Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
imponentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No somos pueblo de bueyes,
que somos pueblo de raza,
probado en crisol de historia
y que a Roma plantó cara.
Cántabros y astures fueron
los que nos dieron el alma,
legionarios la pulieron
al filo de sus espadas.
¿Quién podrá uncir con un yugo
a gentes de nuestra casta?
¿Puede ahogarse la memoria
de Bernardo, quien lograra
vencer a un emperador
y a doce pares de Francia?
¿De Guzmán, Vellido Dolfos,
los Ordoños, las Urracas,
y hasta de un emperador
que esta tierra coronara?
Leoneses de bravura,
héroes de tierra callada,
que comunicáis las penas
a la discreción del alba.
No permitáis que conviertan
el silencio en retirada;
algún día fuisteis dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza.
El poeta así lo dijo,
hacedor de mil palabras
que golpean las conciencias
y se clavan como dagas;
Poco han cambiado los tiempos,
pero aumenta la amenaza:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habréis de dejar
rotos sobre sus espaldas
Crepúsculo de los bueyes,
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
los leones, como reyes,
solo pecan de arrogancia,
y no bajan la cerviz
ni se entregan ni se marchan;
ellos imponen la ley
y nunca pierden la cara.
Seguiré luchando empero,
con la cabeza bien alta,
y removiendo evidencias
al viento de mis palabras.
Totmundo, el escribidor
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