viernes, febrero 10, 2006

ATADO Y BIEN ATADO Y ¡QUE NO DECAIGA...!

De nuevo nos vemos obligados a hablar sobre determinados comentarios que, como otras tantas veces (y ya van...), atentan contra el deseo de un mínimo reconocimiento y respeto para con los ciudadanos de esta tierra. Pero ¡quién habrá dotado de tan poca sensibilidad política (¿tendrán alguna?) a ciertos personajes públicos a los que, día a día, y con una paciencia más que franciscana, soportamos! Se les presenta una circunstancia, que algún pedante no dejará de calificar de “ocasión histórica”, y, en lugar de aprovecharla para bien, arremeten, de nuevo, con todas sus baterías cargadas (no hay más que leer los comentarios de algunos ¿periodistas?, estos últimos días), contra el irreductible enemigo del “oeste” de su Comunidad, contra el díscolo y montaraz pueblerino que ni siquiera acierta a vislumbrar las ventajas de pertenecer a la “región más grande de España”, contra el “paisanín” a quien brindan, en su generosidad, una y otra vez, la oportunidad de ser “castellano universal”, contra esos cazurros que siguen sin aceptar que “el mapa autonómico está cerrado”. ¡Que fijación! ¡Qué cerriles!

En estos momentos la polémica está servida desde el momento en que parece abierto el “melón” de las reformas estatutarias, encaminadas a reconocer a determinadas comunidades españolas, incluso, su condición de “nación”. Hasta aquí nada que objetar, si dicha modificación cuenta con el apoyo mayoritario del pueblo (?); pero, curiosamente, una vez más, como hace 25 años, a los leoneses se nos vuelven a negar nuestros derechos más elementales (ya comprendo por qué dicen que la historia se repite).

Para estos cazurros irredentos, para estos “salvajes con plumas” del “Oeste” el mapa autonómico sigue, sin embargo, “cerrado y bien cerrado” o, en palabras de hace apenas unos días, de Miguel Martínez, el “mapa autonómico está conformado y no seria inteligente (¿) cambiarlo”.

¿Desde cuando la contumacia en el error es prueba de inteligencia? ¿Habrá que cambiar incluso los refranes al uso? ("Rectificar es de sabios") ¿Qué tienen que hacernos a los leoneses, además de robarnos nuestro dinero y tratar de que desaparezcan nuestra historia, nuestra cultura, nuestra lengua, nuestra identidad y hasta nuestro mismo nombre? ¿Todavía no aprendieron que, aunque el León esté dormido, siempre es una fiera que puede despertar? O ¿acaso es ese el motivo de que intenten, por todos los medios, que la juventud emigre?

Por lo que se ve, de nada han servido los pronunciamientos, más o menos retóricos de “lo castellano y lo leonés”, de la “defensa de la identidad”, de que “los castellano-leoneses no existen”, de que ¡viva la diferencia! pero que no me quiten el sueldo, etc.; a la primera ocasión (que no sé si “la pintan calva” o quizás verde botella por aquello de divertirse un poco más, siempre a costa de los mismos) se vuelven a reproducir los pasados errores de los que se habían acusado y excusado en público, como verdaderos pecadores arrepentidos. ¡Ya se ve...! ¿Pero no habíamos quedado en que esta Comunidad está “compuesta por dos regiones históricas”? ¿No parecían algunos dispuestos a que así figurara en el nuevo estatuto?

Esta ceremonia de la confusión, sin embargo, estos continuos cambios de chaqueta que incluso, a veces, parecen terminar con auténticas bajadas de pantalón, me recuerdan aquel sencillo y hasta cándido ejemplo que, según se nos refiere, utilizó, hace ya más de dos siglos, el P. Martín Sarmiento, leonés de Villafranca del Bierzo, para ilustrar el castigo de la torre de Babel con la confusión de los higos y las avellanas o de la hora y el amén.

Seguro que lo único que ocurre es que nuestros políticos hablan en un idioma diferente, (¡por eso no nos entendemos!) del que utiliza el pueblo al que hacen el “enorme esfuerzo” de ¿gobernar? y que el único punto de contacto lingüístico es el del momento en que, como los pobres de antaño que paseaban su vieja retahíla de “una limosna por amor de Dios”, mendigan su voto para despreciar luego a quien tuvo la generosidad de ayudarles y la candidez de creer en sus promesas.


Como antiguamente quizás, tendremos que aprender a contestar, cerrándoles definitivamente la puerta del voto, aquello de “Dios le ampare, hermano".

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