¡Albricias, cáspita; congratulémonos, regocijémonos, entonemos aleluyas, gastemos nuestros míseros ahorros que no vamos a necesitarlos más, rompamos el cerdito de nuestros pequeños y encarguemos a la pirotecnia castellufa una sonora traca que demuestre nuestro inenarrable júbilo a la par que nuestro más sincero agradecimiento; pongámonos, entonces, en posición genuflexa, por si les apetece darnos por ahí, aprovechemos para lamerles las botas y digamos con alegría, aunque sea fingida, cual corresponde al esclavo: “gracias señor, gracias mi amo, gracias, mil gracias”.
Mas, ¿cuál es hoy el motivo de esta perorata del Húsar, este “cazurro insatisfecho, protestón y cascarrabias? Claro está que no es fácil de adivinar porque motivos tenemos más que sobrados todos los días para descargar nuestra mala baba y elevar la bilirrubina hasta niveles cercanos a la cima de la cucaña de mi pueblo. La causa está en esa incontenible alegría de nuestros políticos, políticuchos y politicastros, ante la concesión, por parte de la Junta, de la Yunta, de la Punta o del Clavo que nos tiene amarrados al duro banco, de la concesión esa tan sonora y tan sonada (¿dónde, cómo, cuándo?) del título para León de “Cuna del Parlamentarismo”. ¡Un éxodo de turistas va a provocar la cosa esta, oiga!
¿Y tenían que ser precisamente ellos? ¿Los mismos que se burlaron de nuestras Cortes en aquel malhadado 800 aniversario de las mismas, con el paripé que prepararon, con la mofa que de ellas hicieron, hasta encargar a sus acólitos bien pagados negar su propia existencia? ¿Los mismos que se han encargado de silenciar la oportunidad impagable de una celebración digna para 1100 años de historia de este Reino de León, aún presente en el segundo cuartel del escudo constitucional?
Miren ustedes, señores suyos, váyanse con sus distinciones a otra parte, olvídense de nosotros, déjennos en paz que no necesitamos de sus collares, ni siquiera como condecoraciones; ellos tienen, a no dudar, la capacidad de transmutarse en lo que son, argollas de una cadena que nos viene sometiendo a la peor de las servidumbres: a la esclavitud aceptada entre cantos y danzas que se asemejan a las denominadas “danzas de la muerte”, en época medieval.
Con todo, lo lamentable no es eso, pues de la mala gente se puede esperar cualquier cosa (manipulaciones, incluso en los cómics, mentiras, patrañas y falsedades), ya dice el refrán, que hemos glosado alguna vez, que “el zorro pierde primero el pelo que las mañas”. Lo terrible es que los supuestos, reales, fingidos, reconvertidos, reconcomidos, imaginarios o pretendidos leonesistas, brinquen de gozo y agradezcan a esta banda una cosa que por ley nos pertenece. ¡Cuánta bajeza moral, cuánta miseria!
Si les quedara un ápice de vergüenza, a los unos y a los otros, incluso al Gobierno Central, encabezado por un (al parecer) leonés (¿ustedes lo han notado en algo?), que obtengan esa misma declaración, con la solemnidad que el caso requiere, del Parlamento Europeo. Eso sí tendría repercusión; lo demás es un brindis a la sombra… del árbol que bien les cobija. ¡Mejor no provocar demasiado al amo, no hurgar excesivamente en la herida, no enojar inmoderadamente a aquel que puede sernos de utilidad algún día! ¡Valentía, la justa; la misma que la que demuestra mi gata en una tormenta de verano!
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