Los asistentes a la inauguración de “Las cuartas Jornadas sobre Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural del Reino de León” que organiza el Club de Prensa del Diario (no podemos afirmarlo de todos, pero sí, al menos, por la parte que nos toca) no habrán conseguido despertarse del shock, derivado de las palabras oídas y pronunciadas en tan señalada noche.
Estábamos, ¿cómo no?, acostumbrados a que nuestra encumbrada y más que ilustre primera dama provincial se soltara la melena, variante más que lógica de soltarse el pelo; mas, a fuer de ser sinceros, nunca hubiéramos imaginado que también podía, ¡y de qué modo!, soltarse la lengua de la reivindicación identitaria leonesa. Desconocemos si fue el marco, la luna, el tema en sí, hubo causas endógenas o exógenas, o, simplemente, el embrujo de plácida noche otoñal lo que provocó esa catarata de manifestaciones, más que favorables, respecto a nuestra ancestral cultura leonesa. Esta buena mujer, sin embargo, suele, a poco que se le haga simple mención de pronunciamiento leonesista, ser más proclive a soltarnos los perros, lo que nos hace perder un tanto el pie del razonamiento…
Evidentemente estamos ante un uso coloquial de nuestro verbo de referencia, puesto que, si acudimos al diccionario de la RAE, nos encontramos, en primera acepción con desatar o desceñir. Se sorprenderán ustedes, sin embargo, al comprobar la riqueza que encierra nuestro “soltar”… Lo constataremos, sin ir mucho más lejos, en el acto que recordamos y lo que el mismo nos sugiere.
Desconocemos, en este sentido, si la suelta de lengua fue, pura y simplemente, equiparable al hecho de “producir una manifestación fisiológica, especialmente de forma brusca o ruidosa; como el que suelta un estornudo o una sonora carcajada”, o estamos más bien ante situación semejante a “decir con violencia o franqueza algo que se sentía contenido o que debía callarse, como soltar un juramento o una blasfemia”.
Nada nos atrevemos a asegurar… De estos políticos estamos ya de vuelta de todo; especialmente cuando, conviviendo en un mismo acto público con otros coleguillas de signo contrario (“mismos perros con distintos collares”, y en este caso tocaba el significado mandamás de la cosa esa de los paradores) y rodeados de leoneses, se les sube el fuego de amor patrio, como a quien se le sube el pavo y se les suelta hasta el vientre…
Se ven ellos tan sueltos, tan animosos y tan dicharacheros que, al menor descuido, se convierten en “esclavos de sus palabras”. Claro que, posteriormente, y entre nosotros, esto no tiene la menor trascendencia, pues, ni los periodistas tienen memoria (para nuestra desgracia, los medios están como están y los ¿profesionales? son, en su mayoría, unos pobres becarios en prácticas, carne abonada a una fácil y rápida manipulación), ni los ciudadanos ponen el más mínimo empeño en “estas cosas de la política”; pasan del tema, les vale con el vinito, la tapa, el deporte del domingo y que siga rodando la bola “que ella sola se divierte”… Alguna vez levantarán la voz en la barra del bar y eso ya les inmuniza para otra larga temporada.
Naturalmente, no excluimos de la relación ni a los propios profesionales de la cosa pública, a los que solo les parece preocupar una parte de la historia, curiosamente, focalizada, en estos últimos tiempos, en un hecho truculento, lamentable y traumático que ya ocupó y preocupó a nuestros mayores y del que vamos a tener que seguir aireando fantasmas, seguramente por un par de generaciones aún.
Pero, ¿y la historia de León y su Reino? ¿Eso no interesa porque, ya saben ustedes, hay que “mirar al futuro”? Bizcos estamos ya de tanto fijar nuestra vista en cien promesas que pasan volando… ¡Y a mí que esta cantinela hasta comienza a sonarme a un himno tan obsoleto y rancio como aquel que algunos soltaban en alegre camaradería… “cara al mañana / que nos promete / Patria, Justicia y Pan”! Ya comprendo; todos los regímenes totalitarios o falsamente democráticos terminan pareciéndose…
Además los leoneses, torpes y cazurros que somos, de tanto oír estas consignas se nos embota la mollera y se nos acaban escapando de la cabeza… Constatamos, una vez más, que nos debe ocurrir lo que al herrero de Mazariego que “de tanto machacar se le había olvidado el oficio”. ¿O será que este tipo de consignas ya no hacen mella entre nosotros y preferimos soltar el nudo que nos oprime, hasta impedirnos respirar, algo que ya se prolonga por más de 25 interminables años…?
Es bueno eso de soltar por esa boca, dicho de otro modo, que se suelten a hablar, como los niños; así, al menos nosotros, podemos ir organizando un particular fichero y, con su ayuda, esperamos ponerles ante la evidencia, enterrándoles (metafóricamente) bajo sus mentiras, calumnias, promesas incumplidas y engaños electorales. Como nos recuerda la Academia, daremos “salida a lo que estaba detenido o confinado” (soltar el agua o soltar lastre), pero tampoco nos conformaremos hasta que no consigamos de la sociedad que recupere la autoestima, llegue a soltarse la sangre y, por lo mismo, a obrar en consecuencia.
