De cara a las ya inminentes elecciones, con la consiguiente dosis de "leonesismos" varios (útil, rancio, posible, necesario, excluyente, realista, etc... -se ruega consultar el diccionario de la RAE para añadir adjetivos a la colección) con los que van a intentar comernos la cabeza y birlarnos el voto, una vez más, el Húsar piensa que sería de obligado cumplimiento que el votante de a pie o de a caballo se parara a pensar en el principio de los principios, el que sustenta sus convencimientos más íntimos sobre la cuestión que aquí se debate.
No es esta la primera vez, ni tampoco será la última, que este colectivo, respondiendo incluso a sus objetivos programáticos, trate de ayudar a sus lectores en esa necesaria reflexión; algo que, por cierto, tampoco vendría mal a los que, intentando que nos creamos conversiones de última hora o propósitos de enmienda ante su pasividad manifiesta, intentan convencernos de que les demos carta blanca con nuestro inocente y convencido voto para que luego hagan lo que quieran con él; como se ha visto, hasta escupirnos en lo más íntimo de nuestras convicciones. ¿Cuándo un verdadero "pacto" firmado de compromisos realistas con los votantes? ¿Dónde encontrar el bebedizo que convierta a "nuestros representantes" en verdaderos leones defendiendo a sus votantes y cumpliendo con sus voluntarias (ya que se presentan a ello) obligaciones?
Prometemos entonces volver a la carga, sin miedos ni cortapisas, se ofenda quien se ofenda (que seguramente es porque "ajos comen") pero hoy, aprovechando una pregunta que nos hacen a veces, hemos querido aportar alguna luz sobre una necesaria respuesta a esta duda metafísica que corroe al cuerpo electoral leonés. ¿Pero qué es eso del "leonesismo"? Sí, ya se han dado mil respuestas (o al menos "500..."), pero aquí va la nuestra hoy, que por serlo no pretende sentar cátedra ni crear escuela, aunque sí aclarar el panorama.
Partamos, a los efectos de una lógica conclusión posterior, de una premisa, de una constatación inequívoca y que se observa cada día y en cualquier punto del planeta: todos parecen tener el derecho y el deber de querer a su tierra de nacencia o de adopción; se desprende entonces de ello que nosotros, los leoneses, también deberíamos sentir igual, pues no somos diferentes al resto, es más, una de las características de estos pueblos del Oeste es, precisamente, el sentimiento de "morriña", lo que la Pícara Justina denominó ya hace varios siglos, gente "morida de amor por la su tierra".
Pero ese sentimiento, aunque pudiera pensarse irracional, aunque esté en las raíces del ser, en eso que algunos denominan quizá la "identidad", en un automatismo aprendido desde la enseñanza y potenciado desde las administraciones públicas, no lo es tanto desde esas causas; bien al contrario pues por culpa de esta situación de extrañamiento dentro de nuestra Tierra, la Región Leonesa sigue siendo la única que no ha logrado tener, por mor de unas inexplicadas e inexplicables "razones de Estado", un estatus de comunidad autónoma y, por lo mismo, de singularidad, de reconocimiento, de estima, de autogobierno, de disponer de lo suyo sin intermediarios, intereses ajenos, ambiciones externas, utilizaciones bastardas u objetivos espurios.
Por eso los leoneses seguimos reivindicándonos “solos” en nuestra Región, pero con la soledad del que se siente solidario en una patria común; libres, pero con la libertad del que se sabe, por ello, responsable de su futuro en este mosaico peninsular; autónomos, pero con el sentimiento de compartir algo por lo que nuestros antepasados lucharon dando, incluso, lecciones de respeto y tolerancia que, sin embargo, ahora no se tienen, en absoluto, con nosotros.
Ese sentimiento es entonces racional, razonado, legítimo y hasta necesario; impregna muchos de nuestros pensamientos, querencias, acciones y voluntades y, desde luego, no se fundamenta en el victimismo o en el negativismo en el que nos pretenden encerrar, cual irredentos presidiarios o irreconocibles castellanos; somos LEONESES, con el convencimiento de serlo y no precisamente por no ser esto, eso o lo otro; no en contra de nadie ni en contra de nada, simplemente por el hecho de SER.
Se es leonés porque se siente en las raíces, porque se respira en el aire, porque está en nuestra historia, en nuestra cultura, en nuestra sangre y en nuestras pulsiones más íntimas; y lo somos sin vergüenza ninguna, sin tener que pedir perdón por ello ni dar cuentas a nadie por algo que, además, nos honra, nos enaltece, nos iguala al resto y nos pertenece; y porque lo contrario sería una claudicación, una renuncia, un desdoro y una traición a los que nos han precedido.
Este es el primer pensamiento, el primer convencimiento por el que seguir en la lucha; por lo demás las consecuencias son obvias: exigencia, voluntad, reivindicación y alerta ante lo que se nos viene encima, ante los engaños, los cantos de sirena y las manipulaciones. Solo en el convencimiento y la persistencia lograremos la victoria.
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