¡Vuelta la burra al trigo!
¡Y nosotros también, volvemos por donde solíamos! ¿O creía alguien que habíamos acabado con nuestra colección de “Proverbios, refranes, adagios y aforismos"? Todo consiste en tener un poquito de tiempo puesto que ocasiones no faltan para echarle a cierta gente todo el refranero encima de la sesera.
Hoy, por ejemplo, el dicho, muy utilizado, antaño, en nuestros pueblos y que remitía a una repetición cansina, pesada y obtusa (aquello de la burra que se metía, una y otra vez en el sembrado, por mucho que intentaran alejarla de él…), viene a cuento de esta estúpida y obsesiva manía de la Junta y cuanto ella toca, en el sentido de querer, contra toda razón, hacer que lo leonés se interprete como castellano. Sin remitirnos, de nuevo, al eterno problema de los libros de texto (veremos qué pasa este año…) o a tanta metedura de pata más que voluntaria, el último intento viene denunciado en ciertos medios de comunicación y multitud de blogs como este; al parecer, para estos paletos pseudoilustrados, para estos jacobinos de las segundas rebajas, el paisaje en el entorno de la Joya del Esla, de San Miguel de Escalada, es “castellano”.
Pero ¡que obsesión, madre mía! Convencido está el Húsar de que algunos, en lugar de cobrar por lo que escriben o lo que dicen, deben cobrar por lo que mienten o, cuando menos, “por objetivos”, es decir, a tanto alzado cada vez que, viniendo a cuento o no, repitan la palabra Castilla y sus derivados.
Y se pregunta el Húsar, inocente, una vez más también: ¿pero qué puede añadir de importancia a nuestras cosas esa calificación o, cuando menos, que viene a significar ese sustantivo o el adjetivo arriba referido? ¿Alguien se ha preocupado por definir, de manera comprensible y exenta de los tópicos de siempre, lo que es eso del “paisaje castellano”, el “clima castellano”, el “alma castellana”, o aún, la “catedral castellana”, la “joya castellana” o "la mala leche castellana"…?
Bien sabemos que cuando algo no se tiene, se inventa; que es más fácil, aunque delictivo, apropiarse de lo ajeno que ganarse, honradamente y con esfuerzo, el pan y el reconocimiento de los demás; que los logros ajenos ciegan y que la envidia es muy mala consejera,… En resumen, que cuando se está atacado de papanatismo celoso, ante los triunfos ajenos, se echa a rodar, monte abajo, la rueda de la leyenda sin reparar en las consecuencias o en los atropellos inevitables.
¿Que las Cortes de 1188 son leonesas y nos chincha reconocerlo? Pagamos a cuatro “intelectuales comprometidos” para que las desacrediten y a un número semejante para hacer creer al resto de la manada que son castellanas… Y así con todo y siempre; nos suena tan repetido que el número de nuestras quejas, protestas y denuncias ocupa ya gran parte del disco duro de muchos de nuestros ordenadores. Pero ¿qué conseguimos? Ellos, erre que erre, siguen invadiendo, impunemente, bravuconamente, nuestro sembrado… y pacen y pacen, hasta que lo dejen yermo, si es que no ponemos remedio y los medios para evitarlo.
Pero, en último caso, ¿qué es Castilla y lo castellano, en esta versión juntera, machacona e igualitaria? Una entelequia, un puzzle mal encajado de teorías noventayochistas mezcladas con una dosis envenenada de irredentismo "onesimoredondiano" y un deseo de aparentar ser alguien, comidos de envidia por los periféricos. A pesar de todo, ya lo hemos repetido, quien conocía bien esta realidad (don Antonio Machado) dejó dicho, en sabia apreciación:
¡Y nosotros también, volvemos por donde solíamos! ¿O creía alguien que habíamos acabado con nuestra colección de “Proverbios, refranes, adagios y aforismos"? Todo consiste en tener un poquito de tiempo puesto que ocasiones no faltan para echarle a cierta gente todo el refranero encima de la sesera.
