Hoy el Húsar está contento, radiante; no podía ser de otro modo. Mucho se habló en su momento del "discurso del Presidente del Gobierno en el debate a la totalidad sobre la Propuesta de Reforma del Estatuto de Cataluña" y, tratando de evitar la premura de los análisis inmediatos en el "fragor de la batalla", nuestro húsar decidió leerlo y digerirlo, una vez hubiera trascurrido un razonable lapso de tiempo. Pues bien, el momento llegó y tras la lectura reposada, las conclusiones obtenidas vinieron a colmar sus expectativas, abriéndole ventanas a la ilusión.
Permitid, entonces, que comparta con vosotros sus vivencias y sus comentarios al hilo de esas esperanzadoras palabras de nuestro Presidente y paisano ZP. Un aviso previo, sin embargo; para evitar malentendidos, las citas tomadas del discurso en cuestión irán convenientemente destacadas, pues son de tal calibre que alguno cometería, quizás, el error de creer que han sido escritas por un leonesista. Y puede que no sea el caso... ¿o muy engañados nos tienen algunos?
Ya desde el principio, el Presidente nos tranquiliza y nos informa sobre lo que se llevará, realmente, a cabo, en el Parlamento; se trata solo de “un debate sobre la fuerza de la democracia y el valor de la Constitución”. ¿Quién dijo miedo, entonces? (habiendo hospitales....)
Y para mayor abundamiento, “Es un debate sobre el valor de la Constitución porque la Propuesta que hoy examinamos emana de la Constitución. En ella está prevista, es un producto de la Constitución”. Suponemos, entonces, con fundados argumentos, que también en la Constitución esté prevista la modificación del estatuto de Castilla contra León; modificación a la que, por otro lado, venían mostrándose tan remisos los unos y los otros. ¿Les quedarán argumentos, después de esto? ¿Tendrán el valor de oponerse si la reforma “expresa la voluntad política de los ciudadanos...”? Aún más, parodiando las propias palabras, que suponemos aplicables a cualquier situación semejante (“todos somos iguales ante la ley y el derecho”), “el estatuto de Castilla y León y la posibilidad de reforma de ese mismo estatuto existen porque existe la Constitución democrática. Esa es la poderosa fuente de su legitimidad” ¿Tan difícil era, pues, cambiar, para mejor, este estatuto que soportamos y padecemos desde hace ya más de 20 años? No lo parece, a decir verdad.
Cuando el Presidente recuerda que “en el año 1978 los españoles decidimos sustituir el silencio por la palabra”debería volver los ojos a su pueblo y, salvo que haya perdido, no solo el sentido de la vista sino también el del oído, constatar que seguimos amordazados, a pesar de las multitudinarias y reiteradas manifestaciones a favor de una Autonomía leonesa; un silencio culpable ha conseguido ahogar la mayoría de nuestras voces; solo unos pocos resisten contra los vientos del conformismo, del pesimismo, del derrotismo cazurro y de la subvención.
Por eso hoy estamos contentos; porque ni en España, ni menos aún en esta Comunidad Autónoma podemos seguir manteniéndonos “en la negación de todo aquello que nos hacía distintos”.
Abajo, pues, las políticas de igualación identitaria, acaben, de una vez, las millonarias subvenciones invertidas en propagar la mentira, deténganse esas rotativas que vomitan libros, trípticos, panfletos, hojas volanderas o cuadernillos varios, cuyo objetivo único no es otro que el de seguir adorando a este becerro de latón, inventado para mayor gloria de un centralismo absurdo y trasnochado. “La unidad del Estado no significa uniformidad, y el centralismo político no es la solución al debate territorial sino una parte del problema” ¡Oído, Pucela!
Gracias, señor Presidente; nadie habría sabido decirlo mejor pero ¿se habrán aprendido la lección, al menos, sus compañeros de partido? Proponemos que comience a evaluar, como testimonio del aserto, a los que tienen la obligación de seguirle y de liderar esos cambios tan necesarios que usted preconiza; por ejemplo, el Sr. Villalba; se lo agradeceríamos vivamente.
Comprendemos ahora, sin ningún tipo de esfuerzo, la segunda parte de su preámbulo; sí, cuando usted afirma, decididamente, que “la historia de España (...) ha dado (...) un giro irreversible hacia el éxito colectivo”. Pero ¿y el éxito individual o el de esta pequeña colectividad leonesa, cuna, precisamente, de esta realidad que denominamos España? La respuesta no puede ser más obvia, a pesar de que algunos venimos insistiendo sobre la misma, de manera reiterada: la falta de autogobierno, la capacidad de autogestión, la imposibilidad de tomar decisiones por nosotros mismos, siempre al albur de los salvapatrias que, precisamente, tratan de convencernos de que buscan lo mejor para nosotros... ¡como para creerles!
Gracias, una vez más, por abrirnos los ojos, por hacer que caiga la venda que impide ver la realidad; su convencimiento es el nuestro, señor, puesto que, como usted bien constata, hablando de Cataluña, “este período ha sido el más fecundo para el respeto de su identidad, para su autogobierno y para el bienestar de los catalanes”. Me alegro infinitamente por ello y por ellos, nos congratulamos, sinceramente, pero, una inocente pregunta: ¿y por qué no se aplica esta vara de medir también en la Región Leonesa? Para ellos se ha cumplido el veintiséis aniversario “del refrendo por el pueblo” de su estatuto; para nosotros ni siquiera se ha vislumbrado la oportunidad de que nos pronunciemos. ¿Quién entiende esto?
