En aquellos años de escuela, que por desgracia quedan ya muy lejos en el tiempo, el maestro se esforzaba en enseñarnos aquello de los géneros; había un género femenino, otro masculino y también estaba el neutro, pero además nos citaba aquellos otros, no siempre bien comprendidos, pero de sonoros nombres: epiceno y ambiguo. Sin embargo, en las actividades extraescolares y hasta en el lenguaje común, se utilizaba una frase que, a decir verdad, siempre me hizo gracia: “ese es del género bobo”.
No se trataba, entonces, de un bobo corriente, ni aún de un bobo de baba, ni siquiera de un bobo de solemnidad; era, en suma, el arquetipo del bobo, el que podía responder perfectamente a las características de la especie.
Me viene a la mente, ahora que invocamos diferentes categorías en esta dañina especie, y dado que podemos entender en perfecta sinonimia el término que nos ocupa con el de “tonto”, un excelente artículo de Juan Manuel de Prada, titulado “Insensatez y maldad”, publicado en ABC el 13 de Abril de 2001. En él se aludía a la clasificación que, sobre este tipo de personajes, estableció en su momento el argentino Leonardo Castellani (que para esto se pintan solos…) “atendiendo al grado de conciencia que tenían sobre su cortedad de ingenio”. Puede que también, y esto es cosecha nuestra, a su dependencia económica del poder, a su obediencia servil y a su compromiso con inconfesables causas.
Solácense: “1) Tonto a secas; esto es, ignorante. 2) Simple; tonto que se sabe tonto. 3) Necio; tonto que no se sabe tonto. 4) Fatuo; tonto que no se sabe tonto y además quiere hacerse el listo. 5) Insensato; tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar (o hacer que gobierna) a otros.”
A esta ingeniosa calificación cabría añadir aún términos como: “majadero”; el que, sabiéndose tonto, y sin argumentos, insiste en sus errores con terquedad.
Podríamos hablar, asimismo, del “tonto con iniciativa” del que decían nuestros abuelos “Necio graduado da asno albardado, pues con capa de letrado, anda mucho burro disfrazado”.
Del mismo tenor e igualmente peligroso sería el “tonto motivado” que además, gracias a una cacicada, suele ocupar un puesto de responsabilidad y con personas a su cargo, lo que le hace terriblemente dañino.
Y, para terminar (aunque, como decían ya los latinos, “el número de los tontos es infinito”, luego la clasificación daría para mucho) cabría acordarse de aquel de quien se afirma que repite: “dame pan y llámame tonto”; y como no existe un tonto que no sea admirado por otro tonto, la humanidad se ve afectada por una plaga de estulticia al resultar que “quien alaba al tonto, en su tontería se hace más tonto todavía”. O aún, como hemos oído tantas veces, “un tonto hace ciento, si le dan lugar y tiempo”.
¿Y a dónde quiere ir a parar hoy el Húsar? Pues bien, este largo exordio nos ha venido a la pluma por culpa de determinados seguidores, adictos incondicionales, acólitos del poder, fanáticos de la Junta que nos arre-junta, mamporreros de la causa castellanista que siguen con sus falacias, sus bromitas, sus verdades a medias, su cruzada, en fin, tratando de justificar lo injustificable. ¡Ya les vale!
A esa especie (dejamos que cada lector le adjudique el adjetivo que mejor le cuadre) pertenece, y por sobrados merecimientos, un prepotente “articulista” de vuelo corto, mente estrecha, conciencia sucia y escasa inteligencia (nunca entiende nada, por lo que deduciremos que o es tonto o se lo hace), denominado José A. Balboa de Paz, de cuya trayectoria política no quiero acordarme, y que firma sus exabruptos, desatinos, groserías e inconveniencias (siempre con renovada obsesión contra la Región Leonesa, lo leonés y todas sus circunstancias) bajo el común de “Con viento fresco”. Buen servicio harían algunos a la causa si le obedecieran o, mejor aún si haciendo caso al viejo dicho, “médico, cúrate a ti mismo”, comenzara por dejarnos en paz y otros muchos le imitaran. El viento sería, estamos muchos convencidos, infinitamente más fresco y, sin ninguna duda, olería mucho mejor, alejada gran parte de la carroña que envenena el ambiente.
