sábado, enero 28, 2006

EL PAPELÍN Y EL PAPELÓN

Asistimos, en estos últimos tiempos, entre ansiosos, confusos y sorprendidos, al revuelo y utilización partidista de la reforma de algunos estatutos; ello nos retrotrae al que causó, en su momento, la firma (por parte de los tres grandes partidos leoneses) del denominado “Acuerdo por la Identidad Leonesa”; hasta tal punto que, según recordamos, los dos diarios de la ciudad de León consideraron de interés sacar a la palestra de la opinión pública a dos de sus más preclaros insultadores profesionales contra el leonesismo. Increible que un “papelín” (en el decir de uno de ellos) o unas demandas nada extemporáneas causaran semejante desazón en quienes se postulan como defensores de unos valores que deberían comenzar por el respeto a las ideas de los demás, aunque las mismas vengan expresadas por una minoría (aquello de Agamenón y su porquero debería servir en cualquier circunstancia, incluso en ésta). ¿O es que algunos no creen en la libertad de pensamiento y en la capacidad de raciocinio de los demás mortales? ¿Acaso se considerarán, ellos mismos, ungidos por los dioses con el don de la infalibilidad?

Atacar una ideología de forma tan simplista como se viene haciendo, y utilizando unos argumentos, tan manidos ya y tan poco consistentes, que deben ser revestidos de una pseudo ironía, más propia de la chanza o de la burla que de un debate serio de ideas, no parece, ni siquiera, el mejor modo de combatirlas; es más, aventuramos que, por lo que se puede intuir de la lectura de algunos columnistas, en temas que atañen a León y al leonesismo, ni las conocen ni muestran el más mínimo interés en conocerlas. ¿O nos encontraremos acaso ante un tipo de razonamiento volteriano que pretende, por medio de una crítica ácida, llevar al lector al convencimiento de los ideales que parece combatir? Gracias, en ese caso, porque el favor que vienen haciendo ustedes a la causa leonesista es realmente impagable.

Para un observador imparcial, debe ser causa de asombro infinito que nuestras demandas o ese ya famoso “manifiesto” de referencia, (si es que, al menos, se ha leído) que hubo de ser reiteradamente retocado para que no ofendiera sensibilidad política alguna, nos sea presentado por algunos como una especie de proclama incendiaria capaz de minar las propias bases del sistema democrático. No seamos ridículos; ¿dónde está la vena revolucionaria del aludido “papelín”? ¿Cuál es su peligro real en la “España de las autonomías”? ¿El de repetir en León (y con sordina) lo que se oye y se lee por todo el territorio español? ¿El de requerir, demandar o casi suplicar un respeto y una comprensión ante el ataque sistemático a nuestros límites geográficos, a nuestras singularidades culturales (que las hay, como en todas partes) o a lo que León ha representado a lo largo de su historia, algo que, por desgracia para muchos, no puede ser modificado? ¿El de recordar al poder político, como hizo en su momento D. Antonio Pereira, “la importancia de respetar las diferencias”? ¿El de cuestionar un proceso autonómico que se llevó a cabo sin las menores garantías democráticas? En este caso, la culpa no es de quienes protestan y siguen recordando el hecho, sino de los que lo consumaron sin consultar a quien, en una democracia (quiérase o no), debe tener la última palabra: el pueblo.

No se están aquí cuestionando evidencias tales como que León pertenezca a “la cuenca del Duero” pero, que se sepa, existen, a lo largo y ancho de nuestra geografía (nacional y europea) otras cuencas que, no sólo han dado origen a diferentes regiones, sino incluso a varias naciones que utilizan el río como frontera. ¿Qué consecuencias se pueden derivar, a los efectos que nos ocupan, de esta premisa geográfica? ¿Por qué no esgrimir este mismo argumento para el resto del territorio español? ¿Por qué no comenzar una cruzada que, desde nuestro irredentismo, convenza a todos esos herejes (nacionalistas, regionalistas o incluso grupos culturales que desean conservar lo que aprendieron de sus antepasados), les haga entrar en razón (confesión pública en la plaza de la villa) o simplemente los expulse del “suelo patrio”, como a otros tantos judíos, moros o moriscos, antes de que contaminen al resto con sus ideas? ¿Quién ha pretendido, hablando de la “identidad leonesa”, buscar unas diferencias en los “rasgos fisonómicos” de los habitantes de la geografía leonesa? ¿Acaso alguien que esté en su sano juicio ignora que somos todos producto de un mestizaje de siglos? ¿O es que los que pensamos de forma diferente estamos tan lejos de la realidad, que no alcanzamos, ni tan siquiera, a comprender una evidencia semejante? ¿Acaso se pretende con ello extender el manto de la duda hacia nuestra capacidad intelectual? ¿Cómo se puede argumentar que el hecho de considerarse leonés suponga “enfrentarse con el resto de la Comunidad”? ¿Por qué no con el mundo entero? ¿Quién ha podido sentirse obligado alguna vez a escuchar “los titos de Corbillos” o bailar “el paloteo”? No es con esos aparentes chistes fáciles (que pueden divertir a algunos, “hay gente pa too”) ni con la machacona repetición de unos argumentos simplistas como se podrá convencer a nadie de encontrarse en el error.

Mas que criticar un "papelín" lo que algunos hacen, de verdad y desde hace ya demasiado tiempo, es todo un "papelón". ¡Qué pena...!

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