domingo, octubre 07, 2007

Cacao maravillao o, dicho de otro modo, estos ni se enteran

¡San Foilán me valga que ya no sabría dónde encontrar las palabras! Si residiera en Chiquitistán, exclamaría quizás un “no puedorrr” y si tuviera costumbre de largar algún que otro palabro, esta sería la ocasión propicia. Hasta ese punto estoy sorprendido, boquiabierto, desconcertado o, como se expresaba el mismísimo Guerra, “pasmao, pasmao, pasmao”.

Seguro que lo adivinan nuestros agudos lectores. En La Crónica del día de nuestro patrón diocesano, se publica una larga entrevista (“desayunos en la web”) con el alcalde de León, el Sr. Fernández. ¡Qué capacidad de adaptación tiene el hombre o qué dosis de cinismo exhibe sin el menor pudor! Pero, sobre todo, ¡qué cacao debe tener en la cabeza! Todo ello a cuento y razón de ese extraño, repentino y acusado virus de leonesismo que le invade desde hace algunas fechas, pero no evitando ni uno solo de los charcos de todo tipo, ni siquiera los dialécticos, que se le aparecen en su particular camino de Damasco.

Para el más humilde seguidor del citado movimiento reivindicativo no habrán pasado desapercibidos los monumentales patinazos que se recogen en la citada entrevista (se ve que el hombre no aprende, pues ya no es la primera vez…). Es del todo punto básico, por ejemplo, que nada tiene que ver el Reino de León con la provincia del mismo nombre. ¿O terminaremos por conformarnos con la ciudad y quizás una parte de su alfoz?

En efecto, cuando se consolidó el diseño de Javier de Burgos, en materia territorial, la existencia del Reino estaba apenas a unos 70 años de entrar en su primer milenio. Y, desde luego, ni los límites del mismo ni los de su corona correspondían, para nada, con los que la estupidez burocrática madrileña parecía determinar.

En su defensa, entonces, de una “comunidad uniprovincial”, citándola en sinonimia con el “Reino de León”, D. Francisco sigue administrándonos la pertinente dosis de uno de los venenos que están emponzoñando el movimiento y torpedeando, de manera más que irreparable, el futuro de esta tierra. No me sorprende, pues, que los leoneses del sur, y muchos de la diáspora, se vengan pronunciando con adjetivos y actitudes nada agradables ni que otros varios, algunos con su correspondiente dosis de mala baba, sigan utilizando la muletilla de “provincianos, paletos o pueblerinos”. Seguimos sin avanzar un palmo, anclados aún en la encuesta de la Diputación de hace ya 25 años y que podría resumirse en aquello de ¿“León solo, con leche” o, simplemente, descafeinado? ¡Y ya está bien de jueguecitos dialécticos…!

La verdad y la ley no deberían tener más que un camino y, por lo mismo, cuando el primer proyecto de estatuto, para esta Comunidad que nos ahoga, habla de que “el pueblo castellano-leonés ha decidido su futuro”, desde ese mismo momento arranca la estupidez más señalada, el error más palmario, el desatino más evidente, la trágala más fascista y la decisión más antidemocrática. ¿De dónde salió ese espécimen de pueblo que no existía más que en la mente de algunos mesetarios de los cuales ignoramos la pastilla que se habían tomado aquella mañana?

¿No insiste claramente la Constitución en el derecho que asiste, a las regiones o nacionalidades, para constituirse en comunidad autónoma? ¿Dónde quedaron, entonces, los derechos de la Región Leonesa? La bota de toda una falange de caciques, soplagaitas, aduladores y aprovechados varios vino a sustituir la voluntad popular y los derechos que, como pueblo histórico, nos asisten. ¡Y algunos siguen erre que erre!

Otras perlas que no queremos pasar por alto:

1. Incide el Sr. Fernández en algo que debería molestar incluso a la inteligencia menos aventajada: “En León no hay sentimiento de Comunidad porque existe un centralismo feroz de Valladolid”. Claro está, tan feroz como el lobo aquel que soplaba y soplaba hasta derribar la casa de los tres cerditos…. Pero vamos a ver, buen hombre: ¿Qué tiene que ver la gimnasia con la magnesia? ¿Acaso es usted como aquel que afirmaba que si le daban dinero no le importaría confesarse murciano? ¿Dónde queda el convencimiento que tanto pregona sobre la identidad leonesa? ¿Dónde nuestros derechos a ser respetados como pueblo, en igualdad con todos los demás que componen España? ¿Qué puede importarnos, entonces, lo que haga Fachadolid, si podemos liberarnos del yugo que nos acogota? Respetemos a los castellanos, que, como en todas partes, también tienen sus derechos, pero que nos permita, quien deba (¿a que adivina usted el nombre?) seguir nuestro propio camino y cultivar nuestra identidad, prostituida y enfangada en estos momentos.

