De todos (o al menos de bastantes, aunque la opinión se exprese con sordina) es sabido cómo se produjo la tan cacareada Transición en España que, por resumirlo en una sola frase, no dejó satisfechos ni a los convencidos de un lado ni tan siquiera a los del otro.
Entre el amodorramiento, el miedo y la falta de cultura democrática, absolutamente mayoritaria, de un pueblo políticamente castrado por 40 años de régimen, la “cosa” apenas supuso un remedo de insípido y desabrido potaje de intereses de una casta política, al parecer, situada “en los centros” del centro central, de manera que no se indispusiera demasiado con el supuesto votante; en resumen, “ni carne ni pescado: carne de membrillo”. En su mayoría, auténticos flojos, apáticos, indolentes, perezosos, herederos de las sagas de los de siempre y, por lo mismo, con una carga genética de aprendices de vividores, caciques y, en algunas ocasiones, verdaderos matones de barrio.
No nos engañemos; así se llevó a cabo, en muchos casos, y especialmente en la periferia provincial, esta revolución que ha dejado estupefacto al ancho mundo que dicen mundial (“¡pasmao, pasmao, pasmao!”).
¡Hombre, no vamos a ser tan lerdos ni tan tarugos como pretenden algunos de nosotros! Este colectivo de opinión es bien consciente de los cambios, los logros, los aspectos positivos…, pero, no por ello, estos resplandores nos ciegan la mente o nos nublan el juicio, hasta el punto de impedirnos también captar los aspectos negativos y las actitudes que denunciamos, señaladamente en lo referido a nuestro entorno más cercano: el respeto por lo leonés, en igualdad de trato con el resto de los pueblos de España ¿o no?
A los treinta años de nuestra actual Constitución, cuando, con la mayor de las indiferencias, por parte del pueblo llano, la casta política celebra con gozo, festeja con júbilo, echa las campanas de su vanagloria personal a los vientos contrarios de una crisis y derrocha, impertérrita y desvergonzada, algo que muchos necesitarían para pagar una onerosa hipoteca, el leonesín de a pie debe exclamar con el refrán: “mucho pollo para tan poco arroz”; y, si acaso, se pregunta, perplejo, qué es lo que esta Región, la suya (“que no es de nueve provincias”) puede o debe celebrar.
Vamos, a la luz de la propia Constitución, y en el afán didáctico que nos caracteriza, a tratar de ayudar a despejar estas dudas y aclarar estas preguntas. Bien dicen que aquello que no se aprecia, en muchas ocasiones, es, simplemente, porque no se conoce; conozcamos, pues, un poco más esto que, pomposamente, nos denominan “la ley de leyes”; entendiendo, sin duda, por ello, que todas las demás deberían estar supeditadas a la misma.
Pues bien, si comenzamos por el Preámbulo (algo que ha dado mucho que hablar, curiosamente, en varios estatutos de autonomía, comenzando por este que padecemos los leoneses), se dice taxativamente:
“La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de:
Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo.
Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular.
Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida”
¿Y para qué seguir…? Como niño en época de sorpresa (¡no es para menos!) ante la vida y deseando obtener alguna respuesta, golpearemos, nuevamente, el aire con nuestros acostumbrados gritos.
¿Por qué se habla de justicia cuando se perpetúa con nosotros una situación del todo injusta? ¿Por qué no nos alcanza ese “bien” referido? ¿Dónde se habrá enredado, que no llega, ese día soñado de nuestra "libertad"? ¿Cómo se puede, siquiera, pregonar eso tan lindo de la “convivencia democrática”, estando, como estamos, en régimen de explotación económica cercano al más burdo de los colonialismos? (recuérdense, si no, la falta de poder político, la nula capacidad de gestión de nuestras cosas, la rapiña que se viene perpetrando con nuestras materias primas, el destrozo de nuestra naturaleza para beneficiar a terceros, la sistemática política del “para León NADA”, la impúdica y permanente actitud centralista que no beneficia más que a los de siempre…).
¿Pero qué es eso del “orden económico y social justo”, si algunos, como un solo ejemplo, superan los criterios de riqueza determinados por la Unión Europea y otros seguimos, precisamente por su culpa, empantanados en el lodazal de unas cifras vergonzantes?
¿Con qué cara se nos puede hablar a nosotros de “voluntad popular” y dónde se puede constatar la expresión de la misma, por parte del pueblo leonés, en la decisión más importante que le hubiera debido corresponder, a lo largo de la Historia Contemporánea?
¿Por qué se nos sigue tomando el pelo con la tan grandilocuente frase de “Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.”? ¡Sonrojo debería producir a quienes tienen la más mínima capacidad de decisión en ese campo, observando dónde está nuestra cultura, cómo se encuentran nuestras tradiciones, por qué se veja nuestra lengua y qué ha sido de nuestras instituciones…! ¿Alguno, alguna vez, contemplándose ante el espejo roto de su soberbia, se preguntará, quizá, por qué esa obsesión de manipular y ningunear nuestra historia y nuestras realizaciones en el pasado?
Y, si de calidad de vida y progreso hemos de hablar, que les pregunten a nuestros emigrantes, a los habitantes de los pueblos anegados por los pantanos o a los que luchan por evitar el destrozo de una superlínea de superalta tensión, a los que les cierran fábricas, a los que nos les dejan otear en el futuro algún tipo de salida para su postración... Ellos y otros muchos, en sus mismas condiciones, son los únicos capaces de proporcionar una acertada respuesta…
Y, como ven, respetados lectores, no hemos, ni siquiera entrado en el articulado de la Constitución que algunos aclaman (¿o es que se festejan a sí mismos?); otro tanto nos gustaría hacer, seguramente, a los leoneses, pero una vez constatado que la misma se nos aplica como a “uno de los pueblos de España”, presente, además, en una cuarta parte del símbolo constitucional expresado por un escudo que, en algunos casos, acompaña a esa bandera, roja y amarilla, que debería ser de todos.
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