No es la primera vez, ni desgraciadamente será la última, que esta reflexión salta a la actualidad de nuestro razonamiento colectivo. No es tampoco la primera vez que, desde diferentes foros (Defensor del Común, prensa local, denuncias de colectivos, etc.) se intenta dirigir el foco de la atención hacia esta ya consumada manía de los olvidos y las manipulaciones que sobre la historia de los leoneses viene perpetrando la Junta que nos malgobierna. Acabado el curso escolar y ante la imperiosa necesidad de la reserva de nuevos manuales, podría ser buen momento para recoger las velas de la soberbia y recalar en puertos de mayor respeto por la verdad.
No importa; enrocado en su posición de sabelotodo, el responsable del desaguisado se seguirá haciendo el sordo, el ciego y el mudo, con la contumacia que caracteriza a esta nueva raza de polìticos prepotentes, remedos de jacobinos pasados de vueltas, eruditos a la violeta constipada por heladas de tardío invierno, lumbreras de 25 voltios o máquinas de razonar de "todo-a-cien".
Naturalmente ellos no se equivocan nunca y, si acaso esta imposibilidad sucediere, en modo alguno se contempla la existencia de una marcha atrás ni de una rectificación. Deben repetirse aquello que cuentan del gran Unamuno cuando manifestaba: "que inventen ellos". "Que corrijan ellos", se gritarán sorprendidos, ante el espejo de su egocentrismo acomodaticio. "Que incluso las conciencias se moldeen a nuestros diseños predeterminados y que la ficción así creada se imponga a la realidad; ¿qué puede importarnos?"
No cuentan, sin embargo, con dos peligros evidentes, con dos consecuencias lógicas e irremediables. De un lado, ya lo estamos constatando, con sumo placer (y vaya por delante nuestro innegable posicionamiento), el cuerpo social reacciona contra este veneno produciendo en mayor número cada vez, toda una legión de anticuerpos, especialmente en esta juventud nuestra mejor preparada, más reflexiva y, por lo mismo, mucho menos manipulable. A la experiencia, y no a la mera especulación, nos remitimos pues, en las recientes manifestaciones en favor de León y lo leonés, el número de jóvenes superaba, con mucho, las previsiones más optimistas. ¡Y qué convencidos se muestran! ¡Y qué batería de argumentos esgrimen!
Hay otro riesgo, probablemente atisbado, pero no necesariamente calibrado en su justa medida; estos burdos maniobreros están intentando crear (en su estulticia e inconsciencia) nuevos ejemplares de castellano-leoneses de pura raza, al estilo de aquellas factorías de alemanes que formaban a aquellos niños, incluso de los países invadidos, que estaban destinados a convertirse en el futuro del Reich, haciendo de ellos modélicos ciudadanos convencidos del ideario nacionalsocialista. ¡Pobres ratitas de laboratorio!
La sabiduría popular seguirá repitiendo, una y otra vez, aquello de los polvos y los lodos, además de aquel otro explícito referente que nos enseña con claridad que "el que siembra vientos recoge tempestades". El odio nunca ha generado reacciones positivas y, por otro lado, la mentira tiene las patitas tan cortas que no podrá, por definición, llegar ya mucho más lejos. ¡¡Al tiempo!!
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