miércoles, abril 28, 2010

¿Quién se ha llevado mi queso?

Este es el título de la columna que, el pasado 17 de Abril, dedicaba la historiadora y escritora Margarita Torres a la Consejera de Agricultura en relación con la última "humorada" de esta señora de aciaga memoria en sus tiempos de Consejera de Cultura y que cada día se empeña más en "mejorar" aquel recuerdo en su actual responsabilidad.

Se pregunta el Húsar cómo es posible que, en una época de crisis, en que tantos y tantos buenos profesionales ven peligrar sus puestos de trabajo, se siga manteniendo en su bien pagado puesto (con el dinero de todos) a esta señora a la que, en su primera época, "se le caían" los monumentos "cada lunes y cada martes" y a quien los topillos le "comían" las raices bajo los pies mientras el fuego bacteriano destruía los frutales y se extendía sin parar debido a la muy defiente manera de retirar los árboles dañados.

El artículo no es precisamente halagüeño para la Consejera pero el Húsar duda que "Silvita" sea capaz de apreciar la fina ironía que destila, sin embargo no duda de que vosotros si la apreciaréis por lo que os recomienda su lectura tranquila:

Querida Silvia, ¡qué alegría recuperarte de nuevo para estos anales! Dicen que es bueno, que cultiva la mente y afianza el pasto que digerimos a diario eso de la autoayuda. Debe de ser tu caso. Que si hoy toca El monje que vendió su Ferrari, que si Dios vuelve en una Harley, que si el Pensar como Einstein, o que si el Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo. Debes haberlos leído todos, chica. En la lista del perfecto ejecutivo despiadado pero zen te restaba el clásico de Spencer Johnson. Ese en el que un queso se convierte en lúbrico objeto del deseo perverso de dos ratones, Fisgón y Escurridizo, y dos lindos liliputienses, interpretados por la patata y la cebolla dicharacheras de tus anuncios de Tierra de Sabor, o sabor a tierra, que ambos tubérculos nacen hijos del sufrido terruño.

Por fin llegó el derivado lácteo a tu vida y, con él, la novena clave del éxito: el queso castellano, interpretado en el papel protagonista por el de Valdeón, que rima con ratón. También con león, pero ese no toca en esta historia de autoayuda. La vida cotidiana de nuestros Pixie y Dixie locales se centra en mantener el do de pecho mediático, no las ideas, como afirma un carismático caudillo político local nuestro en recientes declaraciones.

Dicen que te lamentas porque los andaluces te han plagiado eso de la Tierra de Sabor como eslogan. Malandrines, perversos, amorismados, conversos, herejes, la inquisición que os mandaba, so truhanes. Mientras, en una lejana provincia del norte, que los asturianos llaman meseta, los vallisoletanos «el oeste» y la Clemente Castilla, sobreviven quesos dignos de alabanza y relumbrón: el muy castellano queso de Zamora, el más castellano aún de Valdeón, que para eso ilustra campaña publicitaria. Me flaquea la geografía, de no utilizarla, si estimo que Castilla-La Mancha y su manchego también es Castilla, que su queso, a fuer de recio, es castellano, así que mi querida amiga a ver cómo nos batimos luchando contra los moros andalusíes y ahora contra las hordas de Barreda y Bono por esto de la identidad castellana del queso.

Porque mira que es sencillo llamarlos «quesos de Castilla y León», o a cada uno por su nombre: Burgos al de Burgos, zamorano al zamorano, Valdeón al de Valdeón. Por cierto que estos últimos con denominación de origen, para el que entienda. Origen que, como en el caso de los conversos, uno altera en su genealogía a costa de dineros o prebendas. Pronto, la morcilla de Burgos acabará en morcilla gallega, los pimientos de Fresno o del Bierzo en hijos de los Campos Góticos y la cabra, la cabra, la dichosa cabra, que tire para el monte a ver si la liquida el Rambo del Bierzo, que ese sí que es leonés, no castellano, no se vayan a confundir las buenas gentes. Sentencia el gran libro del queso, que sin duda acabas de terminarte, que sólo se siente libre uno cuando deja atrás sus temores, así lo afirma el pequeño y valiente liliputiense Haw. Porque cada uno de nosotros tiene su propia idea de lo que es un queso, se encariña con él y, si lo pierde o se lo quitan, acaba traumatizado perdido. Ya sabes Silvia, cuando acabes con el queso, piensa como Einstein, súbete al Ferrari o a la Harley y a conocer tierras de sabores.

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