Bueno sería, en ese caso, comenzar también a soltar las amarras que nos atan, soltar las cadenas que nos aprisionan, soltar la tuerca que nos mantiene amarrados al duro banco de galera castellana y empecemos a vivir libres, dueños de nuestro propio destino. No parece sensato seguir haciendo caso de quien nos suelta siempre la misma historia, de quien nos repite hasta el hastío un consejín de niños del tipo de “mejor todos juntos” o, dicho de otro modo no te sueltes de la mano, en este caso, de quien parece no tener otro objetivo que el de conducirnos al hoyo de nuestra mayor vergüenza: la pérdida de la identidad y de nuestra capacidad de decidir libremente el presente y el futuro, causa primera de todos los males que padecemos: sociales, económicos y políticos.
Si así entendieran, incluso estos profesionales de la falacia, estos aprendices de sofistas, estos trileros de la política, estos chamarileros de ideas ajenas, estos charlatanes de mercadillo de pueblo de tercera dejarían de ahuecar sus plumas, de impostar falsamente su voz, de presumir de su ignorancia, de endiosarse ante sus cohortes de aduladores y de hacerse, en circunstancias como las que referimos, inútiles preguntas ante evidencias más que palmarias. ¿No es una pregunta retórica o más bien una estupidez manifiesta llegarse a cuestionar “quienes somos y dónde estamos”? ¿Necesitan algunos más pruebas que las que tienen ante sus propios ojos o más razonamientos que los utilizados por ellos mismos cuando hacen mención a “símbolos identitarios”? ¿Saben acaso lo que significa el concepto “identidad” que, por lo que observamos, les vale tanto para un roto como para un descosido? ¿No sería preferible que, ante dudas tan esenciales y existenciales, se decidieran por visitar a un buen psiquiatra, en lugar de seguir enredando la madeja de su sonrojante estupidez?
Después de las acostumbradas preguntas, otros tantos motivos de reflexión para quien fielmente nos sigue o se asoma, por no se sabe qué azar, a estas páginas de libertad leonesa, resumimos nuestro pensamiento. Afirmamos, entonces, con rotundidad, que de este verbo que ha guiado hoy las reflexiones del Húsar, nos quedamos, a no dudar, con la acepción segunda del diccionario de la RAE que transcribimos para su conocimiento y contento: Soltar: dejar o dar libertad a quien estaba detenido o preso… Claro ejemplo de nuestra condición de unión forzada, de matrimonio de conveniencia (para una de las partes, pues la otra sigue lamiendo las heridas de sus grilletes) y de comunidad bicéfala creada contra ley, sentido, juicio y razón. ¡Que se acabe de una vez, por favor, esta injusticia, este desafuero, esta infamia, esta vergüenza, esta componenda y esta inmoralidad política, en un país que presume de vivir en democracia y cuyo presidente (aunque no se dé por enterado) conoce, sobradamente, por ser criado en esta tierra, nuestro principal problema, origen del resto de nuestros males!
Así sea.
Evidentemente estamos ante un uso coloquial de nuestro verbo de referencia, puesto que, si acudimos al diccionario de la RAE, nos encontramos, en primera acepción con desatar o desceñir. Se sorprenderán ustedes, sin embargo, al comprobar la riqueza que encierra nuestro “soltar”… Lo constataremos, sin ir mucho más lejos, en el acto que recordamos y lo que el mismo nos sugiere.
Desconocemos, en este sentido, si la suelta de lengua fue, pura y simplemente, equiparable al hecho de “producir una manifestación fisiológica, especialmente de forma brusca o ruidosa; como el que suelta un estornudo o una sonora carcajada”, o estamos más bien ante situación semejante a “decir con violencia o franqueza algo que se sentía contenido o que debía callarse, como soltar un juramento o una blasfemia”.
Nada nos atrevemos a asegurar… De estos políticos estamos ya de vuelta de todo; especialmente cuando, conviviendo en un mismo acto público con otros coleguillas de signo contrario (“mismos perros con distintos collares”, y en este caso tocaba el significado mandamás de la cosa esa de los paradores) y rodeados de leoneses, se les sube el fuego de amor patrio, como a quien se le sube el pavo y se les suelta hasta el vientre…
Se ven ellos tan sueltos, tan animosos y tan dicharacheros que, al menor descuido, se convierten en “esclavos de sus palabras”. Claro que, posteriormente, y entre nosotros, esto no tiene la menor trascendencia, pues, ni los periodistas tienen memoria (para nuestra desgracia, los medios están como están y los ¿profesionales? son, en su mayoría, unos pobres becarios en prácticas, carne abonada a una fácil y rápida manipulación), ni los ciudadanos ponen el más mínimo empeño en “estas cosas de la política”; pasan del tema, les vale con el vinito, la tapa, el deporte del domingo y que siga rodando la bola “que ella sola se divierte”… Alguna vez levantarán la voz en la barra del bar y eso ya les inmuniza para otra larga temporada.
