¿Y a esos los denominamos nuestros representantes? Sabia es la lengua para renombrar y útiles los diccionarios para saber emplearla con rectitud. Indaguemos; entonces, en la palabra “representante” de la mano del diccionario de la RAE.
Si hemos de seguir el dictamen de estos “inmortales” de la Academia, el vocablo significa:
- Que representa
- Persona que representa a un ausente, cuerpo o comunidad
- Persona que promueve y concierta la venta de los productos de una casa comercial, debidamente autorizada por esta
- Persona que gestiona los contratos y asuntos profesionales a actores, artistas de todas clases, compañías teatrales, etc.
- Actor o actriz de teatro.
Hay donde elegir, convendrán conmigo… Pero fijando prioridades, contraviniendo, incluso, su propia forma de actuar, comentaremos de abajo hacia arriba.
En efecto, estos “figuras” de la escena política local, lo menos que podemos decir de ellos es que lo que están haciendo es “representar” una función teatral, un drama quizá; eso sí, de manera harto lamentable… Son tan malos actores que, en la mayor parte de las ocasiones, no se creen ni el papel que les asignan. ¿Cómo sorprenderse, entonces, de que ni siquiera lo estudien? Malos cómicos que ya no producen ni sonrisas; indignación, más bien, tanto en el público de la platea como en el del gallinero que no pierde ocasión para gritarles a la cara sus vergüenzas, a poco que se presenta la ocasión. ¿No será esta una de las causas del desasosiego y la indignación de los leoneses?
No le falta tampoco su punto de salsa picante a la interpretación que podemos encontrar en las acepciones 3 y 4. En muchos casos, a no dudar, el profesional de la política leonesa se transmuta en representante de los intereses de toda la camarilla que le rodea; unos porque les ha colocado y otros porque esperan, más o menos, pacientemente su turno. Los de acá porque disponen de productos que desearían vender, hay comisiones que percibir, favores que demandar o ganancias que repartir; ¡ah, la “famiglia”, eso es la “cosa” más sagrada, en determinados ambientes…!
¿Qué queda entonces de nuestros tan poco valorados “representantes”? Convendrán conmigo en que, por lo que a las otras acepciones se refiere, ya no nos quedan voluntarios en esta carrera de eliminación que hemos establecido. Porque, a decir verdad, si exceptuamos eso que tanto les mola de “representar a alguien ausente”, pongamos, por ejemplo, al pueblo, en los actos públicos, no les veo yo mucho futuro….
¿No han observado, por cierto, que en todos esos grandes saraos, en todas sus francachelas, en los sucesivos cortes de cinta inauguradora (ahora se vende por kilómetros) nunca participa ese raro espécimen que suelen calificar de “el pueblo soberano”? “Pa soberano el coñac”, se dirán ellos…
Si realmente fueran o se consideraran nuestros legítimos representantes políticos, en el sentido que debe atribuirles el estado de derecho, comenzarían por escuchar las auténticas necesidades de sus representados, se presentarían a cara descubierta y sin el taparrabos del partido y elaborarían un programa de actuaciones, tan seriamente concebido y tan honradamente pactado que constituiría un verdadero contrato entre partes. Claro que, como “las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas” a nadie sorprende ya, al parecer, que haya tantos Diegos como digos y tantos caras como nombres en las diferentes listas…
“Tanto me da que me da lo mismo”, recuerda la sabiduría popular; y así es. Sirva un único ejemplo, reiterativo sí, obsesivo también, pero el único leitmotiv, en suma, de las reflexiones del Húsar: la deseable, necesaria, urgente, imprescindible AUTONOMÍA LEONESA.
No importan las manifestaciones, las constataciones, las pruebas irrefutables y las evidencias más palmarias; unos siguen enrocados en su postura cerril del “Santiago y cierra Castilla” y otros, en su continuo alarde de funanbulismo político, siguen saltando, a la pata coja, por la cuerda de su calculado leonesismo de conveniencia y de paco…tilla. ¡Pena me dan y hastío! ¿Será, más bien, el pueblo la causa de mi angustia?
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