jueves, diciembre 04, 2008

Documentos históricos (8ª entrega)

Ha caído en nuestras manos una revista de 1920 que, por cierto, está dedicada al “Noveno centenario de los Fueros de León”, de 1020, según aquí señalan (¡anda, pero si también por aquel entonces se dedicaban a recordar la memoria del Reino de León y sus realizaciones…! y, claro está, sin la intromisión de Castilla ni adjetivaciones de nuevo cuño).

No nos resistimos a copiar alguna de las cosas que en ella leemos. Hoy les invitamos a reflexionar sobre un poema, firmado por (creemos adivinar) Alberto L. Argüello, y titulado “Ayer”. A pesar del estilo y de la retórica, propios de otros tiempos… ¡Cuán actuales nos parecen determinados problemas que recoge y denuncia…! Valgan, como ejemplo, algunas de sus frases lapidarias que nos hemos permitido subrayar.

Viejo pendón querido
congregador de fuertes y leales,
¡Qué tristeza de sol desvanecido
Tienen hoy tus audacias inmortales!

La historia de bajezas y traiciones
que tal como nos hallas nos pararon,
nunca serán los ínclitos varones
que en triunfo por el orbe te llevaron.
No sepan que es la gloria de su vida
negada por los propios y ofendida;
que del tropel de ruines que la asalta
va en aumento la inmunda polvareda;
que de su herencia generosa y alta
restan solo en la pródiga almoneda,
el dolor de pensar lo que nos falta
y el oprobio de ver lo que nos queda.

Que en la tierra española
donde diste a los vientos tu estandarte,
quizá no hay una mano, ¡ni una sola!,
merecedora y digna de empuñarte.

Mas en los pliegues de tu lienzo santo
¡qué bien se enjuga el llanto!
¡Cómo al pie de tu mástil poderoso
resucitan las muertas alegrías
y se trueca en salterio jubiloso
el arpa de dolor de Jeremías.

En rutilante fiesta
avanza bajo el oro de tu gesta
la legión de incansables luchadores;
hondo vibrar a los espacios presta
recio son de clarines y atambores;
en las piedras que el arte afiligrana
y el genio diviniza
la epopeya cristiana
sus férvidos anhelos eterniza;
y ante ellos, dando al viento los airones
de los lucientes yelmos y cimeras
pasan los valerosos campeones
trasplantando a recónditas regiones
su bosque de oriflamas y banderas.

Cumbres de santidad, Reyes prudentes
alzan después las coronadas frentes
y la Ciudad recoge sus legiones,
guarda un punto los épicos aceros,
y ungida de verdad y de victoria
entreteje en los senos de la Historia
la gloriosa raigambre de los Fueros.

Ciudad regia y bravía;
en liturgia de honor y de hidalguía
tu sagrado pendón toma en la mano.
Y al igual que en pretéritas edades
para engendrar tus viejas lealtades
le agitaron con bélica arrogancia
las manos de Guzmán y de don Suero,
sacude a los espacios la fragancia
del viejo honor, cristiano y caballero.

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