Hoy, por ejemplo, el dicho, muy utilizado, antaño, en nuestros pueblos y que remitía a una repetición cansina, pesada y obtusa (aquello de la burra que se metía, una y otra vez en el sembrado, por mucho que intentaran alejarla de él…), viene a cuento de esta estúpida y obsesiva manía de la Junta y cuanto ella toca, en el sentido de querer, contra toda razón, hacer que lo leonés se interprete como castellano. Sin remitirnos, de nuevo, al eterno problema de los libros de texto (veremos qué pasa este año…) o a tanta metedura de pata más que voluntaria, el último intento viene denunciado en ciertos medios de comunicación y multitud de blogs como este; al parecer, para estos paletos pseudoilustrados, para estos jacobinos de las segundas rebajas, el paisaje en el entorno de la Joya del Esla, de San Miguel de Escalada, es “castellano”.
Pero ¡que obsesión, madre mía! Convencido está el Húsar de que algunos, en lugar de cobrar por lo que escriben o lo que dicen, deben cobrar por lo que mienten o, cuando menos, “por objetivos”, es decir, a tanto alzado cada vez que, viniendo a cuento o no, repitan la palabra Castilla y sus derivados.
Y se pregunta el Húsar, inocente, una vez más también: ¿pero qué puede añadir de importancia a nuestras cosas esa calificación o, cuando menos, que viene a significar ese sustantivo o el adjetivo arriba referido? ¿Alguien se ha preocupado por definir, de manera comprensible y exenta de los tópicos de siempre, lo que es eso del “paisaje castellano”, el “clima castellano”, el “alma castellana”, o aún, la “catedral castellana”, la “joya castellana” o "la mala leche castellana"…?
Bien sabemos que cuando algo no se tiene, se inventa; que es más fácil, aunque delictivo, apropiarse de lo ajeno que ganarse, honradamente y con esfuerzo, el pan y el reconocimiento de los demás; que los logros ajenos ciegan y que la envidia es muy mala consejera,… En resumen, que cuando se está atacado de papanatismo celoso, ante los triunfos ajenos, se echa a rodar, monte abajo, la rueda de la leyenda sin reparar en las consecuencias o en los atropellos inevitables.
¿Que las Cortes de 1188 son leonesas y nos chincha reconocerlo? Pagamos a cuatro “intelectuales comprometidos” para que las desacrediten y a un número semejante para hacer creer al resto de la manada que son castellanas… Y así con todo y siempre; nos suena tan repetido que el número de nuestras quejas, protestas y denuncias ocupa ya gran parte del disco duro de muchos de nuestros ordenadores. Pero ¿qué conseguimos? Ellos, erre que erre, siguen invadiendo, impunemente, bravuconamente, nuestro sembrado… y pacen y pacen, hasta que lo dejen yermo, si es que no ponemos remedio y los medios para evitarlo.
Pero, en último caso, ¿qué es Castilla y lo castellano, en esta versión juntera, machacona e igualitaria? Una entelequia, un puzzle mal encajado de teorías noventayochistas mezcladas con una dosis envenenada de irredentismo "onesimoredondiano" y un deseo de aparentar ser alguien, comidos de envidia por los periféricos. A pesar de todo, ya lo hemos repetido, quien conocía bien esta realidad (don Antonio Machado) dejó dicho, en sabia apreciación:
"Castilla miserable,
ayer dominadora
envuelta en sus andrajos,
desprecia cuanto ignora".
¡Y cuánto deben ignorar algunos por más que se crean…!
Al ritmo que se vienen produciendo estos acontecimientos no me sorprendería que muchos leoneses reaccionaran como le ocurriera, según recoge el gran Lope de Vega en “La Filomena”, a aquel portugués que todos los días daba gracias al Señor "porque no le había hecho bestia ni castellano".
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