(Comentario, en tono menor, a la "cantada" del señor Lucas, durante la celebración de los 25 años de lo que algunos denominan el “pestatuto” de la cosa esta.)
Desde que algún desconocido predecesor de Darwin abordara el primer intento de clasificación de las diferentes clases de tontos, esta lista, con los tiempos y las circunstancias, no ha cesado de aumentar; estamos ante una enumeración casi ya interminable. Al clásico tonto del pueblo (ya que, al parecer, todos tenían la obligación de censar, al menos, uno) vinieron a sumarse, el tonto del bote, el tonto del culo, el tonto útil, el tonto de la baraja, el tonto del haba, el tonto de jardín, el tonto del balcón, el tonto a las tres y, para no alargar el inventario, el, casi último, tonto digital.
El agudo lector habrá echado aún en falta uno, bastante conocido por estas tierras, y que responde a la denominación de tonto de capirote; de él dice nada menos que Unamuno, ya en un memorable artículo publicado en 1923: "es el que con un capirote o bonete puntiagudo, hace de tonto en las fiestas. Es un tonto de alquiler y casi oficial".
¿A que hemos dado con el meollo de la cuestión? ¿Comienzan, entonces, a explicarse para qué sirven personajes como el inefable Lucas (no, no me le confundan con el pato, por favor, por lo menos éste es un loco simpático) que no aparece más que en los saraos oficiales de la región más regional y tal y tal, Pascual? Como cobra un sueldín que para sí quisieran muchos mileuristas, seguramente merecedores de mejor suerte, el hombre este se debe sentir obligado, cada vez que se le acerca una alcachofa, en recepción oficial, a largarnos la única frase que debe caberle en la media neurona que tiene: “el proceso autonómico de Castilla y León está cerrado y es irreversible". Irreversible era la gabardina de mi abuelo y vaya si mi abuela consiguió confeccionarle un buen gabán…
¡Pero, hombre de Dios! ¿Tan poco cree usted en lo que predica que necesita sofronizarse y aleccionar a esta tropa cada cuarto de hora? ¿Tan poco confía en la manipulación sistemática de la Fundición Villal¡AR!, en las mentiras repetidas de los libros de texto para inocentes escolares y en las devastadoras campañas de asalto y derribo a lo leonés, con la consiguiente exaltación de la castellanidad más castellana de la castellanía?
Los hay tontos, más tontos y mucho más tontos; lelos, pavisosos o tontilindangos; gilipichis, zampabollos o cagapoquito…, todos, sin embargo, nos merecen un respeto, pero que tengamos que aguantar tonterías que, además, nos cuestan dinero… ¡eso ya no!, ¡ni de coña, vamos!
Váyase, señor mío, con el rollo a otra parte; esfúmese de la escena de este teatro de los horrores que ya nos sobran "primeras figuras". Es una verdadera saturación. Y no confíe tanto en los años pues ni le vamos a dar “lugar” ni tendrá “tiempo” para entontecer a una nueva generación. Ya nos encargaremos algunos de recordarles (¡y no vea como cala, oiga!) de dónde vienen, quiénes son y cuál es su verdadera identidad. El tiempo jugará, más bien, a nuestro favor, pues nos queda la esperanza de que, como la historia se repite, ocurrirá, aquí también, lo que aconteciera a aquel "simpar demócrata", por nombre Adolf Hitler, que creyendo controlar vida y conciencias, se escudaba en aquello de "Criticadme, pero tenemos a vuestros hijos en nuestras escuelas". ¿Le suena de algo? ¡Buena vacuna para tanto aprendiz de brujo, revolviendo en su apestosa marmita...!
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