domingo, diciembre 23, 2007

Diagnóstico: atacado del mal de altura.

Si hubiéramos de someter las últimas declaraciones de nuestro más ilustre paisano (en el momento actual, puesto que otros ha habido de mayor peso y altura) el diagnóstico del menos avezado de los siquiatras, concluiría, sin duda, en que sufre un acusadísimo síndrome de “mal de altura”. ¿Sería necesario justificar el aserto? Sirvan, para no extendernos demasiado, unos breves argumentos:

En palabras del propio sujeto “paciente” (ya sabemos que, en multitud de ocasiones, el subconsciente nos juega malas pasadas, sobre todo cuando nos envalentonamos), “Desde mi perspectiva de presidente del Gobierno, creo que no debemos perdernos en la historia de las identidades. Por qué no trabajar todos juntos por el futuro, el progreso y el bienestar”. (Diario de León, 22/12/07)

Dos acotaciones, eso sí, con el mayor de los respetos, pero con toda la energía que nos confiere la lógica.
  • ¿No le parece, señor mío, que, en caso de ser verdad lo que dice, bien podría usted exigir que se aplique esa receta monclovita, en todas partes por igual? ¿Qué hemos hecho (o mejor aún, qué han hecho algunos), en este país, desde la Transición, sino buscar, exhibir, pregonar e inventar identidades? ¡Qué mal se casa esto con aquello de que “Navarra será lo que quieran los navarros”…! ¿Se atrevería usía, que tan valiente se muestra en la que dice ser su propia tierra, a pontificar, de modo semejante, en Cataluña o en el País Vasco, por poner un ejemplo? ¡Ah, claro, olvidaba, ingenuo de mí, que estamos ante “nacionalidades históricas” cuyos apoyos usted necesita para seguir contemplando el mundo desde la “perspectiva de presidente”! ¿Acaso no hizo usted alusión a León, en algún momento, incluso solemne, como “pueblo histórico”? ¿Qué conclusiones han derivado del hecho? ¿Eran también fuegos de artificio o, como en el caso de un tal Martín Villa (preclaro mandamás de todos los regímenes) solo se trataba de algo que "entretuviera a los leoneses"? ¿Qué pasaría si necesitara nuestros votos para seguir gobernando? ¿Reeditaría eso que algunos denominan, con muy mala baba, "el pacto secesionista de León"? ¡Nunca diga "de este agua no beberé...!
    Sin embargo, mi mala cabeza me juega, de nuevo, una mala pasada, pues no recordaba (olvidadizo que es uno) que, desde la irrealidad que usted se fabrica, desde ese mundo virtual en el que habita, hace tiempo parece haber perdido ya el sentido de la horizontalidad y, como un Júpiter Tonante cualquiera, nos contempla, desde sus inescrutables altitudes, como a gusanillos distorsionados que únicamente sirven para cantar a coro las loas de su señor y aplaudir con sus cien patitas, si viene al caso, los detalles, en forma de migajas, que tiene a bien dejar caer desde su pimpante Olimpo. ¡Y otros se atreven a invocar la "deuda histórica...! ¡Pena negra…!
  • ¿”Trabajar por el futuro, el progreso y el bienestar” de quién? Si no bastan 25 años para sacar conclusiones ¿hasta dónde podemos llegar con este progreso regresivo? Ya comprendo; como en el caso, tan celebrado antaño, del ejército español, León no retrocede “avanza, simplemente, hacia atrás”. Nos queda, entonces, muy poco, para gritar “eureka” tras alcanzar la cabeza de la mayor parte de los indicadores negativos. ¡Arriba, pues, los corazones! ¡Quién habló de tenerle miedo al futuro!

En palabras del celebrado escritor francés A.de Saint-Exupéry, “el hombre solo siente terror ante lo desconocido; mas, cuando lo desconocido deja de serlo, ya no nos asusta”. ¿Acaso no conocemos la emigración, la despoblación, la falta de oportunidades para nuestros jóvenes, la pérdida de peso específico en el terreno económico, la caída en el ranking provincial, la nula presencia política, la desesperanza y el desánimo que roen el cuerpo social, el desprecio e incluso la burla sistemática hacia nuestras singularidades, la tergiversación de nuestra historia, el abandono de nuestro patrimonio monumental, la destrucción de nuestro medio natural en aras de “intereses superiores”…? ¿Para qué seguir engordando la retahíla de un catálogo de sobra conocido? ¿Para que digan, una vez más, que practivamos la política del victimismo? ¡Mejor contraer el síndrome de Estocolmo, que duda cabe!