2. Es pasmoso que el Sr. Alcalde no vea ningún problema en el hecho de que haya discrepancias entre “el secretario general” (leonés, al parecer), “el secretario regional” (dicen que también leonés) y sus propias opiniones; es asombroso que no le parezca un asunto relevante, ya que “eso no quiere decir que por tener distintas opiniones sobre un mismo tema sea incompatible…”. ¡Ya me dirá usted!

Por lo que podemos colegir, en esta larga entrevista, “lo más importante, según nos confiesa, es negociar para llegar a acuerdos” ¿O ha querido decir “consenso”? Otra maldita palabra que, para los leoneses, no viene suponiendo más que agravios y tomaduras de tupe a deshora. La prueba más reciente la encontramos en las enmiendas que, según se decía, pretendían introducir en el nuevo texto del estatuto (¿con la boca pequeña y con la voluntad disminuida?), pero que no prosperaron porque "había que mantener el consenso" y, con ello, seguir obligando a León a cargar con la cadena de esta pesada cópula que nos mantiene atados “al duro banco” de la galera castellana.

Y ¿cuándo les toca ceder a los otros? Y no me hagan reír, con peregrinos argumentos, que si la cosa fuera menos importante, se me podrían descoyuntar los ijares… Presumo que estos razonamientos baladíes, repetitivos hasta la nausea y faltos de la lógica más elemental están dirigidos tanto a contentar a las bases como a seducir a leonesistas pusilánimes, halagar voluntades quebradizas, complacer a cierto tipo de “centristas de todo a cien” o a entretener algunas mentes ociosas que, como en la vieja Roma, se contentarían con pan y circo, mientras no les toque a ellos mismos ser los actores del drama. ¡Que todo llegará, no lo duden…!

3. Sorprende, asimismo, su respuesta ante el consenso logrado entre su partido y el PP para trocear la provincia, apoyando expresamente “a la comarca del Bierzo en el texto del estatuto”. Por lo que parece no lo encuentra tan grave puesto que “si hay una demanda social y por parte de las administraciones hay sensibilidad para aceptarlas, me parece bien.” Un par de preguntinas a este respecto: ¿Alguien ha visto alguna manifestación en el Bierzo pidiendo este tipo de “segregación”? ¿Cómo se mide, entonces, esa supuesta demanda social? Por lo que constatamos, la presencia de los ultrabercianistas es cada vez menor en las instituciones al tiempo que las reivindicaciones de alguno de ellos, en comandita, por cierto, con el Bloque Nacionalista Galego, serían de chiste del TBO, si no vinieran mereciendo, en cruel y descarado juego cainita, los favores y los dineros del poder. ¿O alguien ignora, aún, que ciertos personajillos están jugando a aprendices de brujos cultivando la política del “divide y vencerás? Siembran vientos, pero recogerán tempestades.

4. Mas, sin duda alguna, lo que ha dejado verdaderamente atónito al Húsar es su respuesta ante la más que absurda pregunta del entrevistador; véanlo ustedes: “¿Qué leonesismo vale, el de usted, el de Villalba o el de Zapatero?” (el periodista debió sufrir un vahído, pues de otro modo no se explica que califique de leonesista una sola de las actuaciones de estos dos…). Claro que la respuesta tampoco es manca (sientense, no vaya a ser que, con la emoción, sufran un desmayo): “Hay formas diferentes de ver las cosas, como todo en la vida. Ellos tienen una forma de ver la posición de León, yo tengo otra. Lo que sí coincidimos es en el objetivo final, que es conseguir lo máximo para León”

El respeto a la lengua española y a nuestros visitantes me impide todo comentario, así que me morderé la ídem, una vez más (aún a riesgo de envenenarme) y no entraré en la exégesis de este brillante discurso. Únicamente advertirles, dado que el escrito se nos ha ido de las manos, en cuanto a su extensión, que las frases seleccionadas no constituyen más que una muestra, muy modesta, de cuanto afirmábamos más arriba.

Una vez más, y ya son muchas, tendremos que preguntarnos ¿pero por qué no intentan aprender antes de emitir juicios por los que cualquiera puede sacarles los colores? ¡Mira que son…! (añadan el calificativo que deseen, el Húsar está seguro de que siempre nos quedaremos cortos).

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