La parida o mejor dicho, el aborto, en cuestión, esta vez, se denomina “Contagios nacionalistas” y apareció en el Diario de León del pasado 21 de Diciembre de 2009. ¡Qué mala baba destilan algunos! De sobra saben los que continúan aireando el espantajo del “nacionalismo” que nada hay de tal por las tierras leonesas, que ese “independentismo” al que aluden solo anida en sus retorcidas cabezotas, que la “intransigencia” de la que acusan a los demás ha sido su norte y guía desde antaño, que la “ingesta excesiva de alcohol” deberían contrastarla ante un espejo y un agente de la guardia civil, que sus apreciaciones burlescas sobre el número de los que apoyarían o no la separación de Castilla no dejan de ser un intento de acallar su enlodada conciencia por culpa de la decisión antidemocrática tomada hace ya un cuarto de siglo y que la duda que expresa sobre el marco geográfico nos retrotrae a la encuesta de la Diputación y a la famosa frase (que el Húsar solo recuerda a medias, pues la memoria es selectiva y no piensa gastarse un gramo en semejante gentuza) de su admirado Martín Villa, el paradigma del demócrata de nuevo cuño: “lo de la encuesta fue algo para entretener a los leonesistas”.
Si algunos se leyeran la Constitución (las primeras páginas bastarían) y dejaran de marear la perdiz leonesa, nos iría muchísimo mejor de lo que nos va; ¿o tenemos que recordar dónde están los culpables de esa “crisis minera”, del “abandono de los pueblos”, de “la política agraria”, de “los créditos a la vivienda”? (y no citamos la larga lista de agravios que empapelaría algún despacho de jefecillo bien pagado).
¡Ah, ya comprendemos; quieto todo el mundo, la culpa la tenemos los leoneses que seguimos reclamando justicia, igualdad, respeto y democracia! Si estuviéramos callados, en su opinión, nos iría mucho mejor… claro que no habría puestos de políticos sumisos para todos. ¿A que no?
No se trataba, entonces, de un bobo corriente, ni aún de un bobo de baba, ni siquiera de un bobo de solemnidad; era, en suma, el arquetipo del bobo, el que podía responder perfectamente a las características de la especie.
Me viene a la mente, ahora que invocamos diferentes categorías en esta dañina especie, y dado que podemos entender en perfecta sinonimia el término que nos ocupa con el de “tonto”, un excelente artículo de Juan Manuel de Prada, titulado “Insensatez y maldad”, publicado en ABC el 13 de Abril de 2001. En él se aludía a la clasificación que, sobre este tipo de personajes, estableció en su momento el argentino Leonardo Castellani (que para esto se pintan solos…) “atendiendo al grado de conciencia que tenían sobre su cortedad de ingenio”. Puede que también, y esto es cosecha nuestra, a su dependencia económica del poder, a su obediencia servil y a su compromiso con inconfesables causas.
Solácense: “1) Tonto a secas; esto es, ignorante. 2) Simple; tonto que se sabe tonto. 3) Necio; tonto que no se sabe tonto. 4) Fatuo; tonto que no se sabe tonto y además quiere hacerse el listo. 5) Insensato; tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar (o hacer que gobierna) a otros.”
A esta ingeniosa calificación cabría añadir aún términos como: “majadero”; el que, sabiéndose tonto, y sin argumentos, insiste en sus errores con terquedad.
Podríamos hablar, asimismo, del “tonto con iniciativa” del que decían nuestros abuelos “Necio graduado da asno albardado, pues con capa de letrado, anda mucho burro disfrazado”.
Del mismo tenor e igualmente peligroso sería el “tonto motivado” que además, gracias a una cacicada, suele ocupar un puesto de responsabilidad y con personas a su cargo, lo que le hace terriblemente dañino.
