martes, enero 26, 2010

El viacrucis y los 1.100 años del Reino de León

Bajo este título, nuestro amigo Manuel Sánchez Rodríguez, publicó el pasado día 22 en Diario de León la siguiente "Carta al Director", en la que, como es habitual, las negrillas son del Húsar.

Tal y como gusta decir el Húsar, las cosas pueden decirse más altas pero no más claras. Sin embargo, no podemos comprender cómo es posible que solo unos pocos estemos informados de la situación y veamos a donde nos conduce la misma.

¿Será posible que la mayoría de los leoneses esté tan anestesiada que no sea capaz de reaccionar ante tanta injusticia, tanto ninguneo y tanta desidia?

¿Será posible que much@s de nuestros paisan@s estén en situación de "encefalograma plano" que les impide darse cuenta de las grandes posibilidades que la celebración de una efeméride como la que nos ocupa podrían tener para el empleo y la economía de las tres provincias leonesas?


Estamos en enero del tan esperado 1100 Aniversario del Reino de León y pocas personas en la provincia y casi nadie fuera de ella sabe de su existencia. Lo que está ocurriendo con esta celebración, trae a mi memoria algo que –sé que ésto es algo que no está de moda- todos conocimos, al menos en nuestra infancia: el víacrucis. Las dos primeras estaciones las estamos sufriendo desde hace tiempo. León condenado a muerte la primera, y cargar con la cruz la segunda. La tercera, caída bajo el peso de la cruz, me temo que la vamos a sufrir más de tres veces este año. El problema es que los leoneses, en lugar de defendernos y no dejarnos crucificar, con la esperanza de una resurrección en otro reino –atentos al símil– esperamos un Cirineo que nos aguante la cruz y nos ayude en la subida al Calvario. Debemos desprendernos de la excesiva politización de nuestra sociedad y reivindicar, sin miedo a que nos tachen de algo, realidades históricas que han sido tergiversadas a lo largo de los años –no sólo últimamente. El Reino de León detuvo definitivamente el avance de los invasores y amplió y afianzó las fronteras, sentando las bases de lo que posteriormente sería España. Los ciudadanos de sus tierras disfrutaron de derechos y libertades impensables para la época en cualquier país de Europa. Pero, sistemáticamente, estas realidades se tergiversan, inventando titulaciones inexistentes, callando logros, o dando por ciertos cuentos de filandón –léase por ejemplo el Cantar del Mío Cid–. Pero no son culpables los que lo hacen, pues barren para casa, sino los que concedemos, aceptamos y callamos. Un pueblo que no conoce su historia, ni honra a los que la forjaron, no merece tenerla; ni presente, ni futura.

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