Convenimos con usted en que “nunca antes Cataluña había visto tan reconocida y respetada su identidad”; fantástico, fabuloso, pero... ¿y qué hay de la identidad leonesa? ¿qué fue de aquel manifiesto a favor de la misma firmado en su nombre hace ya algunos años? ¿quién, a día de hoy, la respeta, la reconoce y la defiende? ¿no serán los poderes públicos los encargados de esta tarea, puesto que, en la medida en que estos valores se pierdan no solo perderemos nosotros sino que perderá toda España?
Cuando “nuestra cultura y nuestras lenguas (suponemos que el Presidente se refiere a otras) viven un momento de expansión y de reconocimiento universal, insólitos en nuestra historia”, la cultura y la lengua leonesa se ven menospreciadas, cuando no vilipendiadas y siendo motivo de burla y desprecio. ¿Alguien puede hacer recordar a estos ilustrados de nuevo cuño que el primer texto en romance (conservado) se escribió en estas tierras del Reino de León? ¿Tendrán que seguir viniendo los investigadores extranjeros a seguir mostrando y demostrando la vigencia y la importancia de nuestra lengua y nuestra cultura a través de sus trabajos que aquí, por falta de interés o de financiación, nadie quiere llevar a cabo?
Algo que, sin embargo, nos llena de esperanza es el convencimiento presidencial de que “los desafíos que nuestra sociedad tiene por delante exigen reformas decididas”, especialmente si ellos vienen apoyados en “las nuevas demandas ciudadanas de derechos civiles y sociales; todos estos fenómenos reclaman respuestas de los poderes públicos”. Respuestas, sí, y me atrevo a sugerir que urgentes, puesto que, de seguir a este ritmo, en muy breve plazo ya no habrá quien levante la voz exigiendo esas respuestas y esas soluciones que no solo no llegan, sino que caminan en sentido contrario hasta convertirse en el eco de nuestras propias preguntas y nuestras exigencias. En vano. ¿En vano? “...cuando el Estado está políticamente descentralizado, es lógico que muchos cambios necesarios se manifiesten como iniciativas de reforma estatutaria. Esa es la razón que explica por qué las Comunidades Autónomas han puesto en marcha iniciativas para la revisión de sus Estatutos” ¿Y quién con más razón que nosotros para demandarlo, cuando todos estamos convencidos (al menos los leoneses ejercientes) de que esta Comunidad ha sido creada de manera artificial, contra toda lógica e incluso contra la propia Constitución como vienen aseverando muchos especialistas en derecho? A ello pues, que estamos a tiempo de remediar la cacicada cometida hace ya demasiado tiempo. ¿Quién dijo miedo, entonces?: “vamos a afrontar estas reformas desde la acreditada madurez de las fuerzas políticas de este país y desde la solidez de nuestras instituciones democráticas”. Que nadie tema nada; el mundo no se hundirá, ni siquiera el cielo caerá sobre nuestras cabezas, como maldición gala, porque León sea León, porque sea reconocido, de una vez por todas, en igualdad con el resto de las regiones de este país, puesto que histórica, cultural e identitariamente merece ser tenido en consideración y no ser despreciado como lo viene siendo, desde hace ya demasiado tiempo. Las consecuencias, si hemos de confiar en las palabras del Presidente serán del todo positivas: “un mayor crecimiento”, “más puestos de trabajo”, aumentos y mejora en orden a “educación”, “investigación”, “infraestructuras”, “en futuro”...
Si seguimos así, por el contrario, nuestros jóvenes tendrán que continuar emigrando “en busca de un horizonte vital, huyendo de la pobreza, cuando no de la persecución”. ¿Tendrán la insolencia y el descaro, ahora que se han determinado las causas, de seguir favoreciendo esta sangría?
Si el Presidente está convencido, hablando de los pueblos de España (y considerando, además, que, ya en dos ocasiones ha citado al pueblo leonés), de que “se abre paso un proceso de autogobierno de sus pueblos y de reconocimiento de las señas de identidad de todos ellos” y, para mayor abundamiento, que “España (¡cuánto menos la Comunidad de Castilla y León!) no se debilita cuando reconoce el autogobierno y la identidad de sus pueblos; muy al contrario”, nos cabe, para terminar este comentario a la parte introductoria del citado discurso, una duda que el propio Presidente expresa en el mismo, “¿Quién y por qué tiene miedo al debate democrático?
Y, si como él mismo afirma que “el Gobierno no teme ni al debate ni a las reformas”, esta vez estamos convencidos de que ni se invocarán de nuevo “las razones de Estado”, ni “el interés nacional”, ni toda esa serie de zarandajas estúpidas, más propias de un charlatán de feria, sino que se abordarán con valentía, con justicia y con equidad ese necesario debate y esas reformas que vengan a sacar a la Región Leonesa de la postración en la que se encuentra sumida desde su forzada incorporación a un ente extraño, estúpido y bicéfalo; de otro modo sería “responder (otra vez) con un portazo a la demanda que democráticamente nos traslada” esta histórica Región que, como poco, ocupa la cuarta parte del escudo constitucional.
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