Y, para terminar (aunque, como decían ya los latinos, “el número de los tontos es infinito”, luego la clasificación daría para mucho) cabría acordarse de aquel de quien se afirma que repite: “dame pan y llámame tonto”; y como no existe un tonto que no sea admirado por otro tonto, la humanidad se ve afectada por una plaga de estulticia al resultar que “quien alaba al tonto, en su tontería se hace más tonto todavía”. O aún, como hemos oído tantas veces, “un tonto hace ciento, si le dan lugar y tiempo”.
¿Y a dónde quiere ir a parar hoy el Húsar? Pues bien, este largo exordio nos ha venido a la pluma por culpa de determinados seguidores, adictos incondicionales, acólitos del poder, fanáticos de la Junta que nos arre-junta, mamporreros de la causa castellanista que siguen con sus falacias, sus bromitas, sus verdades a medias, su cruzada, en fin, tratando de justificar lo injustificable. ¡Ya les vale!
A esa especie (dejamos que cada lector le adjudique el adjetivo que mejor le cuadre) pertenece, y por sobrados merecimientos, un prepotente “articulista” de vuelo corto, mente estrecha, conciencia sucia y escasa inteligencia (nunca entiende nada, por lo que deduciremos que o es tonto o se lo hace), denominado José A. Balboa de Paz, de cuya trayectoria política no quiero acordarme, y que firma sus exabruptos, desatinos, groserías e inconveniencias (siempre con renovada obsesión contra la Región Leonesa, lo leonés y todas sus circunstancias) bajo el común de “Con viento fresco”. Buen servicio harían algunos a la causa si le obedecieran o, mejor aún si haciendo caso al viejo dicho, “médico, cúrate a ti mismo”, comenzara por dejarnos en paz y otros muchos le imitaran. El viento sería, estamos muchos convencidos, infinitamente más fresco y, sin ninguna duda, olería mucho mejor, alejada gran parte de la carroña que envenena el ambiente.
La parida o mejor dicho, el aborto, en cuestión, esta vez, se denomina “Contagios nacionalistas” y apareció en el Diario de León del pasado 21 de Diciembre de 2009. ¡Qué mala baba destilan algunos! De sobra saben los que continúan aireando el espantajo del “nacionalismo” que nada hay de tal por las tierras leonesas, que ese “independentismo” al que aluden solo anida en sus retorcidas cabezotas, que la “intransigencia” de la que acusan a los demás ha sido su norte y guía desde antaño, que la “ingesta excesiva de alcohol” deberían contrastarla ante un espejo y un agente de la guardia civil, que sus apreciaciones burlescas sobre el número de los que apoyarían o no la separación de Castilla no dejan de ser un intento de acallar su enlodada conciencia por culpa de la decisión antidemocrática tomada hace ya un cuarto de siglo y que la duda que expresa sobre el marco geográfico nos retrotrae a la encuesta de la Diputación y a la famosa frase (que el Húsar solo recuerda a medias, pues la memoria es selectiva y no piensa gastarse un gramo en semejante gentuza) de su admirado Martín Villa, el paradigma del demócrata de nuevo cuño: “lo de la encuesta fue algo para entretener a los leonesistas”.
Si algunos se leyeran la Constitución (las primeras páginas bastarían) y dejaran de marear la perdiz leonesa, nos iría muchísimo mejor de lo que nos va; ¿o tenemos que recordar dónde están los culpables de esa “crisis minera”, del “abandono de los pueblos”, de “la política agraria”, de “los créditos a la vivienda”? (y no citamos la larga lista de agravios que empapelaría algún despacho de jefecillo bien pagado).
¡Ah, ya comprendemos; quieto todo el mundo, la culpa la tenemos los leoneses que seguimos reclamando justicia, igualdad, respeto y democracia! Si estuviéramos callados, en su opinión, nos iría mucho mejor… claro que no habría puestos de políticos sumisos para todos. ¿A que no?
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