A raiz de la última manifestación a favor del reconocimiento de la realidad leonesa, de su cultura, de su lengua y, en suma, de su identidad, y tras las valoraciones de los diferentes medios y ¿líderes? políticos, no podemos por menos de (eso sí, en la más pura tradición de la ingenuidad que nos caracteriza) ejercitar esa cualidad del género humano que está intrínsecamente relacionada con la búsqueda de la verdad; es decir, el hecho mismo de hacerse preguntas intentando encontrar, cuando menos, algunas respuestas.
Queremos prevenir que, en lo que a la primera parte se refiere, las preguntas, parecería que nos situamos, pura y simplemente, en la utilización de un recurso literario cual es el de la interrogación retórica; a fuer de ser sinceros, y cómo creemos haber demostrado a lo largo de nuestra trayectoria, en nuestro cuaderno de bitácora, no estamos, ni mucho menos, para hacer literatura.
¿Y qué hay entonces de las respuestas? Queda dicho, también en muchas de nuestras intervenciones, que no pretendemos clamar en el desierto, que lo que escribimos no trata de ser una autocomplacencia, ni mucho menos aún, un entretenimiento de ociosos aburridos o una manera fácil de aliviar algún trauma psicológico. Lo más importante es dar a conocer los problemas por los que transita la identidad leonesa y, en una necesaria puesta en común, lanzar nuestra reflexión a esta red que todo lo envuelve, tratando de encontrar, en el eco de nuestras demandas, algunas soluciones a esta situación ya enquistada y, por lo mismo, necesitada de una urgente intervención de avanzada cirugía.
Pues bien, reflexionando sobre lo recientemente ocurrido, no podemos por menos que sorprendernos de actuaciones como las que siguen:
¿Por qué siguen, algunos, empecinados en tergiversar, siempre a favor del poder, las cifras de las manifestaciones leonesistas? ¿Por qué hasta tratan de adaptarlas, incluso a toro pasado, en función de los intereses que priman en un momento determinado?
Sirva como ejemplo el hecho significativo de que, aun cuando nunca aceptaron que, en la ya famosa manifestación del 4 de mayo de 1984, hubieran salido a la calle 90.000 leoneses, ahora, para minimizar las últimas protestas ciudadanas, repiten machaconamente que somos pocos y que el movimiento ha ido a menos porque, en aquella ocasión el número había sido de 100.000. ¡Qué frágil es la memoria cuando se pretende olvidar! Mas,¡qué oportunas las hemerotecas para sacar los colores a determinados insultadores y oportunistas de medio pelo!
Pero, por más que lo intentamos, seguimos, sinceramente, sin entender esta forma tan atípica de reaccionar, por parte de nuestros medios de comunicación y nuestros representantes políticos. Si consideramos que la participación del pueblo es lo que tanto se predica, en un régimen democrático, ¿por qué se molestan tanto si salimos a la calle expresando nuestras ideas? ¿Por qué les parece tan mal que el número de los "descontentos" aumente en cada convocatoria? ¿Por qué les desagrada tanto que sigamos defendiendo nuestra tierra, nuestro patrimonio y nuestra identidad? ¿Por qué lo que alaban en determinados lugares aquí se combate a hierro y sangre? ¿Por qué no se utiliza, en todas partes, la misma vara de medir y los mismos argumentos que la sustentan? ¿No serán capaces de reflexionar que puede existir un fondo de verdad en lo que aquí, tozudamente, reivindicamos? ¿Tan hinchado tienen su ego que les aturde hasta el sentido del oído, alcanza a nublarles la vista y les priva, incluso, de ejercer la facultad del razonamiento? Si yo supiera escribir como Jean de la Fontaine, les contaría ahora aquella conocida fábula del sapo que quiso ser tan grande como un buey, aunque, seguramente ya conocen o imaginan el desenlace: naturalmente, el sapo se hinchó tanto, tanto, tanto que, al final, reventó y, de acuerdo con la ley natural, ese parece ser el fin reservado a todos estos aprendices de viscosos y repelentes anfibios, eso sí, rodeados de toda una corte de aduladores que croan al ritmo que les marcan sus amos... hasta que dejan de serlo.
Hay otra cuestión que nos atormenta desde hace unos días, vistas las reacciones, sobre todo de los medios. ¿Por qué se empeñan en "buscarle tres pies al gato", si hace ya bastantes siglos que los científicos han descubierto que tiene cuatro? ¿Por qué se empecinan en encontrar otras explicaciones al "fenómeno del leonesismo", cuando la respuesta es mucho más sencilla y se encuentra, únicamente, en el origen de esta comunidad autónoma absolutamente antinatura? ¿Por qué se mantienen absurdamente en el campo de la mentira?
Y, si la causa es su desconocimiento (no se puede saber de todo y hay mucho becario que pulula por las redacciones), ¿por qué no tratan de informarse en lugar de repetir tópicos al dictado del poder?, ¿por qué no preguntan a quienes pueden ofrecerles respuestas?, ¿por qué siguen en esta absurda campaña de desprestigio de un movimiento, tan legítimo y tan natural que hasta, en ocasiones, se nos antoja difícil de que no pueda ser de otro modo? Pues, en este sentido, ¿cómo es posible no reclamar, en palabras de Juan Pedro Aparicio, "la condición leonesa de León"?
Hasta estos lindes del absurdo hemos tenido que arribar, empujados por los vientos de un destino que se nos trata de escribir desde fuera de nuestra tierra; una tierra que, por otro lado, ha venido dando lecciones al mundo en materia de empresas memorables, de leyes avanzadas y de hombres y mujeres decididos. Ubi sunt?
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