¿No venimos oyendo a lo largo de este último cuarto de siglo, crujir los pilares de la sociedad leonesa? ¿A qué tememos, entonces? Únicamente podremos pasar, llegado el caso, “de la nada a la más absoluta de las miserias”. “¡Vivan, pues, las caenas…! ¡Gracias, señor Presidente, por tratar de cercenar, una vez más, las esperanzas de algunos locos que seguimos aferrados a la utopía, al amor a la tierrina leonesa y a su necesaria redención! ¡Dios le premie por recordarnos de nuevo la conocida frase del General bajito, ¿la recuerda?, puede que esté incluso en sus libros sobre la memoria histórica: “todo está atado y bien atado”! Le voy a traer, sin embargo, a la mente, otra aún más acreditada, la que, según Dante, se encuentra a la puerta de los infiernos (no le deseo que la contemple nunca, dicho sea de paso, uno no es vengativo hasta ese extremo): “Perded toda esperanza, vosotros los que entráis aquí…” Mas… ¿por qué no se nos previno, convenientemente, tambien a nosotros a la entrada? ¡Condenados por toda la eternidad! ¡Amarrados al duro banco de galera castellana! ¡Triste destino el del País Leonés y sus habitantes!

Pero, como cualquier reo, cabría preguntarse, con todos los derechos: ¿pero de qué se nos acusa? ¿cuáles fueron los pecados cometidos para sufrir tan terrible y desesperanzada penitencia? Llegados a este extremo, le ahorraremos, dadas sus múltiples y variadas ocupaciones, el preceptivo examen de conciencia o la redacción razonada de un veredicto, aunque dicha actividad no debe quedar lejos de su formación primera. Permítasenos, entonces, citarle algunos de ellos, aunque aceptamos ideas, usted está muchísimo más preparado e infinitamente mejor posicionado que este humilde e iletrado húsar, seguro que tiene incluso una visión en 4D: creer en políticos como los que venimos soportando desde hace ya demasiados lustros (incluido usted mismo, no se nos escabulla…); practicar la estrategia de la resignación (en demasiadas ocasiones, cobarde), ante el empuje reivindicativo del resto de las regiones; ensimismarse en lo propio, aunque, curiosamente, siempre con un acusado complejo de inferioridad; no haber cultivado nunca la conciencia de pueblo, situación favorecida, probablemente, por la variedad de nuestras comarcas y la dificultad de comunicación entre ellas; cultivar el "cainismo", enfermedad tan extendida entre nosotros, y, sin embargo, estar dispuestos a creer y confiar en cualquier charlatán, botarate o trilero que aparece en el horizonte político y social leonés; tratar de convencer, con argumentos, a poderes sordos, ciegos y mudos; ver pasar, entre incrédulos y sorprendidos, todos los trenes, sin hacer otra cosa que subirse a los que venían solo para acarrear, cual si de una colonia se tratara, materias primas y mano de obra; carecer (salvo honrosas excepciones) de una clase empresarial dinámica, valiente, emprendedora y exigente que apostara por su tierra y no por invertir lejos o, sensu contrario, vivir de cómodas subvenciones o pelotazos urbanísticos…

Esto, por más que nos duela, no parece arrancar, sin embargo, en el último siglo. Si extendemos nuestra mirada hacia el pasado, deberíamos reconocer actitudes tales como haber sido un Reino “desprendido” que no quiso centralizar, al contrario que otros, todos los símbolos del poder en la sede regia; haber contado con unos reyes que, en aras de intereses (también) superiores, soportaron reiteradas traiciones de alguno de sus vasallos, entre los que cabe destacar a figuras paradigmáticas como la del conde Fernán González; haber volcado todas sus energías (humanas y económicas) en la reconquista y la reconstrucción de España; haber elaborado leyes, demasiado avanzadas para la época, lo que (a los resultados nos remitimos) no hacía sino acrecentar el número de sus enemigos; haber adoptado costumbres extrañas como la repartición del reino entre los hermanos, causa innegable de problemas que acabarían con la propia existencia del mismo… Por lo que observamos, la generosidad, la grandeza de ánimo o la altura de miras no parecen ser una buena inversión, cuando lo que prima es otro tipo de actitudes mucho más egoístas, interesadas, mezquinas y mercantilistas.

¿Atacado del mal de altura, venimos sosteniendo? ¿Y cómo puede ser de otro modo, si nuestro bien amado Sr. Rodríguez se codea con personajes de la categoría excelsa de Florentino Pérez, calificado por alguien de “ser superior”? ¿Acaso un Presidente del Gobierno no debe estar a la altura de un expresidente de un club de fútbol? Incluso muy por encima, más allá de las nubes… ¡No faltaba más!

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