Naturalmente, no excluimos de la relación ni a los propios profesionales de la cosa pública, a los que solo les parece preocupar una parte de la historia, curiosamente, focalizada, en estos últimos tiempos, en un hecho truculento, lamentable y traumático que ya ocupó y preocupó a nuestros mayores y del que vamos a tener que seguir aireando fantasmas, seguramente por un par de generaciones aún.
Pero, ¿y la historia de León y su Reino? ¿Eso no interesa porque, ya saben ustedes, hay que “mirar al futuro”? Bizcos estamos ya de tanto fijar nuestra vista en cien promesas que pasan volando… ¡Y a mí que esta cantinela hasta comienza a sonarme a un himno tan obsoleto y rancio como aquel que algunos soltaban en alegre camaradería… “cara al mañana / que nos promete / Patria, Justicia y Pan”! Ya comprendo; todos los regímenes totalitarios o falsamente democráticos terminan pareciéndose…
Además los leoneses, torpes y cazurros que somos, de tanto oír estas consignas se nos embota la mollera y se nos acaban escapando de la cabeza… Constatamos, una vez más, que nos debe ocurrir lo que al herrero de Mazariego que “de tanto machacar se le había olvidado el oficio”. ¿O será que este tipo de consignas ya no hacen mella entre nosotros y preferimos soltar el nudo que nos oprime, hasta impedirnos respirar, algo que ya se prolonga por más de 25 interminables años…?
Es bueno eso de soltar por esa boca, dicho de otro modo, que se suelten a hablar, como los niños; así, al menos nosotros, podemos ir organizando un particular fichero y, con su ayuda, esperamos ponerles ante la evidencia, enterrándoles (metafóricamente) bajo sus mentiras, calumnias, promesas incumplidas y engaños electorales. Como nos recuerda la Academia, daremos “salida a lo que estaba detenido o confinado” (soltar el agua o soltar lastre), pero tampoco nos conformaremos hasta que no consigamos de la sociedad que recupere la autoestima, llegue a soltarse la sangre y, por lo mismo, a obrar en consecuencia.
Bueno sería, en ese caso, comenzar también a soltar las amarras que nos atan, soltar las cadenas que nos aprisionan, soltar la tuerca que nos mantiene amarrados al duro banco de galera castellana y empecemos a vivir libres, dueños de nuestro propio destino. No parece sensato seguir haciendo caso de quien nos suelta siempre la misma historia, de quien nos repite hasta el hastío un consejín de niños del tipo de “mejor todos juntos” o, dicho de otro modo no te sueltes de la mano, en este caso, de quien parece no tener otro objetivo que el de conducirnos al hoyo de nuestra mayor vergüenza: la pérdida de la identidad y de nuestra capacidad de decidir libremente el presente y el futuro, causa primera de todos los males que padecemos: sociales, económicos y políticos.
Si así entendieran, incluso estos profesionales de la falacia, estos aprendices de sofistas, estos trileros de la política, estos chamarileros de ideas ajenas, estos charlatanes de mercadillo de pueblo de tercera dejarían de ahuecar sus plumas, de impostar falsamente su voz, de presumir de su ignorancia, de endiosarse ante sus cohortes de aduladores y de hacerse, en circunstancias como las que referimos, inútiles preguntas ante evidencias más que palmarias. ¿No es una pregunta retórica o más bien una estupidez manifiesta llegarse a cuestionar “quienes somos y dónde estamos”? ¿Necesitan algunos más pruebas que las que tienen ante sus propios ojos o más razonamientos que los utilizados por ellos mismos cuando hacen mención a “símbolos identitarios”? ¿Saben acaso lo que significa el concepto “identidad” que, por lo que observamos, les vale tanto para un roto como para un descosido? ¿No sería preferible que, ante dudas tan esenciales y existenciales, se decidieran por visitar a un buen psiquiatra, en lugar de seguir enredando la madeja de su sonrojante estupidez?
Después de las acostumbradas preguntas, otros tantos motivos de reflexión para quien fielmente nos sigue o se asoma, por no se sabe qué azar, a estas páginas de libertad leonesa, resumimos nuestro pensamiento. Afirmamos, entonces, con rotundidad, que de este verbo que ha guiado hoy las reflexiones del Húsar, nos quedamos, a no dudar, con la acepción segunda del diccionario de la RAE que transcribimos para su conocimiento y contento: Soltar: dejar o dar libertad a quien estaba detenido o preso… Claro ejemplo de nuestra condición de unión forzada, de matrimonio de conveniencia (para una de las partes, pues la otra sigue lamiendo las heridas de sus grilletes) y de comunidad bicéfala creada contra ley, sentido, juicio y razón. ¡Que se acabe de una vez, por favor, esta injusticia, este desafuero, esta infamia, esta vergüenza, esta componenda y esta inmoralidad política, en un país que presume de vivir en democracia y cuyo presidente (aunque no se dé por enterado) conoce, sobradamente, por ser criado en esta tierra, nuestro principal problema, origen del resto de nuestros males!
Así sea.
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