Hoy intento trasladar a este blog un grito en el que no sabría distinguir si lo que prima es más la indignación o la amargura, la rabia o el disgusto, la cólera o el desengaño. No es esta, naturalmente, la vez primera que constato vivir, para nuestra desgracia, en medio de un pueblo anestesiado y en el seno de una sociedad lejos aún de alcanzar los niveles de verdadera democracia. Mas permitid que exprese mi protesta, mi reproche, mi censura y mi reprobación ante unos acontecimientos que me han trasladado, tiempo atrás, a unos años de foto en blanco y negro, de noticias de NODO, de opresión del poder, de sumisión perruna y de unos policías exhibiendo, cual matones de barrio, sicarios de opereta, ese poder omnímodo que confieren las armas ante indefensos, arrinconados y más que confundidos ciudadanos.
No me puedo callar, tampoco debo; alguien dijo hace un tiempo que “si se callan estos, hablarán las piedras”. Hasta por higiene mental aconsejan algunos echar fuera el demonio del despecho frente al desprecio de los poderosos. Ya sé que éramos pocos… entonces ¿qué temían? Terroristas no somos ni llevábamos armas ni aún palos de banderas, salvo cuatro; no buscábamos, en modo alguno, la agresión, ni acercarnos siquiera. ¿Qué pueden importarnos estas tropas que, a modo de rebaños, aparecen, en un intento estúpido de abarrotar plazas de toros o pabellones deportivos, solo para exhibir una supuesta fuerza, echar un pulso al otro y arrancar a dentelladas un nuevo titular a los telediarios? ¡Cuándo se darán cuenta de que nada interesan esos fatuos despliegues, esos cultos al líder, esas funciones huecas!
Una sencilla marcha, una cadena humana que alguien denominara de “Xente Llibre” parece suficiente para tumbar por tierra sus fantásticos planes; ¿se tratará quizá de un ataque a los auténticos fundamentos de este régimen? ¿Temen estar ante la fuerza de una verdad que, torticeramente, vienen tratando de ocultar? Ya conocemos hasta dónde suele alcanzar el valor de las promesas lanzadas al viento electoral; caramelos huecos de cabalgata festiva con fecha de caducidad…
Mas todo lo anterior no debería facultar siquiera a ninguna “fuerza pública” para que nos retenga, nos arrincone, nos identifique e incluso amenace con denuncias si no obedecemos unas órdenes que no tienen, ni tan siquiera, derecho alguno a darnos. ¿Pero quiénes son ellos? ¿Y por quiénes nos toman? Los hay que se “deprimen” si deben intervenir en determinados territorios del Estado que no necesitamos nombrar para entendernos. Pero ¡cómo se envalentonan ante unas pobres gentes leonesas! Sencillos ciudadanos que no ejercen mas que el derecho y, en las actuales circunstancias, la obligación de luchar por su tierra, de gritar alto y claro que no quieren ser sacrificados, en el altar de estos nuevos diosecillos, para favorecer intereses de terceros, por más innecesarios. Y, una pregunta más, pues no acierto a encontrar la diferencia: ¿por qué sí permitieron acercarse a unos señores ataviados con batas blancas hasta prácticamente la puerta de la plaza de toros, cuando a nosotros nos acorralaron, nos persiguieron e incluso nos hostigaron hasta conseguir que muchos abandonaran el lugar para terminar en un número, mucho más testimonial aún que aquel con el que habíamos comenzado?
Pero me queda aún algo que me irrita, me aflige y me atormenta: ¿por qué éramos tan pocos? ¿Acaso no interesa una convocatoria presentada a este reclamo?: “¿Y tú qué vas a hacer...? ¿te vas a quedar en casa? no más agresiones al patrimonio natural leonés” ¿habrán tirado algunos la toalla de la resignación confiando en torticeras promesas de “los suyos”? ¿será quizá que "los de siempre" estarán intentando desactivar, por todos los medios a su alcance, la incómoda protesta? ¿dónde estaba la fuerza de tanta alegación? ¿y dónde los firmantes? ¿hasta dónde alcanzaron las promesas de apoyo de tanta asociación, las plataformas, alcaldes variopintos e incluso ciudadanos que nos acompañaban en otras ocasiones? Que nadie venga luego con la eterna canción, bien conocida: “no se puede hacer nada” o lo que es aún peor, pues nos irrita: “tenemos lo que nos merecemos”.
Para algunos quizá sea verdad, pues se conforman con protestas de bar o con gritar desde la comodidad de sus casas, digiriendo comidas o durmiendo la siesta, tratando tal vez de convencerse de que esto es suficiente; mas a nosotros, poco van a poder exigirnos los que nos sucederán en el futuro, tras un cuarto de siglo en la trinchera a favor de lo nuestro, invocando la vida que nos deben, reclamando justicia y estrellando en sus caras verdades como puños; sin desfallecer nunca, contra los vientos crudos de las adversidades, expuestos a la burla de las gentes y al escarnio cerril de algunos policías. Mas lo que en realidad produce más quebranto es sufrir el aguijón de un obtuso desprecio, el cobarde abandono de aquellos mismos por los que estás luchando, sin tener en cuenta ni tiempo ni dinero ni intereses bastardos, tan abundantes en tiempos de escasez.
En esta situación de desamparo, de sálvese quien pueda ante el abismo, por el que se despeña la histórica Región que nos diera la vida, un grito y una duda me corroe: Leoneses, ¿es que no nos queda ya sangre en las venas?
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