunos no parecen estar dispuestos a asumir; vaya aquí un pequeño decálogo (no pretendemos indigestar a nadie con excesiva información) a modo de recordatorio:
- La Región Leonesa ni ha sido ni podrá ser nunca parte de Castilla la Vieja ("León no es Castilla, aunque lo haya dicho Martín Villa " o lo repita un coro de miles de analfabetos en historia y/o Geografía).
- La incorporación de León al "ente castellano-leonés" se hizo con alevosía, engaños, mentiras, ilegalidades y lo que es peor aún, contra el sentir popular. La voluntad de un pueblo está por encima de los intereses de los grupos políticos, lo contrario sería despotismo ilustrado o, en lenguaje más actual, puro caciquismo fascista.
- El único argumento esgrimido para nuestra integración en el "ente" castellano fueron ciertas "razones de Estado", nunca explicadas hasta el momento... y, según constatamos, superadas por los acontecimientos posteriores.
- La permanencia en el error no sólo no hace que este se convierta en verdad sino que es fuente de mayores injusticias, eso sí, con apariencia de legalidad.
- Si se retocan la Constitución o los estatutos de autonomía, ¿que razón poderosa existe para que no se pueda hacer lo mismo con el de Castilla y León? Ha llegado la hora de dar la palabra y el poder de decisión a este pueblo y, cuando menos, preguntarle en referéndum (¡cuantas veces demandado!) sobre sus deseos de futuro y no imponerle la razón de fuerza de un Boletín, que más suena a bozal que a otra cosa.
- Solo un proyecto común e ilusionante (la recuperación de su autoestima y su identidad) hará despertar al pueblo leonés de la modorra, la abulia y el conformismo en el que le han sumido alguno "profesionales de la política", y determinados inventores o "utilizadores" de grandes y huecas palabras.
- No es lo mismo ser leonés que ser leonesista, ya que sentirse, simplemente, leonés no libera de las obligaciones de luchar por la tierra que uno ha heredado (aún fuera de la militancia política o prescindiendo de cuál ésta sea).
- El respeto y el aprecio por nuestra historia, nuestra cultura y nuestra singularidad son tan sagrados y tan dignos de consideración como pueden serlo la defensa del "hecho diferencial vasco", la cultura catalana o la existencia de la Comunidad de Andalucía, Valencia o Extremadura (por cierto, nacida del Reino de León, como varias más); las risitas , los chistes o las bromas de café sobran en debates de la importancia del que nos ocupa.
Hermenegildo López González, Catedrático de Filología Francesa, militante histórico del PREPAL y primer secretario general de la UPL
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