Prólogo a un manifiesto
Nacido en los cincuenta:
Años de dictadura. Mas, gracias a mis padres,
años
de entrañable dictablanda:
de sementera de amor por la tierra, la lengua, la historia y las leyendas.
Años de esponja,
que todo lo absorve
y lo recuerda...
Exiliado en los setenta:
Años de transición. Años de despertar a la voluntad del pueblo;
de lucha,
de afan de conocer, de recordar
las entrañas
de las leyendas, la historia, la lengua y los cachos de barro de los que estamos hechos.
Años de destierro, porque la vida apremia...
y mi tierra está seca.
Brotando en los ochenta:
Años del regreso a las raices. Me toca a mi ser padre.
Y quiero sembrar
las mismas cosas en mis hijos,
aquí en mi tierra: ancestrales cariños, dichos del corazón en la palabra, reconstrucción de historias, y entrañables ensueños de leyendas.
¡¡¡Y futuros!!!. Aquí en mi tierra, todavía reseca...
a la que algunos quieren llamar de otra manera.
En el nuevo milenio:
La historia pequeña de mi sangre
se repite: Nuestros hijos nos quieren desde lejos.
Aman a su tierra desde lejos.
Hablan con dejes leoneses desde lejos.
Ensueñan cuentos y leyendas, para contarselas a sus hijos, allá lejos.
Porque su tierra, - mi tierra - sigue reseca;
y la vida,
ahora más en crisis, les apremia.
No morirán mis sueños:
No morirán nuestros sueños leoneses. El futuro irreductible está en los árboles plantados con mi mano,
en los hijos sembrados de mi sangre,
y en el libro de León que encetaron los héroes,
los olvidados héroes leoneses, casi homéricos: gestosos como Ulises,
y capaces de inmensas odiseas...
Mas, también, los silenciosos,
y anónimos,
como la dulce y paciente Penélope, mi heroina.
No morirán mis sueños. No morirán nuestros sueños, ¡¡¡leoneses!!!
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